Utoya y el ¡®mal de Breivik¡¯
El dictamen de Enzensberger es aterrador: los criminales actuales "matan por matar, por destruir; por el poder de determinar quien debe sobrevivir"
Utoya 22 de julio, la pel¨ªcula del noruego Nick Poppe, est¨¢ construida con la apariencia formal de un largo plano secuencia prendido de los avatares de una joven, testigo y v¨ªctima de la matanza perpetrada por el neonazi Anders Behring Breivik. La isla de Utoya, de 0,14 kilometros cuadrados de extensi¨®n, se convirti¨® en aquella fecha de 2011 en un matadero sin remisi¨®n ni salida. Breivik irrumpi¨® armado en el campamento de las Juventudes Laboristas, donde pasaban sus vacaciones 560 j¨®venes y mat¨® a 77 disparando a placer durante 72 minutos. Sin prisas, sin pausas, con la determinaci¨®n del cazador pero con la ¨¦tica de un fumigador para quien las personas son solo insectos (¡°deb¨¦is morir, deb¨¦is morir todos¡±, iba salmodiando entre disparos), rastre¨® a los j¨®venes inermes y los fue asesinando en el lapso de tiempo que le permiti¨® la tard¨ªa intervenci¨®n policial.
La estrategia narrativa de Poppe se aproxima de forma indirecta, aunque radical, a la matanza. El asesino Breivik aparece en dos breves trazos, rotundos pero lejanos, difuminados por el miedo de sus observadores. No es necesario m¨¢s; los resortes de su personalidad psic¨®tica los encontramos en el terror de las v¨ªctimas. Hans Magnus Enzensberger emiti¨® un dictamen pericial sobre los Breivik que proliferan como virus malignos en las sociedades contempor¨¢neas: ¡°Los criminales actuales carecen de convicci¨®n y de credo. Matan por matar, por destruir. Por el poder de determinar qui¨¦n debe sobrevivir¡±. En el filme, el rostro del terror est¨¢ vac¨ªo, es una p¨¢gina en blanco detr¨¢s de la cual aparece la matanza sacrificial. La escritura letal del asesino est¨¢ en el rostro de los asesinados.
Utoya despliega los efectos de ese terror sagrado causado por el asesino sin rostro (sin motivo). La sorpresa, la confusi¨®n, la desbandada, el desorden mental y en la conducta, la paralizaci¨®n de la voluntad, la incapacidad para hacer frente al monstruo merodeador, la infantilizaci¨®n de las reacciones y, por fin, la muerte. El recorrido en plano secuencia envuelve en un continuo las fases de la infecci¨®n del mal en una sociedad que no est¨¢ preparada para una violencia inmotivada. Es el mal de Breivik, que infecta tambi¨¦n al espectador. Como dir¨ªa John Keane, una vez contemplado el horror desde la sala o en las p¨¢ginas de un diario, ?cu¨¢nto tiempo se mantiene en la conciencia la empat¨ªa con la v¨ªctima?
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