Flujo de consciencia
La pobreza est¨¢ llena de urgencia y confusi¨®n. Cuesta pensar cuando el dolor se hace cr¨®nico
Hoy 16 de junio, algunos celebramos el Bloomsday. Es la jornada en que transcurre Ulises, la c¨¦lebre (por admirada o aborrecida) novela de James Joyce. Hay quien la encuentra aburrida, pedante e incomprensible. No comparto esa opini¨®n. Da igual, tampoco es cuesti¨®n de hacer proselitismo. Ulises cuenta una jornada cualquiera de un dublin¨¦s de clase media llamado Leopold Bloom y recurre para hacerlo al flujo de consciencia, un recurso estil¨ªstico que intenta trasladar al texto el chisporroteo l¨¦xico causado en el cerebro por la continua acumulaci¨®n de sensaciones, reflexiones, ansias y recuerdos.
Se trata de un mecanismo ajeno a la l¨®gica y a cualquier tipo de algoritmo racionalizador. Como la pol¨ªtica, cuando se mira a ras de tierra.
Examinemos, por ejemplo, un fen¨®meno concreto. En Buenos Aires, un litro de leche cuesta 45 pesos. Al cambio, casi un euro. En la capital de un pa¨ªs donde si abunda algo es el ganado vacuno, el litro de leche se paga m¨¢s caro que en Madrid o en Par¨ªs. Hay explicaciones: los insumos de los ganaderos est¨¢n dolarizados, hubo calor y sequ¨ªa, la devaluaci¨®n del peso y la alta inflaci¨®n han da?ado al sector, etc¨¦tera. Y hay consecuencias: el consumo de leche ha ca¨ªdo un 20% en los ¨²ltimos tres a?os, a la vez que aumenta el consumo de no leche, un producto m¨¢s barato, blanco y l¨ªquido denominado ¡°alimento l¨¢cteo¡±.
?C¨®mo es el flujo de consciencia de un padre o una madre que recorren el supermercado e intentan llevar alimento a casa con un presupuesto cada vez m¨¢s limitado? Quiz¨¢ se parezca al flujo de consciencia de un cartonero, un miembro de ese ej¨¦rcito de sombras que se sumerge cada noche en los contenedores de basura en busca de algo aprovechable. Tienen mala prensa, los cartoneros. Lo dejan todo sucio y revuelto. La municipalidad de Buenos Aires est¨¢ ensayando ahora unos contenedores con cerradura para que esa gente deje de ensuciar las calles.
Sospecho que en ciertos flujos de consciencia queda poco espacio para el discurso ortodoxo. Ese que dice que debe reducirse el d¨¦ficit fiscal para apuntalar la moneda, que la libre competencia es buena, que el sacrificio salarial es necesario, que la corrupci¨®n es un c¨¢ncer, y la demagogia populista, un atajo hacia el desastre. La pobreza est¨¢ llena de urgencia y confusi¨®n. Cuesta pensar con frialdad cuando el dolor se hace cr¨®nico porque no hay dinero para m¨¦dicos o medicinas o porque el poco que hab¨ªa se ha gastado en un ¡°alimento l¨¢cteo¡± parecido a la leche. Cuesta ser ecu¨¢nime en una vivienda h¨²meda. Cuesta evitar el resentimiento cuando solo se te permite mirar desde lejos los barrios de la abundancia.
Las neuronas de Leopold Bloom rebotan de un lado a otro al pensar en la infidelidad de su mujer (a la que ¨¦l tampoco es fiel) y dejan en su hoguera mental jirones de humillaci¨®n, desprecio, envidia, excitaci¨®n, indiferencia y pesadumbre. En ¨²ltimo extremo, se quieren. As¨ª acaba Ulises. El relato argentino, este a?o, podr¨ªa acabar de forma muy distinta. El flujo de consciencia de millones de despose¨ªdos podr¨ªa desembocar en el voto a cualquiera que prometa leche accesible y tranquilidad para rebuscar en la basura. Siempre habr¨¢ quien diga que ese relato resulta incomprensible.
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