Restaurador: un oficio en buenas manos
Esta ocupaci¨®n exige conocimientos como biolog¨ªa, qu¨ªmica y destreza en el dibujo
La mirada quieta, el pulso imp¨¢vido, el aire detenido; la incuestionable belleza de una tabla (El cambista y su mujer) pintada hace m¨¢s de 500 a?os por el artista flamenco Marinus van Reymerswaele (1490-1546). En el taller de restauraci¨®n del Prado, el ruido es la ausencia. Alicia Peral es joven, tiene 34 a?os y, como los maestros antiguos, ¡°posee buena mano¡±. Desde 2015 forma parte de la plantilla de la pinacoteca madrile?a. Al igual que la mujer con alcuza del poema de D¨¢maso Alonso, ha viajado mucho. Es licenciada en Historia del Arte, ha estudiado en la Escuela Oficial de Restauraci¨®n de Madrid, conseguido pr¨¢cticas, ganado becas y oposiciones.
Pero todo tiene un comienzo. En 2013, una ayuda de la Fundaci¨®n Iberdrola le permiti¨® trabajar 20 meses en el Prado. Despu¨¦s lleg¨® una soledad distinta a la del taller: las oposiciones. Salieron dos plazas, gan¨® una. Hoy cuenta, orgullosa, esas peque?as - grandes victorias que obtienen los restauradores contra el tiempo y la incertidumbre. En su memoria, junto al Cambista, aparece El Calvario (1460). La apabullante obra (hoy en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial) de Rogier van der Weyden (1400-1464) ¡°estaba muy da?ada¡±, recuerda. ¡°Fue un trabajo ¨²nico¡±. Tambi¨¦n un Santo Entierro sobre pizarra del taller de Bassano. La escena, nocturna, recogida (40 ¡Á 32 cent¨ªmetros), se pudo comprobar, gracias a la restauraci¨®n, que estaba iluminada por ¡°toques de oro¡±. Algo que solo se intu¨ªa. Hay que imaginar la sensaci¨®n de movimiento a la luz de las velas. Hay que pensar que estamos a finales del siglo XVI.
En un siglo muy diferente, el XXI, Jorge Garc¨ªa G¨®mez-Tejedor, jefe de restauraci¨®n del Museo Reina Sof¨ªa, cuida de una de las obras maestras m¨¢s maltratadas de la historia. De cerca, el Guernica tiene la misma piel que los ancianos pintados por Ribera. Desde 1937 a 1992, el lienzo de Picasso se enroll¨®, danzando entre exposiciones, 88 veces hasta que descans¨® en el museo. ¡°La obra est¨¢ estable pero fr¨¢gil¡±, indica el experto. Formado en la Escuela Oficial de Restauraci¨®n, su geograf¨ªa laboral es una l¨ªnea de puntos que une Patrimonio Nacional, la Cartuja de la Expo 92 y el palacio de la Almudaina. Entr¨® en el Reina Sof¨ªa por oposici¨®n en 1992 y desde 2003 es el responsable del departamento.
Desde luego nadie dijo que fuera un viaje f¨¢cil. Acceder a una instituci¨®n p¨²blica exige sortear el peaje de las oposiciones. Y en el espacio privado hay que lidiar, como en cualquier actividad, con la incertidumbre de la econom¨ªa. A mediados de los a?os ochenta y comienzos de los dos mil, cuando todas las comunidades aut¨®nomas quer¨ªan su museo de arte contempor¨¢neo, el oficio vivi¨® acampado en el jard¨ªn del gran Gatsby. Desvanecidos esos d¨ªas, queda lo que siempre fue: un trabajo apasionante pero complejo. ¡°Exige sensibilidad hacia los objetos art¨ªsticos, curiosidad continua y saber, sobre todo, que es una profesi¨®n de enorme responsabilidad; nuestras acciones no tienen vuelta atr¨¢s¡±, observa Mar¨ªa Jos¨¦ Ruiz-Ozaita, jefa del departamento de conservaci¨®n y restauraci¨®n del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Un quehacer que esculpe en piedra algunas de sus normas. ¡°Es imprescindible analizar la obra al mil¨ªmetro, ver todas las posibilidades, estudiar intervenciones pasadas y actuar con el m¨¢ximo respeto hacia la pieza¡±, describe Carmen Espinosa, conservadora jefa del Museo L¨¢zaro Galdiano. A esta pr¨¢ctica, tan vocacional, se llega a trav¨¦s del grado de Conservaci¨®n y Restauraci¨®n o sent¨¢ndose en los pupitres (hay que superar una prueba de acceso) de la Escuela Superior de Conservaci¨®n y Restauraci¨®n. Ambos exigen cuatro a?os de preparaci¨®n.
Tiempos y tendencias
Precisamente el paso del tiempo es uno de los lugares comunes que barre este oficio. Existe el runr¨²n de que es un trabajo estanco. Con profesionales muy especializados en campos muy concretos. Dorados, papeles, pinturas, v¨ªdeo. Pues, s¨ª y no. Patxi Rold¨¢n lleva tres d¨¦cadas en este mundo. ¡°En los a?os ochenta y noventa me hab¨ªa dedicado sobre todo a los retablos, pero en 2000, con la aparici¨®n de los museos de arte contempor¨¢neo, di un giro¡±, relata este licenciado en Bellas Artes y director de la firma Cloister. Otras ¨¦pocas, otros desaf¨ªos. El goteo del tiempo. Por eso se acuerda, sobre todo, de la dificultad de manejar el Homenaje a Bach (1956). Un enorme panel (2,50 ¡Á 4,2 metros) de 3,4 toneladas de piedra caliza que Jorge Oteiza (1908-2003) encastr¨® en la pared del comedor de Mar¨ªa Josefa Huarte. Cuando muri¨® la mecenas se traslad¨® al Museo Universidad de Navarra. ¡°Se tardaron dos meses en extraerlo de la pared. Es la obra con la que m¨¢s riesgo he corrido, pero tambi¨¦n de la que estoy m¨¢s orgulloso¡±, admite el conservador.
Frente a la calma de los maestros antiguos, el arte contempor¨¢neo propone otros ritmos. Principalmente por la materia con la que est¨¢ escrita su narrativa: pl¨¢sticos, pinturas industriales, nuevos tipos de papeles. Productos que nadie sabe c¨®mo se comportar¨¢n en el futuro. Hoy todo sirve para crear obras de arte. Hoy existe m¨¢s riesgo. ¡°Las pel¨ªculas de 16 mm u 8 mm, por ejemplo, se pueden autodestruir¡±, comenta Silvia Noguer, responsable del departamento de conservaci¨®n y restauraci¨®n del Macba, quien sostiene que el ¡°restaurador es el m¨¦dico del arte, un galeno que aplica la medicina preventiva¡±. Es la definici¨®n de alguien que escogi¨® ciencias puras, empez¨® Medicina y descubri¨® su vocaci¨®n en otros cuidados. Porque este es un oficio en el que hace falta ¡°saber un poco de todo¡±. ¡°Un poco de biolog¨ªa, un poco de qu¨ªmica¡±, desgrana la restauradora y especialista en pintura mural Victoria de las Heras. ¡°Pero adem¨¢s es necesario una excelente mano y bastante historia del arte¡±. La suficiente para recodar aquella frase de Goya: ¡°El tiempo tambi¨¦n pinta¡±. Sab¨ªa de lo que hablaba: fue restaurador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.