Magn¨ªfica desolaci¨®n
La izquierda lleva un tiempo extraviada en la inmensidad vac¨ªa, como un transbordador espacial sin indicador de rumbo
Para asaltar el cielo, para que alguien pisara la Luna, hizo falta una traves¨ªa no de d¨ªas, sino de varios siglos, pues todo viaje empieza cuando la imaginaci¨®n lo prefigura. Se podr¨ªa fijar el inicio del reci¨¦n conmemorado ¡°gran salto para la humanidad¡±, por marcar una fecha, en las noches de desvelo durante las cuales Galileo alz¨® la vista al cielo. ¡°Decid¨ª olvidar las cosas terrenales y observar las celestes¡±, escribi¨® en su tratado Sidereus nuncius.Provisto de un telescopio perfeccionado por ¨¦l mismo, el cient¨ªfico ejecut¨® ese gesto simple pero crucial bajo un firmamento sin contaminaci¨®n lum¨ªnica, condici¨®n id¨®nea para dialogar con los astros. Corr¨ªa 1609 cuando, en la tranquilidad del jard¨ªn de su casa paduana, observ¨® el rostro rugoso de la Luna y sus cicatrices. Y, sin m¨¢s, desech¨® las tesis que rebat¨ªan lo que hab¨ªa visto con sus propios ojos. Si las premisas eran err¨®neas, lo cabal era hallar otras.
En el arco de tiempo que va de la observaci¨®n del codiciado cuerpo celeste al alunizaje descubrimos lo que supon¨ªa ser tripulantes de esa fr¨¢gil nave en movimiento llamada planeta Tierra. La b¨²squeda de puntos elevados para adquirir nuevas perspectivas tiene su n¨®mina de personajes ilustres. Lo hizo Petrarca al ascender al Mont Ventoux, o Leopardi, al cerro que le inspir¨® El infinito. Llegaron los aviones, y desde un aparato pilotado por Saint-Exup¨¦ry, un horrorizado Le Corbusier divis¨® el caos de las ciudades. Sigui¨® el turno de los cohetes. A ojos de los astronautas, nuestro mundo es una canica azul sin fronteras ni Estados perceptibles en la que ruedan miles de millones de vidas humanas. Cuando Al Worden, piloto del Apolo 15, volvi¨® a casa despu¨¦s de su misi¨®n, explic¨®, como leemos en Regreso a la Tierra (Gris Tormenta): ¡°Era m¨¢s dif¨ªcil aprender a ajustarse a la Tierra que al espacio¡±. A los cosmonautas les costaba transmitir c¨®mo se entend¨ªan nuestros problemas tan arriba, en plena ingravidez. Tras poner a Gagarin en ¨®rbita, se dice que Sergu¨¦i Koroliov, director del programa espacial sovi¨¦tico, manifest¨®: ¡°Deber¨ªamos haber enviado a un poeta, no a un piloto¡±.
Unas palabras atribuidas al director de vuelo del Apolo 13 durante la operaci¨®n de rescate se hicieron famosas: ¡°El fracaso no es una opci¨®n¡±. En los d¨ªas de b¨²squeda de consenso entre PSOE y UP, no hubo un Gene Kranz. Sonaba la cuenta atr¨¢s para el despegue de la legislatura, pero falt¨® inventiva para que el acuerdo cristalizara. Negociar es moverse de sitio, aproximarse al otro. Ambos partidos han jugado a ser galaxias lejanas, en lugar de dos cuerpos celestes afines. Bertolt Brecht puso en boca de Galileo la siguiente afirmaci¨®n: el cometido de la ciencia es ¡°aliviar las fatigas de la existencia¡±, y a eso deber¨ªa aspirar tambi¨¦n la buena pol¨ªtica. Se echa de menos eso que Nicholas Mirzoeff llama imaginaci¨®n ut¨®pica, una respuesta necesaria, seg¨²n ¨¦l, ante ese sombr¨ªo coro para el que no hay alternativa a la actual pol¨ªtica del miedo. La izquierda lleva un tiempo extraviada en la inmensidad vac¨ªa, como un transbordador espacial sin indicador de rumbo. Lo que queda del siglo de cielos tomados por asalto, declara Enzo Traverso en Melancol¨ªa de izquierda (Galaxia Gutenberg), es una monta?a de ruinas a la espera de hacer el duelo y preparar un nuevo comienzo, que parece demorarse a un alto precio. En sentido figurado, S¨¢nchez e Iglesias han estado en la luna, incapaces de recalcular la ¨®rbita. Entretanto, a falta de poetas, lo ocurrido en el Congreso se resume en la expresi¨®n con la que Buzz Aldrin describi¨® el paisaje lunar a Armstrong: una magn¨ªfica desolaci¨®n.
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