?guilas de la construcci¨®n: la historia de superaci¨®n de los indios ¡®sin v¨¦rtigo¡¯ que levantaron los rascacielos de Nueva York
No aparecieron en la foto, pero asumieron las labores m¨¢s peligrosas que hicieron posible la creaci¨®n de famosos edificios de Manhattan. Manejar fraguas port¨¢tiles al rojo vivo a alturas de m¨¢s de 350 metros fue una de ellas
Cuando pasado el horror del 11 de septiembre de 2001 donde se hab¨ªan elevado las Torres Gemelas en el World Trade Center qued¨® un profundo agujero, los indios Mohawk sintieron que parte de su historia se hab¨ªa destruido con ellas. Sus antepasados hab¨ªan construido esas torres, y la mayor¨ªa de los rascacielos m¨¢s ic¨®nicos de Nueva York, como el Rockefeller Center o el Chrysler Building. Manhattan no hubiera sido posible sin ellos, los guerreros del hierro, enormemente codiciados por su falta de v¨¦rtigo. O al menos, esa era la fama que les preced¨ªa.
Esta leyenda de los mohawks se remonta a 1850 y se sit¨²a en tierras canadienses. La Dominion Bridge Company quer¨ªa construir el Puente Victoria sobre el r¨ªo San Lorenzo. El tramo sur se situaba dentro de la reserva Kahnawake, cerca de Montreal, donde viv¨ªa esta tribu. As¨ª que para obtener el permiso y erigir el puente en las tierras de la reserva, la compa?¨ªa tuvo que contratar a los nativos para que extrajeran la piedra para los cimientos.
Al finalizar la jornada de trabajo, los hijos de los obreros se infiltraban en la construcci¨®n y jugaban al pillapilla escalando con soltura la estructura inacabada. Se atrev¨ªan a subir por una estructura de 45 metros y correr sobre el hierro. Los trabajadores de la compa?¨ªa trataban de ahuyentarlos del puente por miedo a que cayeran, pero ellos no hac¨ªan caso. Su agilidad pronto atrajo la atenci¨®n de la empresa, que vio la forma de aprovechar este don innato.
En 1886, un segundo proyecto canadiense, el Puente Negro, brind¨® a la compa?¨ªa la oportunidad de poner a prueba a los peque?os mohawks. Doce adolescentes fueron entrenados para trabajar como remachadores, un oficio que era dif¨ªcil de cubrir por su grado de dificultad. Los muchachos se iniciaron en esta t¨¦cnica con facilidad, sobresaliendo en el trabajo m¨¢s traicionero de la industria, y gan¨¢ndose el apodo de las maravillas sin miedo.?
En 1907 la tragedia les golpe¨® cuando el tramo sur del puente de Quebec se derrumb¨® y mat¨® a 96 hombres. 33 de ellos eran mohawks. Al informar sobre el accidente, The New York Times mencion¨® a todos los trabajadores estadounidenses y canadienses fallecidos como homenaje. En aquella lista no apareci¨® ninguno de los 33 indios. Eran los obreros invisibles.
Pero ni las muertes ni el anonimato les alejaron de la construcci¨®n. Seg¨²n un anciano de la tribu citado en un art¨ªculo del New Yorker en 1949, "la fatalidad aument¨® su determinaci¨®n e hizo que esta profesi¨®n cobrara mayor inter¨¦s para ellos. Se sent¨ªan orgullosos de poder desarrollar una tarea tan peligrosa. Todos quer¨ªan entrar en el sector".
Ocho a?os despu¨¦s de aquella tragedia, la Junta Americana de Comisionados Indios inform¨® de que 587 de los 651 hombres en edad de trabajar pertenec¨ªan al sindicato de trabajadores del hierro. En el futuro, los hombres trabajar¨ªan en cuadrillas m¨¢s peque?as y en diferentes tareas, asegurando que ning¨²n accidente individual acabar¨ªa con la p¨¦rdida de tantos miembros de una comunidad.
Los que m¨¢s se jugaban la vida y los que menos la perd¨ªan
Al otro lado de la frontera, en Nueva York, comenzaba el auge de la construcci¨®n gracias a las posibilidades que brindaba el acero. Y se produjo una gran demanda de obreros cualificados. La distancia entre la reserva de Kahnawake y la Gran Manzana era de 12 horas y media en coche por tortuosas carreteras. Pero estos indios quer¨ªan trabajar y sab¨ªan que los salarios all¨ª eran altos, as¨ª que no dudaron en ir a la tierra prometida. Algunos se mudaron con sus familias a un barrio cercano a Downtown que acab¨® conoci¨¦ndose como Little Caughnawaga, y que lleg¨® a tener 800 habitantes.
