Reinaldo Herrera: "No siento celos de mi mujer. Carolina no habr¨ªa triunfado sin m¨ª"
El arist¨®crata y periodista venezolano, durante a?os conseguidor de entrevistas imposibles, nos abre su casa, decorada con una imponente mezcla de muebles del XVIII, paredes enteladas y obras de Dal¨ª o Cecil Beaton
Eleanor Lambert, la relaciones p¨²blicas estadounidense que fund¨® la lista de los mejor vestidos, un ranking que, durante a?os, arbitr¨® la alta sociedad desde Nueva York para el mundo, sab¨ªa muy bien que val¨ªa tanto por lo que callaba como por quien conoc¨ªa. "Soy la base de datos m¨¢s vieja del mundo", dijo poco antes de morir en 2003 con 100 a?os cumplidos. Reinaldo Herrera se r¨ªe: "A cierta edad te conviertes en un ¨ªndice". El arist¨®crata venezolano (Caracas, 1933) es uno de los actuales custodios de la lista, y tampoco tiene precio ni como base de datos viviente, ni como mejor vestido, ni como conversador.
Vestido con traje azul y slippers, recibe a ICON DESIGN en el despacho de su casa de Nueva York: una habitaci¨®n entelada en gris, forrada de libros, fotos y retratos, y con unas cortinas floreadas que destruyen el credo del menos es m¨¢s. Herrera es famoso por ser el marido de Carolina, la celeb¨¦rrima dise?adora de moda, pero tambi¨¦n se le admira en c¨ªrculos menos coloridos porque, durante a?os, se dedic¨® a conseguir reportajes imposibles para la versi¨®n estadounidense de Vanity Fair. Una especie de alta diplomacia period¨ªstica que empez¨® a principios de los a?os ochenta, dur¨® tres d¨¦cadas y dos directores, y hoy todav¨ªa retrata a un hombre capaz de interrumpirse a mitad de su propia biograf¨ªa y decir: "?Pero de verdad esto te interesa? Porque a m¨ª me parece aburrid¨ªsimo".
P.- ?C¨®mo describir¨ªa su casa en Nueva York?
R.- Acogedora. Tiene calor, est¨¢ vivida. Es una casa, no es un show, todas las chimeneas funcionan. Llevamos aqu¨ª m¨¢s de 20 a?os.
P.- Se mudaron a la ciudad en 1980.
R.- Yo ven¨ªa desde ni?o. Mis padres ten¨ªan casa, y mis abuelos. Tengo primos aqu¨ª. Pero nos quedamos por el ¨¦xito de Carolina. Ella empez¨® con la costurera de mis hijas, hizo una peque?a colecci¨®n que gust¨® much¨ªsimo. Todo el mundo la quer¨ªa comprar, ?pero no hab¨ªa compa?¨ªa ni hab¨ªa nada! As¨ª que la establecimos y vinimos a Estados Unidos. Yo pens¨¦ que durar¨ªa seis meses, porque antes de ella hab¨ªa habido muchas se?oras que iban a haber sido y no fueron, ?pero ah¨ª sigue, 35 a?os despu¨¦s! Ella ya no quiere saber nada de la moda, pero la empresa que fundamos hoy es una gran compa?¨ªa. Y he de decir que los Puig son unos socios excelentes.
P.- Su mujer ha dicho que los ochenta fueron unos a?os preciosos, pero terribles.
R.- Muy lindos, muy divertidos. Todav¨ªa exist¨ªa cierto glamur. Hab¨ªa mucha libertad. Gente muy distinta que sal¨ªa y se encontraba por la noche. Una revoluci¨®n social. Pero tambi¨¦n fueron a?os tr¨¢gicos. Murieron muchos amigos. Y lo malo es que no te das cuenta de lo que est¨¢ pasando. Es como la guerra. Supongo que sobrevivir a todo eso, a la muerte de la familia, es una defensa del hombre.
P.- Uno de los desaparecidos fue Robert Mapplethorpe, que les retrat¨® en varias ocasiones.
R.- Era amigo nuestro. Un d¨ªa, en su casa, me ense?¨® sus fotos. Las puso en el suelo, y ya sabes que sus fotos pod¨ªan ser duras. Chocantes. Me dijo: "Reinaldo, a m¨ª lo que me gusta fotografiar es textura. La gente ve lo que quiere ver, pero yo veo textura". Ah¨ª comprend¨ª todo. Los p¨¦talos de las flores, las pieles de los hombres y de las mujeres. Me hizo una serie de retratos, y el que tom¨® de Carolina en 1979 est¨¢ en la colecci¨®n permanente de la National Gallery, en Washington. Cuando se estaba muriendo, la llam¨® a ella. No quiso que yo lo viera.
