El perd¨®n de mi gato
Es gaditano, aunque no se acuerda. Se hab¨ªa naturalizado madrile?o por su propia voluntad. Y en la playa recobra su naturaleza de cazador salvaje
MI GATO me mira mal.
De entrada, desde que volvimos a Madrid me mira poco, porque pasa largas horas en su butaca favorita, sobre su manta favorita, y ya no viene a buscarme. Tengo que buscarlo yo y, cuando lo encuentro, me mira sin demasiado inter¨¦s. Luego se deja rascar, acariciar, incluso cepillar, con una indiferencia casi desde?osa, como si nada de lo que yo pudiera hacer por ¨¦l mereciera su perd¨®n.
Mi gato tiene ya 14 a?os.
Es un gato gaditano, pero no se acuerda. El primer verano, cuando lo devolvimos a su pueblo, a la urbanizaci¨®n donde mi hija peque?a lo rescat¨® de debajo de un coche, todos nos congregamos a su alrededor, expectantes ante su reacci¨®n, y el resultado fue que no hubo reacci¨®n. Mi gato se hab¨ªa naturalizado madrile?o por su propia voluntad y lo extra?¨® todo, la humedad del aire, la casa, el patio, el temblor rojizo de las buganvillas que bailaban sin cesar a merced del viento. Pero despu¨¦s de pasar dos d¨ªas arrugado en una esquina, se atrevi¨® a salir y descubri¨® una nueva manera de ser feliz. En sus primeros veranos, apenas lo ve¨ªamos. Estaba todo el d¨ªa por ah¨ª y llegaba por sorpresa de vez en cuando, sucio, cansado, a menudo con algo entre los dientes. Eran regalos para m¨ª, ratones y p¨¢jaros que cazaba por instinto para depositarlos a mis pies. Mis hijos le chillaban, pero yo nunca dej¨¦ de acariciarlo, de felicitarlo con mi voz m¨¢s cantarina, de premiarlo con un trocito de pescado crudo. Porque es un gato, un animal dom¨¦stico s¨®lo cuando no puede ser otra cosa. Y en verano, en la playa, recobra su aut¨¦ntica naturaleza de cazador salvaje.
Mi gato, que es viejo, ha cazado este verano cinco pajaritos.
Hemos podido salvar a cuatro, aunque no s¨¦ si habr¨¢n sobrevivido porque eran muy peque?os. Se hab¨ªan ca¨ªdo del nido. Su verdugo no puede hacer nada m¨¢s que esperar los regalos que caen del cielo, porque ya no es capaz de saltar la valla, pero nadie lo dir¨ªa al verlo. Mi gato rejuvenece extraordinariamente cada verano. Sus sentidos se afilan, su cuerpo se estira, su cuello se alarga mientras mira a su alrededor, evaluando el panorama con un inter¨¦s casi humano. Pendiente de cada voz, de cada ruido, est¨ªmulos imperceptibles para m¨ª lo impulsan a saltar, a salir corriendo a toda prisa, aunque ya no pueda aventurarse en el mundo que empieza m¨¢s all¨¢ del jard¨ªn. Por fortuna, porque cuando era m¨¢s joven a veces volv¨ªa a casa malherido, medio muerto una vez.
No sabe pegarse. Esa era nuestra inquietud, verano tras verano, cuando desaparec¨ªa y nos lo encontr¨¢bamos en la calle despu¨¦s de mucho buscarlo, merodeando alrededor de otros gatos, machos alfa callejeros a quienes la lucha por sobrevivir a base de rebuscar en los cubos de basura hab¨ªa hecho mucho m¨¢s h¨¢biles, m¨¢s pendencieros y victoriosos. Eso tambi¨¦n se le ha olvidado. Mi gato no tiene memoria ni para lo bueno ni para lo malo, las heridas de guerra que su pelo ha ido cubriendo, nuestras visitas a la veterinaria que las cosi¨® demasiadas veces, el miedo que le reten¨ªa dentro de casa, arrinconado en un sof¨¢ que yo forraba con mis pareos de la playa, hasta que llegaba el momento de volver a Madrid, al ¨²nico hogar que s¨ª es capaz de reconocer tras cualquier ausencia.
Pero en Madrid, mi gato se aburre.
Es su casa, es su butaca, es su manta. Es su balc¨®n y son sus tejados, el paisaje que mejor conoce, el que ha contemplado d¨ªa tras d¨ªa durante su vida entera. Pero se cansa de estar tumbado, de recorrer una y otra vez los mismos pasillos, los suelos de madera donde no puede escarbar, los techos de los que no caen pajaritos, los balcones que no desembocan en ning¨²n jard¨ªn. Por eso me mira poco, me mira mal, y no trepa hasta mi mesa para acomodarse alrededor de mi ordenador, no me muerde en la punta de un dedo para recordarme mi obligaci¨®n de acariciarlo, y ni siquiera parece disfrutar demasiado cuando voy a buscarlo con un lomo de boquer¨®n, como los que en la playa son su golosina favorita.
Porque las vacaciones han terminado y todo es m¨¢s seco, m¨¢s p¨¢lido, m¨¢s gris.
Nadie lo sabe mejor que mi gato, que a¨²n necesitar¨¢ un par de semanas m¨¢s para perdonarme.
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