A pesar de su destreza, el trabajo resultaba extraordinariamente peligroso. Atravesar vigas de solo 25 cent¨ªmetros con un cintur¨®n de herramientas de m¨¢s de 20 kilogramos dejaba poco espacio al error. Si adem¨¢s corr¨ªan vientos fuertes, un paso en falso pod¨ªa acabar en un salto mortal sin red. Por eso, los mohawks, que?nunca demostraban tener temor a las alturas, siempre trabajaban con alguien de confianza a su lado.
La construcci¨®n de estructuras de acero requer¨ªa tres tipos de cuadrillas de trabajo: levantamiento, montaje y remachado. En esta ¨²ltima interven¨ªan los mohawks. Era la que ten¨ªa encomendada la tarea m¨¢s peligrosa ¡ªque todo quedara fijado¡ª y con la que no se atrev¨ªan, o para la que no alcanzaban la destreza necesaria, el resto de trabajadores, en su mayor¨ªa inmigrantes irlandeses o polacos. Los remachadores deb¨ªan usar fraguas port¨¢tiles para quemar carb¨®n hasta que estuviera al rojo vivo a alturas de m¨¢s de 350 metros, posando sus pies en andamios de madera.
Deb¨ªan malear el hierro para encajar los remaches en los agujeros y luego usar martillos neum¨¢ticos para que el remate quedara asegurado. Seg¨²n los constructores, "manejaban estas herramientas como si estuvieran pas¨¢ndose los huevos con jam¨®n del almuerzo". Ellos eran quienes m¨¢s se jugaban la vida y, sin embargo, quienes menos la perd¨ªan. En la construcci¨®n del Rockefeller Center, por ejemplo, murieron cinco personas, ninguno de la tribu. De lo que no se libraban era de sufrir heridas a diario: piel quemada, dedos aplastados, brazos rotos, cortes y moratones.?
El mito de la falta de v¨¦rtigo
Pero, ?de verdad no ten¨ªan v¨¦rtigo? "No es cierto que no temamos caer al vac¨ªo", confiesa Kyle Karonhiaktatie Beauvais, un descendiente de los art¨ªfices de las Torres Gemelas, "pero contamos con la experiencia de los veteranos y la responsabilidad de mantener una tradici¨®n que tanto orgullo nos ha proporcionado". Tienen miedo a las alturas, como cualquier humano, pero aseguran que lo gestionan mejor.
Ahora, la sexta generaci¨®n de los indios del hierro no tiene f¨¢cil seguir los pasos de sus antepasados. M¨¢s de 2.000 aspirantes se presentan todos los a?os para ingresar en la mejor escuela de capacitaci¨®n de aprendices en EE UU, de los que solo logran acceder entre 80 y 100. Local 40, instituci¨®n asociada con el sindicato de trabajadores del acero, ofrece tres a?os de formaci¨®n en soldadura, manejo de gr¨²as y otras habilidades necesarias para la profesi¨®n. Y a los mohawks no les sirven las credenciales hist¨®ricas. Randy Jacobs, uno de los instructores, admite entre bromas que la prueba de admisi¨®n es propia de un programa espacial. Entre otras demostraciones les exigen escalar una viga de hierro de nueve metros y levantar pesas de 11 kilogramos a una plataforma elevada tan r¨¢pido como puedan. Solo la superan unos pocos.
Los ancianos de aquella tribu nunca imaginaron que sus descendientes tuvieran que pelear entre miles de personas para hacerse un hueco en las alturas. Tampoco imaginaron que sus tataranietos ver¨ªan c¨®mo se desplomaban aquellas dos torres de Manhattan que ellos elevaron. 200 mohawks trabajaron en el World Trade Center, pero ellos nunca aparecieron en la foto. Ni siquiera en la m¨ªtica instant¨¢nea de Almuerzo en el rascacielos que inmortaliz¨® a un grupo de obreros sentados en un andamio sobrevolando el cielo de Nuevo York. Ellos fueron un mito invisible, una leyenda, las ¨¢guilas de la construcci¨®n.
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