P.- ?C¨®mo le surgi¨® trabajar para ¡®Vanity Fair¡¯?
R.- Yo ten¨ªa un viejo amigo americano que se llamaba Billy Rainer, con quien sol¨ªa almorzar una o dos veces al mes, y me propuso involucrarme en la revista, que acababan de relanzar con una periodista muy pol¨¦mica llamada Tina Brown. Quedamos en el Four Seasons y me enamor¨¦ a los 20 minutos, como le pasaba a todo el mundo. El problema es que este iba a ser un proyecto complicado, que posiblemente llegar¨ªamos a un punto en que habr¨ªa problemas, que entonces me querr¨ªa despedir. Yo nunca hab¨ªa trabajado para nadie, y desde luego no quer¨ªa que me despidiera Tina Brown. As¨ª que dije que trabajar¨ªa, pero sin cobrar.
P.- Entr¨® como encargado de proyectos especiales.
R.- Ten¨ªa que conseguir lo que parec¨ªa imposible. Yasser Arafat, que no daba entrevistas. Gadafi. O Manuel Noriega, en Panam¨¢. Nuestro primer tema importante fue un reportaje sobre Imelda Marcos cuando Marcos acababa de ser derrocado. Viv¨ªan en Haw¨¢i, y mandamos a Dominick Dunne, el gran escritor, con un equipo para entrevistarles.
P.- ?Y c¨®mo lo consigui¨®?
R.- Porque yo la conoc¨ªa. Al principio la llamaba por tel¨¦fono y no me la pasaban. Y el equipo esperando. Aquello costaba una fortuna, ?fig¨²rate! As¨ª que llam¨¦ otra vez, se puso una mujer y le dije: "?Hola, Imelda, querida, c¨®mo est¨¢s!". Se sobresalt¨®, me pidi¨® que esperara y o¨ª: "?Excelencia, es para usted!". Cuando por fin contest¨® se lo dije claramente: "Mira, Imelda, estamos aqu¨ª esper¨¢ndote desde hace una semana. Hab¨ªas aceptado. ?Qu¨¦ hacemos?". Nos dijo que acudieran aquella misma noche, que Marcos hablar¨ªa. Fueron a su casa, una casa muy modesta, con una cama de enfermo llena de tubos, y dio una entrevista fascinante, sal¨ªan los 500 pares de zapatos, en fin, que cuando se public¨®, tuvo una repercusi¨®n internacional. Y poco despu¨¦s, por casualidad, hablo por tel¨¦fono con mi amiga Ira F¨¹rstenberg y me dice que est¨¢ en Haw¨¢i. Le menciono a los Marcos y responde que Imelda hab¨ªa hecho una cosa divertid¨ªsima. Que hab¨ªa llevado a nuestro equipo a una casa que no era, con la cama que no era, ?y que hab¨ªan salido encantados! ?En realidad viv¨ªan divinamente bien, hab¨ªan montado un show!
P.- ?Cu¨¢l fue el tema m¨¢s dif¨ªcil, la mayor carambola?
R.- Los m¨¢s dif¨ªciles han sido los m¨¢s amigos. Jackie Onassis fue muy clara conmigo, por ejemplo. Me dijo que nunca hab¨ªa dado una entrevista y no pensaba hacerlo. "?Pero Jackie!", le dije, "es que nunca se ha hecho nada sobre ti, algo positivo donde t¨² hables. Lo ¨²nico que se dice es que eres muy buena madre. Incluso podr¨ªas hablar de eso". A lo cual me dijo: "Mira, buena madre es cualquiera. Eso no es una definici¨®n. Y no quiero hablar sobre nada m¨¢s".
P.- H¨¢bleme de los mejor vestidos.
R.- La lista volver¨¢ en octubre. Hay que regresar al criterio con el que se fund¨®. Antes est¨¢bamos ligados a una revista y ten¨ªamos que ser m¨¢s populares. Porque no es solo lo que te pones, sino c¨®mo vives, c¨®mo piensas, lo que lees. Ahora las mujeres ni siquiera se compran la ropa porque se la prestan para una noche. Y no es cuesti¨®n de dinero, sino de gusto. Hay que volver a la elegancia. Ir hecho un zarrapastroso es demostrar que no tienes inter¨¦s en la otra gente. Que no quieres agradar al otro.
P.- ?Nunca le ha tentado escribir sobre su vida?
