Septiembre, gu¨ªa de supervivencia
La hice porque estaba harto de vivir solo. Y tambi¨¦n podr¨ªa resultar ¨²til a los que caigan en la tentaci¨®n de cansarse de Espa?a.
Mis amigos espa?oles me han dicho muchas veces que odiar su propio pa¨ªs es una especie de deporte nacional. Se practica casi con orgullo. Y tal vez sea una de las razones por las que me gusta tanto Espa?a. El odio a uno mismo se me da muy bien. Lo entiendo. Yo odio mi pa¨ªs de nacimiento solo un poco menos de lo que me odio a m¨ª.
Despu¨¦s de las vacaciones, septiembre es un mes cruel. Casi siempre me despierto ba?ado en sudor y con las s¨¢banas salpicadas de sangre de los ara?azos que me hago durante mis terrores nocturnos. Los m¨²scu?los se me agarrotan, me duele todo y me invade una sensaci¨®n de p¨¢nico sin motivo aparente. Los d¨ªas parecen demasiado largos, y los a?os, demasiado cortos.
Las noticias son desalentadoras, y la pol¨ªtica, insoportable. ?Y si la gente tuviese raz¨®n cuando me dice que espere un a?o o dos y yo tambi¨¦n acabar¨¦ odiando este pa¨ªs? No quiero ni pensarlo. ?Que es mi hogar, co?o! Me encanta la relaci¨®n que tengo con Espa?a. Y si algo he aprendido de mis dos fracasos matrimoniales es que cualquier relaci¨®n necesita esfuerzo para alimentarla y crecer.
As¨ª que me hice una gu¨ªa de supervivencia, sobre todo porque estaba harto de vivir solo. Pero tambi¨¦n porque, qui¨¦n sabe, podr¨ªa resultar ¨²til a aquellos de ustedes que caigan en la tentaci¨®n de cansarse de Espa?a. Es muy sencilla. Pueden robarla.
Salgo de casa sin el m¨®vil al menos una vez por semana. Estar ilocalizable unas cuantas horas es de lo m¨¢s agradable. Llevo conmigo una c¨¢mara de fotos como es debido que me obliga a mirar, a mirar de verdad, y a maravillarme de la belleza que me rodea.
Arregl¨¦ mi viejo iPod y lo cargu¨¦ de m¨²sica, invert¨ª en unos auriculares decentes, y ahora dispongo de conciertos solo para m¨ª mientras voy en metro o paseo por el parque del Retiro o Malasa?a. La plaza de Isabel II parece totalmente diferente cuando te quedas quieto en medio escuchando el concierto de piano de Ravel. Casi compensa el Starbucks en el Teatro Real. Casi.
Me invitaron a un ensayo del coro del Teatro Real y ca¨ª en la cuenta de que siempre hay coros ensayando, y que muchos ensayos son abiertos. Tambi¨¦n los hay en la iglesia que hay cerca de mi casa, y es impresionante sentarse en ella y escuchar con la ¨²nica compa?¨ªa de Dios y de Vivaldi.
Otro tanto digo del teatro. Por 10 o 15 euros puedo mejorar mi espa?ol, evadirme y ser testigo de algo extraordinario. Descubro barecitos en Madrid que organizan peque?os conciertos y me pregunto si los artistas ser¨¢n el pr¨®ximo Extremoduro, Bunbury o Serrat (si es que alguna vez puede existir otro Serrat).
Voy al Prado y miro las Pinturas Negras. Veinte minutos de asombro. A continuaci¨®n me siento fuera, en la cafeter¨ªa del museo, para digerir el genio loco de Goya durante media hora.
He restringido el tiempo que dedico a las redes sociales y he puesto en pr¨¢ctica una pol¨ªtica estricta de bloqueo: al primer comentario de mierda, hasta luego, Mari Carmen. La vida es demasiado breve para o¨ªr las cr¨ªticas de personas cuya opini¨®n, para empezar, no habr¨ªa pedido jam¨¢s. Paseo, escucho audiolibros, medito, respiro conscientemente, toco el piano por gusto y no por p¨¢nico, voy solo al cine, disfruto de la sobremesa con amigos, lo que sea que libere energ¨ªa. He erradicado todo lo t¨®xico. Me he abierto a las cosas buenas. En Espa?a hay muchas buenas si decides verlas.
La ¨²nica manera de aumentar la autoestima es hacer cosas estimables. Por eso intento hacerlas, aunque sea de manera imperfecta. Y, lento pero seguro, duermo m¨¢s tranquilo, sonr¨ªo m¨¢s a menudo, respiro m¨¢s despacio y veo la belleza que me rodea, la belleza de las cosas peque?as. Y me siento agradecido de estar vivo aqu¨ª.?
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