Tres l¨ªneas sinuosas
Todo lo relacionado con la vida p¨²blica de S¨¦neca ofrece dos versiones. El autor prefiere creer que fue un fil¨®sofo atrapado por un sistema tir¨¢nico
QUERIDO S?NECA: Te escribo con la seriedad de un ni?o que se divierte. Dice el emperador Adriano en la magn¨ªfica novela de Marguerite Yourcenar que el verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente. Mi primera patria fue tu Consolaci¨®n a Helvia, ese prodigio de templanza y equilibrio que escribiste en el destierro de C¨®rcega para aliviar el dolor de tu madre y que el padre Azc¨¢rate nos hac¨ªa ver que no solo hab¨ªa servido de consuelo a la afligida Helvia, sino tambi¨¦n a cuantos hab¨ªan sufrido o sufr¨ªan las penas del exilio. El padre Azc¨¢rate era nuestro maestro de lat¨ªn. Todav¨ªa recuerdo la pasi¨®n con que hablaba de tu C¨®rdoba natal o explicaba la decadencia de la Roma de tu tiempo, y no he olvidado la vehemencia con que nos ley¨® el arranque de tus Cartas a Lucilio y la huella que dej¨® en m¨ª aquel primer consejo, aquella primera reflexi¨®n del m¨¢s sistem¨¢tico de los tratados que escribiste. ?Recuerdas?:
¡°Pues la peor de todas estas p¨¦rdidas es la que llega por nuestra negligencia. Si te dispones a considerarlo, encontrar¨¢s que la mayor parte de la vida se va en hacer mal, gran parte en no hacer nada y toda ella en hacer otra cosa distinta de la que se deber¨ªa¡±.
Ten¨ªa yo 12, 13 a?os tal vez, y desde entonces no he dejado de leer esas ep¨ªstolas a Lucilio; forman parte no solo de mi cultura literaria, sino de mi propia vida, la han acompa?ado, la han nutrido, han sido gu¨ªa, refugio y medicina. S¨¦ que las escribiste en una villa de las afueras de Roma, en medio del temor y la sospecha, cuando ya hab¨ªas abandonado, vencido, los asuntos de Estado y viv¨ªas dedicado al estudio, a la escritura y a la meditaci¨®n¡ en esos tres a?os de retiro forzoso e ¨ªntimo recogimiento a los que pondr¨ªa fin Ner¨®n, acus¨¢ndote de participar en la conjura de Pis¨®n.
T¨¢cito cuenta en sus Anales tu muerte valerosa y aceptada, pero tambi¨¦n menciona los rumores que corr¨ªan en Roma acerca de tu inmensa fortuna. Y me consta que no eran solo rumores, pues la magnificencia de tus numerosas villas da fe de que te enriqueciste en demas¨ªa a la sombra del emperador. S¨ª, todo lo relacionado con tu vida p¨²blica ofrece dos versiones. Y ya no es posible saber si fuiste un fil¨®sofo atrapado y destruido por un sistema tir¨¢nico o un c¨ªnico que sirvi¨® a la encarnaci¨®n del mal en beneficio propio. Personalmente, prefiero imaginar la primera opci¨®n. Y he de confesarte que, en memoria de aquellos d¨ªas lejanos en que hall¨¦ el cobijo f¨¦rtil de tus libros, me gusta pensar que cuando te despediste de tus amigos dici¨¦ndoles que les dejabas ¡°la imagen de tu propia vida¡± ¡ªT¨¢cito (15, 62)¡ª, no hac¨ªas otra cosa que se?alarnos que una vida no es, por m¨¢s que se diga, una l¨ªnea recta, sino m¨¢s bien tres l¨ªneas sinuosas, perdidas hasta el infinito, constantemente pr¨®ximas y divergentes: lo que uno ha cre¨ªdo ser, lo que ha querido ser y lo que fue.
Fernando Garc¨ªa de Cort¨¢zar es autor de Viaje al coraz¨®n de Espa?a (Miscel¨¢nea).
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