Primarias contra democracia
Si en un Estado democr¨¢tico los partidos son los sujetos efectivos de la acci¨®n pol¨ªtica, debe preocupar el ejercicio de la democracia en su interior porque afecta a la democracia en todo el Estado
Si en un Estado democr¨¢tico los partidos son los sujetos efectivos de la acci¨®n pol¨ªtica, debe preocupar el ejercicio de la democracia en su interior porque afecta sustancialmente a la democracia en todo el Estado. Sin partidos no hay democracia posible, pero sin partidos democr¨¢ticos tampoco. Ese es el grave problema de nuestras democracias.
Pero este problema no tiene soluciones sencillas y hay que andar con tiento cuando parece que las hemos encontrado. Fue el caso, hace unos a?os, de las elecciones primarias para designar a los altos cargos de los partidos y los primeros puestos de las candidaturas electorales. Primero empezaron a practicarlas algunos partidos, hoy ya son todos o, al menos, las cuatro principales fuerzas pol¨ªticas a nivel nacional. ?Ha mejorado con ello la democracia en los partidos? No, en absoluto, a mi modo de ver ha empeorado debido, precisamente, a las primarias. Veamos la raz¨®n.
La democracia presupone elecciones, sin elegir a los cargos, en este caso de un partido, no hay democracia. Eso es evidente. Pero para que pueda hablarse de democracia hay otro elemento sustancial: el control y la rendici¨®n de cuentas de los elegidos ante quienes les han designado.
En las primarias se procede a elegir un l¨ªder pero, muy dif¨ªcilmente, este l¨ªder rinde cuentas a sus electores. ?Por qu¨¦? Porque la relaci¨®n se establece entre el l¨ªder y quienes le han elegido, sin ¨®rganos intermedios que encaucen y filtren esta relaci¨®n. La estructura de un partido que elija por primarias a su l¨ªder es lo m¨¢s parecido a una dictadura: el l¨ªder (caudillo) s¨®lo dice obedecer al mandato que ha recibido de los afiliados (pueblo), pero ¨¦stos tienen muy poca capacidad de hacerle llegar su opini¨®n durante su mandato, controlarlo y exigir responsabilidad por sus actos. El l¨ªder ya se ha encargado de crear una estructura burocr¨¢tica a su alrededor, escogida por ¨¦l, que lo hace inaccesible. Ha sido elegido desde abajo, pero una vez ha llegado arriba no debe dar raz¨®n de sus actos hasta una nueva elecci¨®n. Tiene legitimidad de origen, pero no de ejercicio.
Antes, entre ese l¨ªder y los simples afiliados hab¨ªa un conjunto de ¨®rganos intermedios en donde, mejor o peor, se discut¨ªa el rumbo del partido, sus decisiones y la idoneidad de la direcci¨®n. Hab¨ªa lo que podr¨ªa denominarse una democracia parlamentaria, indirecta, con sus ¨®rganos donde se expresaban corrientes diversas y se debat¨ªan todo tipo de cuestiones. Ahora, con democracia directa, hay obediencia ciega, no se puede ni chistar: los de abajo no tienen donde discutir, la c¨²pula decide sin consultarles y, a la vez, arropa al l¨ªder supremo. Hemos perdido en democracia interna: ha ganado Rousseau y ha perdido Montesquieu. A la vista est¨¢.
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