C¨ªborg pobre
Sobre las posibilidades subversivas del m¨®vil a la hora de viajar, y las ventajas est¨¦ticas de las personas bi¨®nicas. La revoluci¨®n tecnol¨®gica vista desde un taller de danza impartido por Jone San Mart¨ªn
La bailarina Jone San Mart¨ªn, donostiarra de 53 a?os de vida y 35 de profesi¨®n, dijo que era sorda. Nos lo dijo al p¨²blico de pasada, sin darle importancia ninguna y en mitad de Leg¨ªtimo/Rezo, un solo demoniaco que interpret¨® el 19 de julio de 2019 en La Caldera Les Corts, F¨¢brica de Creaci¨®n de Danza y Artes Esc¨¦nicas, que antes eran unos cines Renoir (todav¨ªa quedan otros en la calle de Floridablanca, aunque yo no he ido nunca porque nunca voy al cine: yo a lo que voy es a la danza) y, antes de eso, una f¨¢brica de creaci¨®n de coches Seat. Hay otra f¨¢brica de creaci¨®n de artes esc¨¦nicas que anta?o era una f¨¢brica de creaci¨®n de bombillas Philips. Esa se llama Graner y est¨¢ en Zona Franca, nombre guap¨ªsimo pero, bajo mi humilde pero bien informado punto de vista, desaprovechado.
Todos esos sitios est¨¢n pero a tomar por culo de mi casa, a 15 o 16 paradas entre metro y rodal¨ªes. Roquetes nunca ha tenido f¨¢bricas de nada y encima de lejos est¨¢ en cuesta, por eso no puedo ir en bici. A la ida muy bien, cuesta abajo (muy bien en verano, porque en invierno se te mete el aire hasta a trav¨¦s de las orejeras). A la vuelta, borracha y pasada, ni en invierno ni en verano. En invierno acabas siempre poni¨¦ndote mala de lo que sudas y de lo que te enfr¨ªas, porque en invierno el ¨²nico sitio en donde nieva de toda Barcelona es de Roquetes para arriba.
La aplaudimos, aparte de porque baila y habla, porque ha hecho de su sordera un dispositivo de nuevas realidades
Decir que era sorda era parte del espect¨¢culo de Jone San Mart¨ªn. Pod¨ªa ser una ficci¨®n o, m¨¢s probablemente, una exageraci¨®n del hecho de ser dura de o¨ªdo. Pero las alumnas que, satanizadas (ya he dicho que tiene algo demoniaco la Jone) por mor de Leg¨ªtimo/Rezo, asistimos entre el 22 y el 26 de julio a su Spor¨¢ Pr¨®grama (as¨ª de antiortogr¨¢fica y contempor¨¢neamente llama La Caldera a sus seminarios) comprobamos que San Mart¨ªn lleva aparatitos en las dos orejas, muy discretos y elegantes, no como los de color carne que subvenciona la Seguridad Social. Le dan un punto, a la Jone, los aparatitos. Punto de mujer bi¨®nica. Lo bi¨®nico, lo c¨ªborg, es una categor¨ªa est¨¦tica (o sea, de clase): de los yayos con aud¨ªfonos y de los usuarios de sillas de ruedas el¨¦ctricas jam¨¢s se dir¨¢ que son bi¨®nicos. Del rubio ¨¦se al que le sale una antena sinest¨¦sica de la cabeza y de Jone San Mart¨ªn, s¨ª, porque con sus tecnol¨®gicos injertos Jone multiplica sus capacidades danc¨ªsticas y de paso, s¨®lo de paso, escucha al camarero cuando le pregunta si la leche la quiere caliente o fr¨ªa. Primero es artista, Jone. Despu¨¦s, humana. No le aplaudimos por ser una bailarina sorda. La aplaudimos, aparte de porque baila y habla con considerable inteligencia, porque ha hecho de su sordera un dispositivo generador de nuevas realidades. Las que llevan un marcapasos, ?qu¨¦ generan con el latido de su coraz¨®n? Las que se han tuneado una bici o un segway que les haga de piernas, ?qu¨¦ generan desplaz¨¢ndose? Pues lo mismo que yo cruzando el paso de cebra para ir a pedirle fuego al capullo que me gusta: nada. Yo con el m¨®vil encajado a reventar en el bolsillo de los vaqueros (que he usado un minuto antes para mandarle un wasap pregunt¨¢ndole si me daba, por lo menos, fuego), la que va con su silla de ruedas tocha y la operada a coraz¨®n abierto con sus respectivos m¨®viles encajados en donde sea, simplemente, vivimos. O ni eso: simplemente existimos. O ni eso: simplemente vagamos al servicio del capital. Somos injertos de carne en el organismo tecnol¨®gico mientras que San Mart¨ªn es todo lo contrario: un ente de carne (firme) con ideas (revolucionarias) que se sirve de esclavos electromagn¨¦ticos de cobre, aluminio y pl¨¢stico (de calidad delicad¨ªsima) para sus elevados prop¨®sitos art¨ªsticos. No hay c¨ªborg feo como no hay quinto malo. No hay c¨ªborg pobre como no hay quinto malo. No hay c¨ªborg gordo como no hay quinto malo, y como no hay d¨ªa en que desee que el ente electr¨®nico al cual sirvo y que con tanto primor me deslizo a lo largo de la cresta iliaca sirva para algo m¨¢s que para mandarle wasaps a ese gilipollas, que cuando llego a pedirle fuego deja que el gilipollas de su colega se le adelante, y yo teniendo que aceptar el fuego que no he venido a buscar, con lo que soy la m¨¢s gilipollas de los tres.
