El sistema multilateral de comercio ser¨¢ m¨¢s justo o no ser¨¢
Los acuerdos de la UE-Mercosur y la regi¨®n africana reaniman unas negociaciones anquilosadas
Hace veinte a?os, durante la Conferencia Ministerial de la Organizaci¨®n Mundial del Comercio (OMC) en Seattle, se produjo una peque?a revoluci¨®n. Por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la descolonizaci¨®n, una alianza de pa¨ªses en desarrollo se atrevi¨® a cambiar las reglas del comercio mundial. Hasta ese momento, Europa y Estados Unidos guisaban y serv¨ªan unos acuerdos que los dem¨¢s deb¨ªan aceptar con matices. Pero la alianza de econom¨ªas emergentes ¨Ccomo Brasil, India y Sud¨¢frica¨C y el valor simb¨®lico de algunas causas ¨Ccomo el efecto de las patentes en el precio de los medicamentos contra el VIH¨C pusieron fin al business as usual. La incapacidad de las grandes potencias para entender este cambio deriv¨® en un bloqueo de las negociaciones que pagamos hasta el d¨ªa de hoy.
La OMC es una rara avis entre las grandes organizaciones econ¨®micas internacionales, y no solo por haber nacido medio siglo despu¨¦s que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. A diferencia de pr¨¢cticamente cualquier otro espacio multilateral, sus decisiones se toman por consenso, son vinculantes y est¨¢n amparadas por la capacidad coercitiva de sus organismos. De ah¨ª la importancia del premio al que aspiraban econom¨ªas que depend¨ªan del comercio para escapar de la pobreza: el fin de la competencia desleal de los subsidios agrarios del Norte, un sistema de propiedad intelectual compatible con los derechos de pacientes sin recursos, excepciones al desarme arancelario para proteger industrias vulnerables o m¨¢s flexibilidad para la movilidad internacional de trabajadores, entre otras medidas.
Este programa de trabajo se dio en llamar la Ronda del Desarrollo de Doha. Las conferencias de Doha (2001), Canc¨²n (2003) y Hong Kong (2005) vieron conformarse un proceso negociador en el que la coalici¨®n entre pa¨ªses emergentes y pobres se iba consolidando para frustraci¨®n de las potencias tradicionales. Fue un episodio ¨¦pico, como relataba en su cr¨®nica desde Canc¨²n la directora de este peri¨®dico en septiembre de 2003. Y, como muchas otras ¨¦picas, esta tambi¨¦n acab¨® en tragedia. La arrogancia filo-colonialista de Europa y Estados Unidos impidi¨® alcanzar un acuerdo que reflejase un equilibrio algo m¨¢s justo de los costes y beneficios de la integraci¨®n comercial. Sus negociadores agotaron el ox¨ªgeno del proceso multilateral y comenzaron a prosperar opacos acuerdos bilaterales y plurilaterales en los que la capacidad de resistencia de los pa¨ªses pobres ¨Cy de los trabajadores vulnerables dentro de los propios pa¨ªses ricos¨C quedaba aplastada por la parte m¨¢s fuerte. Algunos perdieron mucho y todos ganamos menos de lo que podr¨ªamos haber ganado con un proceso m¨¢s justo e inclusivo.
He recordado todo esto al leer los pasados d¨ªas sobre dos acuerdos que recuperan, en cierto modo, el pulso de unas negociaciones detenidas durante demasiado tiempo. Por un lado, la UE y el Mercosur acaban de anunciar la conclusi¨®n de un acuerdo comercial negociado durante la friolera de veinte a?os. Por otro, ?frica se prepara para una zona de libre comercio continental que hoy es de 1.200 millones de habitantes y que podr¨ªa ser del doble en 2050. "Un poderoso mensaje", enfatizaba Rebeca Grynspan hace unos d¨ªas, comentando el primero.
Sin duda lo es. En medio de esta oleada regresiva, estos acuerdos podr¨ªan influir los que se negocian con regiones tan relevantes como la asi¨¢tica. Eventualmente, tal vez incluso permitir un nuevo acuerdo comercial multilateral.
La pregunta es si hemos aprendido algo de nuestros errores durante la Ronda de Doha. Con franqueza, es dif¨ªcil no ver las trazas de aquel fracaso colectivo en el que estamos viviendo ahora. La incapacidad de los pa¨ªses m¨¢s ricos ¨Cy de los poderosos lobbies que determinaron su posici¨®n¨C para embridar el proceso de globalizaci¨®n en beneficio del inter¨¦s com¨²n nos explot¨® a todos en las narices. Una d¨¦cada despu¨¦s de la ca¨ªda de Lehman Brothers, los ciudadanos han vuelto a salir a la calle para protestar, pero esta vez no lo hacen en los foros sociales, sino en los ultra-nacionalistas. Un mundo sin m¨¢s reglas que las del mat¨®n, en el que Trump y su recua est¨¢n aplic¨¢ndole a la UE la misma medicina que ambos trataron de aplicarle a los pa¨ªses pobres: o tragas o me llevo la pelota. Hasta el punto de que la Uni¨®n Europea est¨¢ considerando v¨ªas alternativas de arbitraje fuera de una OMC bloqueada.
El economista estadounidense Dani Rodrik ha argumentado recientemente que los factores comerciales ¨Ccomo el impacto de las exportaciones chinas¨C han alimentado los miedos y tensiones culturales de la poblaci¨®n en pa¨ªses como el suyo o el Reino Unido. Y que solo un modelo m¨¢s preocupado por la desigualdad y la vulnerabilidad social nos inocular¨¢ frente a estas inseguridades. Esa misma l¨®gica puede ser extendida al tablero global contempor¨¢neo, donde regiones como Am¨¦rica Latina, Asia y ?frica ya no est¨¢n obligadas a aceptar los acuerdos tuertos que les ofrecen los m¨¢s ricos. El nuevo sistema multilateral de comercio ser¨¢ (algo m¨¢s) justo o no ser¨¢. ?Se imaginan cu¨¢ntos disgustos podr¨ªamos habernos ahorrado si esta idea hubiese prosperado hace veinte a?os?
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