Una tregua
Olvidarse de la pol¨ªtica y disfrutar de la belleza madrile?a
Mis dos ¨²ltimas columnas las he dedicado a la pol¨ªtica en Madrid tras las elecciones municipales y auton¨®micas: medidas contra la memoria de las v¨ªctimas del franquismo en el Ayuntamiento; propuestas fascistas contra colectivos vulnerables en la Comunidad. Esas pol¨ªticas tienen importancia no solo para los habitantes de Madrid. Considero que son reflejo de una deriva, en Espa?a y Europa, hacia la normalizaci¨®n del discurso y de las medidas que propone la ultraderecha, una normalizaci¨®n que observo entre la perplejidad y el espanto. Pero hay d¨ªas, como hoy, en los que necesito darme una tregua, respirar, buscar est¨ªmulos intelectuales, est¨¦ticos, emocionales que me desintoxiquen de tanta desaz¨®n, que me recuerden que, m¨¢s all¨¢ de mis cuatro paredes, ah¨ª afuera tambi¨¦n hay lugar para la belleza y las cosas buenas.
Pongamos que hoy tambi¨¦n hablo de Madrid, entonces, pero de uno diferente, el que nos muestra la editora y fot¨®grafa Bel¨¦n Bermejo en su libro Microgeograf¨ªas de Madrid. Este libro, cuyos beneficios ¨ªntegros ir¨¢n destinados al ¨¢rea de oncolog¨ªa m¨¦dica del hospital de la Princesa de Madrid, recoge 90 fotograf¨ªas que reflejan los ¡°extrav¨ªos¡± con los que la autora crea su propio mapa de la ciudad. El mapa hace un recorrido por la vida oculta que palpita en la ciudad, por sus calles mojadas tras un chaparr¨®n, su famoso cielo reflejado en las ventanas, los patios humildes con macetas de barro, hojas multicolores a punto de ser barridas o voladas por el viento, paredes descascarilladas que desvelan otros mapas secretos, sillas abandonadas en un parque en las que la oxidaci¨®n ha contado su propia historia. Las fotograf¨ªas, en di¨¢logo intermitente con breves textos po¨¦ticos, muestran una bella ant¨ªtesis sobre el transcurrir del tiempo en la ciudad: por una parte captan lo ef¨ªmero (el paso de una nube, las hojas a punto de desaparecer del suelo, el verde brillante de la nueva hoja que surge en primavera, la sombra de un edificio en un charco) y por otra muestran el paso continuado, permanente, obcecado, del tiempo (la pared descascarillada que conforma islas de color, esa otra pared cuya herida en el yeso se ha convertido en una bella cicatriz, la herrumbre en el metal que crea un palimpsesto de colores). El tiempo, parece sugerir Bermejo, destruye y crea belleza a su paso; al tiempo, nos dicen sus fotograf¨ªas, se le atrapa fijando la misma belleza que ¨¦l crea.
Bermejo nos ense?a a mirar, a reconocer belleza en lo cotidiano y en lo inusitado, a cambiar el significado de ¡°deterioro¡± y ¡°cicatriz¡±. El detalle, como en las buenas narrativas, dice m¨¢s que el todo. A trav¨¦s de ¨¦l, Bermejo descubre su temperamento y el de nuestra ciudad. Un ejemplo en la p¨¢gina 33: es oto?o, el suelo cubierto de hojas ocupa el primer plano; al fondo, el frente de una tienda pintado de azul el¨¦ctrico contrasta con la fachada naranja de balcones de hierro forjado del edificio. Entran por la esquina derecha de la fotograf¨ªa dos ancianas canosas de pelo corto, gabardina marr¨®n y zapato plano, algo encorvadas, tal vez por el fr¨ªo de la ma?ana. El pie de foto dice: ¡°La calle, desperez¨¢ndose, silenciosa, con su promesa de churros y patatas fritas. Madrid y su caos, su desorden, sus hechuras de pueblo, su carencia de ¨ªnfulas, sus cielos, su color, su luz, su olor a metro, sus prisas. Vives en Madrid, eres de Madrid¡±. Me arropa esta imagen de una ciudad alegre y generosa, una ciudad acogedora, como lo es este libro en el que me refugio hoy durante unas horas.
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