¡ªFunciones subversivas del m¨®vil ¡ªpregunta la Jone en su curso.
¡ªTirarlo por la ventana ¡ªdice una compa?era. Ya digo que San Mart¨ªn es de perfil revolucionario y sus alumnas se hacen las nihilistas con ella.
¡ªPara hacerte la tonta cuando vas a mangar algo ¡ªdigo yo, que a insurreccionalista no me gana nadie¡ª. Y para que el segurata est¨¦ entretenido cuando vas a saltar el metro, que no levantan la cabeza de la pantalla.
¡ªPara viajar en lugar de otra persona usando su tarjeta de embarque en el m¨®vil ¡ªdice una, cosmopolita.
¡ªPero para eso te tiene que dejar la otra persona su DNI o su pasaporte ¡ªle replican.
¡ªPues te lo deja. Como ya una hace el check-in y la facturaci¨®n y todo con m¨¢quinas, tu colega te deja el DNI y llegas hasta la puerta de embarque sin haber sido identificada. All¨ª los azafatos de tierra s¨ª que te lo piden para contrastarlo con la tarjeta de embarque, pero s¨®lo casan los nombres, no la foto. Te echan un vistazo rapid¨ªsimo, cuando lo echan, y pasas.
¡ª?Y eso qu¨¦ subversi¨®n es, perd¨®n? ¡ªse interesa dulcemente otra.
¡ªPues es no perder un billete si t¨² no puedes viajar y sin tener que pagar el dineral que cuesta cambiar el nombre del pasajero.
¡ªAh ¡ªnos damos varias por ilustradas.
¡ªPero un m¨ªnimo de parecido tendr¨¢ que haber en la foto ¡ªa?ade una de las que nos hemos admirado.
¡ªBueno, s¨ª, que t¨² no seas negra, y la de la foto, china ¡ªyo ya me he puesto a estirar los abductores porque empiezo a aburrirme.
¡ªO que t¨² no seas un t¨ªo y la de la foto una t¨ªa ¡ªla Jone a todo sonr¨ªe dirigiendo no ya su atenci¨®n, sino su cuerpo entero, a la persona que habla. Si no, no la oye.
A m¨ª me gustar¨ªa explicar mi subversi¨®n de mangante y saltadora del metro a las compa?eras que cogen aviones, pero he pagado 75 euros para que la profe me ense?e a bailar discursos de Foucault oy¨¦ndolos a trav¨¦s de unos auriculares, no para tirarme el pegote delante de unas pijas con pantalones Fuji. Cuando llega el momento foucaultiano, San Mart¨ªn trae esparadrapo, nos pide que nos descarguemos un audio de una web en los m¨®viles (en La Caldera, naturalmente, hay wifi) y que nos los peguemos al cuerpo. Pide, a quien tenga, que saque tambi¨¦n sus cascos y que se los pegue a las orejas, o saldr¨¢n disparados mientras bailemos. Para quien no tenga, ha tra¨ªdo un cargamento de los que, al parecer, regalan en los AVE, los trenes esos en los que no hay manera de colarse, en los que no hay segurata que ni mire ni no mire el m¨®vil porque es que no necesitan seguratas de lo disciplinados que est¨¢n sus clientes, de lo satisfechos que est¨¢n por haber pagado 90 euros el trayecto y de las ganas que tienen de amortizarlos. Esos trenes que tardan en llegar a Madrid lo mismo que los ferrocatas en llegar a Matar¨®.
Me gustar¨ªa, ahora s¨ª, dejar de estirar la cabeza del f¨¦mur (ya acab¨¦ con los abductores) y retomar la conversaci¨®n sobre las posibilidades subversivas del m¨®vil en los trenes. Pero quiero amortizar mis 75 euros, soy golosamente consciente de mi contradicci¨®n y por eso me pongo a bailar enrollada en cinta americana.
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