R.- Lo har¨¦, pero para mi familia. Aunque creo que a los j¨®venes no les interesan nada estas cosas.
P.- Bueno, hay formatos, como los relatos de Tom Wolfe, que son interesantes para cualquiera.
R.- Eso es m¨¢s o menos lo que hab¨ªa pensado. Una especie de diario que puedas abrir por cualquier sitio.
P.- Supongo que hay buenas lecciones, como las de Tom Wolfe, y malas, como aquellas 'Plegarias atendidas' de Truman Capote [libro en el que el autor estadounidense revel¨® los secretos de muchos de sus amigos de la alta sociedad].
R.- No es que las lecciones de Capote fueran malas porque, ?a qui¨¦n se le ocurre contarle su vida a un escritor? Aunque eso fuera lo que lo arruin¨®. Esas ¨²ltimas historias terminaron con la carrera de un hombre que hab¨ªa escrito obras magn¨ªficas.
P.- Pero en el caso de Capote el problema no fue tanto la calidad como que era un ajuste de cuentas.
R.- Si yo hablo con un gran escritor, puedo contarle mis intimidades, pero no las de todos mis amigos. Y eso ¨¦l lo hizo mal, porque traicion¨® a gente que le hab¨ªa dado su confianza. Pero un escritor primero es un escritor. Y luego est¨¢n los amigos.
P.- ?Alguna vez ha sentido celos de su mujer?
R.- No. Supongo que hay un lado de vanidad, porque no habr¨ªa triunfado sin m¨ª. Y ella lo sabe, y lo dice. Siempre hemos sido amigos. Nos respetamos.
P.- ?C¨®mo describir¨ªa su educaci¨®n?
R.- ?Esot¨¦rica! Viv¨ªa con mis abuelos, me educaron como en el siglo XVIII. Qu¨¦ te voy a decir. Ten¨ªa un establecimiento como tendr¨ªa, qu¨¦ se yo, Don Juan Carlos: estaba la gobernanta, la camarera, todo el servicio... Me vest¨ªan cuatro veces al d¨ªa. Estaba inscrito en colegios, pero tambi¨¦n ten¨ªa un tutor que hab¨ªa sido decano en Oxford. Me present¨® al director de la London School of Economics, que era su amigo. Eso es una educaci¨®n en s¨ª misma. Adem¨¢s, tuve la suerte de viajar mucho porque mi abuela ten¨ªa eso que los franceses llaman la bougeotte [pasi¨®n de viajar]: si estaba en Par¨ªs, quer¨ªa estar en Londres, y si estaba en Nueva York, quer¨ªa estar en Venezuela. Nunca estaba en casa m¨¢s de dos meses.
P.- ?Qu¨¦ im¨¢genes tiene grabadas?
R.- Un d¨ªa, en Nueva York, mi abuelo me llev¨® a un club a almorzar para que viera arder el buque Normandie, porque lo hab¨ªan saboteado en el puerto de la ciudad. Nosotros hab¨ªamos viajado en ese barco. Tambi¨¦n me impresion¨® ir a Berl¨ªn y ver la devastaci¨®n de una naci¨®n. No quedaba nada, solo hab¨ªa piedras. No lo pod¨ªas comprender.
P.- ?Cu¨¢l fue la cena m¨¢s incre¨ªble que recuerda?
R.- La primera vez que fui a la Casa Blanca. Hab¨ªa conocido a varios presidentes, pero nunca hab¨ªa estado all¨ª. Sientes que es la aspiraci¨®n del mundo libre, y yo, sofistacado y viejo, me emocion¨¦.
P.- ?Qu¨¦ presidente estaba entonces?
R.- Reagan. La cena no fue nada ¨¦pico, pero conoc¨ª la genialidad de ese hombre. Estaba all¨ª Shultz, su ministro de exteriores, que se iba a Berl¨ªn. Y cuando una se?ora pregunt¨®: "Presidente, ?qu¨¦ va a hacer Shultz en Alemania?". ?l le contest¨®: "Sin duda alguna, Bette Davis es la mejor actriz que he conocido". Eso es talento. No lo pens¨® ni un minuto.
P.- En los ochenta, ?alguna vez pensaron que Donald Trump llegar¨ªa a ser presidente?
R.- No, nunca.
P.- ?C¨®mo era entonces?
R.- Cursi. Y por cursi quiero decir que le gustaba el exceso. No es que sus casas tuvieran un poquito de oro. Eran doradas. Pero era muy inteligente.
P.- ?C¨®mo se esnobea a un esnob?
R.- No conoci¨¦ndole.
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