La filosof¨ªa y el rid¨ªculo
Hay quienes se pronuncian sobre las cosas desde una presunta superioridad moral, intelectual y pol¨ªtica. Tienen el mismo derecho a opinar que cualquiera, pero sus homil¨ªas pueden volverse contra ellos
Aunque tomar¨¦ como punto de partida la publicaci¨®n, el pasado 30 de mayo, de un art¨ªculo de apoyo a Josu Terneraen el diario franc¨¦s Lib¨¦ration, firmado por Alain Badiou, ?tienne Balibar, Jean-Luc Nancy, Toni Negri, Jacques Ranci¨¨re y Thomas Lacoste, no pretendo actuar como azote de estos ilustres pensadores a quienes ya me he referido colectivamente en alguna ocasi¨®n. Por el contrario, defiendo sin matices su libertad para opinar sobre cualquier materia p¨²blica seg¨²n su mejor saber y entender: en nombre de la libertad de expresi¨®n, defend¨ª en su d¨ªa el derecho de los dibujantes de Charlie Hebdo a ridiculizar a los profetas, y por el mismo motivo defiendo ahora el derecho de los profetas a hacer el rid¨ªculo. Sobre lo que quiero llamar la atenci¨®n es sobre la condici¨®n de fil¨®sofos que ostentan los cinco primeros aludidos, que el citado diario destaca en la cabecera del art¨ªculo.
Otros art¨ªculos del autor
?Qu¨¦ efecto social puede tener, sobre la percepci¨®n p¨²blica de la filosof¨ªa, el hecho de que un art¨ªculo de este tipo est¨¦ firmado por cinco de sus m¨¢s eminentes representantes en el escenario internacional? Todos los profesores de filosof¨ªa sabemos perfectamente que la formaci¨®n acad¨¦mica que hemos recibido no nos habilita para inferir (en el sentido serio de este verbo), a partir de las consideraciones te¨®ricas propias de nuestra disciplina, una posici¨®n pol¨ªtica como la expresada en el citado art¨ªculo. Es decir, sabemos que estas afirmaciones no las hacen los aludidos en cuanto fil¨®sofos, sino sencillamente en cuanto ciudadanos, como podr¨ªa hacerlas un titulado superior en qu¨ªmica o un barrendero.
Sin embargo, los ajenos a nuestro gremio no tienen por qu¨¦ tener tan clara esta circunstancia. Existe un prejuicio social muy extendido acerca de la filosof¨ªa ¡ªreforzado cuando se agolpan tantos apellidos de fil¨®sofos como en este caso¡ª, en el sentido de que el fil¨®sofo tiene derecho a expresar este tipo de opiniones desde la autoridad que le confieren los conocimientos propios de su disciplina, porque ¨¦l sabe algo m¨¢s que los abogados, los fil¨®logos o los numism¨¢ticos. Este prejuicio arraiga en el pasado hist¨®rico de la filosof¨ªa, cuyo detalle no es este el lugar para desgranar, pero en el cual hubo dos momentos en los que se tom¨® a s¨ª misma por algo as¨ª como una superciencia: uno, en los siglos XVI-XVII, cuando se crey¨® capaz de utilizar el m¨¦todo matem¨¢tico para resolver cuestiones como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma; y otro, en los siglos XIX-XX, cuando se confundi¨® con la historiograf¨ªa cient¨ªfica y con las que ahora llamamos ciencias ¡°sociales¡± o ¡°humanas¡± y pretendi¨® disponer de un saber acerca de los fines ¨²ltimos de la historia de la humanidad.
La filosof¨ªa no dice sobre la sociedad algo m¨¢s profundo que lo que dicen las ciencias sociales
Aunque siempre hay resistencias irreductibles (del mismo modo que quedan personas que practican la magia negra o creen en la astrolog¨ªa), la primera confusi¨®n ¡ªla de que la filosof¨ªa tiene algo que decir acerca de la naturaleza que supera el saber de la f¨ªsica matem¨¢tica o de la biolog¨ªa¡ª ha quedado felizmente descartada como una ilusi¨®n. La segunda ¡ªla de que la filosof¨ªa tiene algo que decir acerca de la sociedad que es m¨¢s profundo y verdadero que lo que dicen las ciencias sociales¡ª tambi¨¦n, pero esta ¨²ltima noticia no se ha divulgado tanto como la primera, y el reducto de los resistentes es m¨¢s numeroso y tenaz. La raz¨®n de ello es f¨¢cil de comprender. La distinci¨®n entre filosof¨ªa y ciencia es uno de los motivos de la merma de relevancia social de la filosof¨ªa y del ninguneo que esta padece a menudo tanto en el ¨¢mbito cultural como en el acad¨¦mico, fuente de un cierto complejo de inferioridad que quienes nos dedicamos a la filosof¨ªa llevamos incorporado a nuestro ethos profesional.
As¨ª, cuando se nos recrimina que nuestros presuntos conocimientos acerca del Bien, la Verdad y la Belleza est¨¢n muy lejos de los que sobre estas materias dispensan las leyes, las ciencias y las artes, algunos fil¨®sofos se defienden con la siguiente excusatio vulpina: vivimos en un mundo que se ha alejado de los verdaderos fundamentos de la vida humana, que se conforma con explicaciones superficiales y desprecia el verdadero rigor intelectual y moral, y frente a ese mundo (que s¨®lo se gu¨ªa por criterios de rentabilidad inmediata) la filosof¨ªa ¡ªy no la qu¨ªmica, la antropolog¨ªa o la musicolog¨ªa¡ª representa el denostado pabell¨®n de la raz¨®n pura, atenta ¨²nicamente a los intereses genuinos de la humanidad; en un mundo malo, feo y falso (vulg. ¡°capitalismo¡±), lo normal es que el Bien, la Belleza y la Verdad no est¨¦n s¨®lo desacreditados, sino perseguidos.
Con este argumento consiguen estos fil¨®sofos explicar su inferioridad como un estigma que la sociedad les impone justamente debido a su superioridad moral e intelectual y al car¨¢cter pol¨ªticamente revolucionario de sus conocimientos. Ellos pueden criticarlo todo (tienen el monopolio del esp¨ªritu cr¨ªtico), pero nadie puede criticarles a ellos sin colocarse inmediatamente en el bando de los malvados. As¨ª que, incluso cuando dicen barbaridades, los fundamentos y motivaciones de su palabra parecen estar m¨¢s all¨¢ de toda sospecha.
Ellos pueden criticarlo todo, pero nadie puede criticarles a ellos sin colocarse en el bando de los malvados
Como ya he dicho, todos los profesores de filosof¨ªa, incluidos los firmantes del art¨ªculo antes nombrado, sabemos perfectamente que esa concepci¨®n de la filosof¨ªa es filos¨®ficamente injustificable, y que los compromisos pol¨ªticos que los firmantes han contra¨ªdo nada tienen que ver con la filosof¨ªa. Pero tambi¨¦n sabemos que muchos lectores ¡ªincluidos muchos profesores y estudiantes de filosof¨ªa que se sienten atra¨ªdos por este modo tan original de prestigiar su disciplina¡ª percibir¨¢n su discurso como pronunciado desde esa presunta ¡ªpero falsa¡ª superioridad moral, intelectual y pol¨ªtica. Tambi¨¦n he dicho ya que estos pensadores tienen el mismo (pero no m¨¢s) derecho a opinar que cualquiera. Pero es casi inevitable que sus homil¨ªas puedan acabar afectando a la reputaci¨®n social de la filosof¨ªa, e incluso a la consideraci¨®n de lo que las propias obras filos¨®ficas de estos autores puedan tener de valor, como ha sucedido notoriamente en casos ¡ªciertamente muy alejados de los aludidos¡ª como los de Sartre o Heidegger, debido a sus conocidas y lamentables defensas p¨²blicas del totalitarismo.
Por tanto, es posible que la peor parte del descr¨¦dito que padece la filosof¨ªa, y del que tanto nos quejamos sus profesionales, no proceda exactamente de la animosidad del capitalismo contra Arist¨®teles o Gottlob Frege, sino de una mala digesti¨®n por parte de algunos pensadores de las restricciones que la raz¨®n cr¨ªtica ilustrada impuso a la teolog¨ªa, que tambi¨¦n aspiraba al t¨ªtulo de superciencia y a dirigir las conciencias de sus s¨²bditos hacia el bien supremo. Estas restricciones hicieron posible institucionalizar la libertad de pensamiento en virtud de la cual los firmantes del art¨ªculo en cuesti¨®n han podido expresar su santa opini¨®n, a pesar de que sea un desprop¨®sito.
Jos¨¦ Luis Pardo es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.