Mazel tov, Shoshanna
Viaje al lugar m¨¢s pobre de Estados Unidos junto a una familia jas¨ªdica. Alrededor de 22.000 personas de la secta ultraortodoxa viven de subsidios, cupones de comida y donaciones de gente adinerada
Me recoge media hora despu¨¦s de mi llamada a la compa?¨ªa de taxis. No hab¨ªa conseguido llamarme desde su tel¨¦fono americano para avisarme de que llegar¨ªa tarde, mi tel¨¦fono, como ya le dije, es espa?ol y ten¨ªa que marcar el prefijo internacional, su tel¨¦fono no la dejaba, dice. El coche lleva pintada una abeja en la puerta, es el s¨ªmbolo de la compa?¨ªa, Busy Bee. La conductora se llama Alison, es de risa f¨¢cil y tiene unas u?as postizas largu¨ªsimas de color azul cobalto. La u?a del medio es dorada. Si Liberace hubiera llevado u?as postizas, estas hubieran sido as¨ª. Me indica que me siente a su lado porque, si no me importa, vamos a recoger a otras personas a un hospital cercano. No hay problema, digo. Lleva la radio puesta y est¨¢ sonando I don't owe you anything, de Tanya Tucker, una canci¨®n country fiera y melanc¨®lica que, como todas las de Tucker, habla de la muerte como quien habla de un rodeo m¨¢s o menos accidentado. Me encanta su voz, le digo a Alison. Tanya Tucker. ¡°S¨ª... debe ser muy mayor ahora¡±. ¡°Bueno, s¨ª y ?qui¨¦n no?¡±, le digo. Se r¨ªe. Me pregunta de d¨®nde soy. No le suena ni Espa?a ni Barcelona, pero se r¨ªe igual, como si le hubiera contado un chiste gracios¨ªsimo. ¡°Eso suena como si estuviera lejos¡±. Bastante, le digo, bastante lejos. Su tel¨¦fono suena incesantemente. Rechaza todas las llamadas con un gesto de fastidio. Sus u?as azules rechinan contra la pantalla del tel¨¦fono. Finalmente, contesta. ¡°No voy a ir a Kyrias Joel a esta hora de la tarde, olv¨ªdalo, no ir¨¦, si no quieren que vaya un hombre, que las lleven sus maridos¡±. Cuelga, medio enfadada medio risue?a. ?Kyrias Joel, donde viven los jas¨ªdicos, aqu¨ª cerca, verdad? ¡°S¨ª, las mujeres no pueden conducir y tampoco pueden ir en un coche con un conductor hombre que no sea de su familia, as¨ª que a m¨ª me toca toda esta ¨¢rea... Es un buen negocio para m¨ª, pero se quejan por todo, si llevo manga corta, si pongo m¨²sica, si llevo los labios pintados, tengo que llevar una chaqueta en el coche para que no protesten. Bueno, espero que la mujer a la que vamos a recoger no proteste porque t¨² est¨¢s en el coche. Tiene seis hijos y ha llevado a la m¨¢s peque?a al hospital esta ma?ana¡±.
Otros art¨ªculos de la autora
Kyrias Joel est¨¢ a apenas 60 millas de Nueva York. Las familias jas¨ªdicas que no pod¨ªan pagar los altos de alquileres de Williamsburgh se trasladaron hace 25 a?os a este lugar, que es oficialmente el m¨¢s pobre de Estados Unidos, con una poblaci¨®n de 22.000 personas, en su mayor¨ªa de la secta jas¨ªdica ultraortodoxa Satmar, creada por un rabino rumano. Los hombres se dedican principalmente a estudiar la Torah; las mujeres, a cuidar de los ni?os y la casa.
Viven de los subsidios, los cupones de comida y las donaciones de familias m¨¢s adineradas. No pagan impuestos, pero votan en bloque, as¨ª que el Gobierno de turno les promete y construye centros de salud y escuelas. En las ¨²ltimas elecciones votaron a Trump. Los tribunales mayoritariamente fallan a su favor en los juicios, especialmente en casos de divorcios dentro de la secta, cuando es la mujer la que quiere divorciarse. La justicia le otorga la custodia al padre en el 99% de los casos: los ni?os tienen el deber de criarse con un padre religioso y observante de las normas de conducta jas¨ªdicas. En el momento de la boda, las mujeres se rapan el pelo y llevan peluca hasta que mueren. Nunca llevan pantalones ni vestidos de manga corta o tirantes. Los hombres llevan el mismo atuendo desde tiempos inmemoriales (traje negro, sombrero que var¨ªa de tama?o y camisa blanca) y se dejan un par de rizos a cada lado porque la interpretaci¨®n talm¨²dica de la Torah proh¨ªbe afeitarse las sienes. Las tiendas de postizos de pelo son negocios florecientes. Y las f¨¢bricas de matzo ball, las bolas de harina de la sopa tradicional. Las familias tienen una media de cinco hijos. Muchas pasan de los siete. Los veo pasear muchas veces por la carretera en esta zona del Estado de Nueva York, alrededor de los campamentos de verano, delante de las casas con el c¨¦sped lleno de coches de pl¨¢stico de colores y triciclos. Una vez par¨¦ porque vi a unos ni?os que parec¨ªan esperar que los llevaran. No quisieron subir a mi coche. En 1986, un grupo de ni?os se neg¨® a subir en un autob¨²s escolar conducido por una mujer. Desde entonces, los autobuses escolares para escuelas jas¨ªdicas no han vuelto a contratarlas. Hay algo de heroico en su rechazo a dejarse contaminar de la sociedad en la que est¨¢n inmersos, de conservar sus costumbres, sus c¨¢nticos, sus sombreros de piel a¨²n en el momento m¨¢s caluroso del a?o que me fascina. Y como en casi todo lo heroico, tambi¨¦n hay algo de tremendamente intolerante e inhumano.
Las mujeres se rapan el pelo en la boda y hasta que mueren llevan peluca. Las tiendas de postizos son grandes negocios
Llegamos al hospital y Alison para la m¨²sica y pone las noticias. ¡°No pueden escuchar m¨²sica no aprobada¡±. Una mujer con una falda hasta los pies y un turbante sube al coche con una ni?a de unos nueve meses agarrada al cuello. Alison la ayuda a plegar el cochecito. La ni?a tose como si estuviera muy acatarrada. Es agosto y hace calor, pero la ni?a, rubita y peque?a, va vestida con un grueso jersey que parece tejido a mano. Emprendemos la marcha mientras la radio habla de la llegada de Trump a Biarritz. Querr¨ªa preguntarle algo a la mujer del turbante, pero me da un pudor tremendo (qui¨¦n soy yo para preguntarle por su turbante, su manera de vivir, su fe) as¨ª que me limito a sonre¨ªr a la ni?a por el espejo retrovisor. Le pregunto a Alison qu¨¦ le parece Trump. ¡°Bueno... al menos siempre dice lo que piensa, no se corta¡±. No puedo evitar que se me escape ¡°Pero lo que piensa es... ?horrible!¡±. ¡°S¨ª, bueno, puede ser, pero es sincero... y es muy gracioso, llama Pocahontas a Elizabeth Warren¡±, a?ade, muerta de risa. ¡°?Te imaginas? ?Pocahontas! Yo volver¨¦ a votarle, creo¡±. As¨ª que es esto lo que les cautiva: la bufoner¨ªa, la desfachatez. Todo lo dem¨¢s, el espanto, el muro, los ni?os separados de sus padres, el desprecio a las mujeres que no son su hija, las mentiras sistem¨¢ticas, las decisiones econ¨®micas siempre en beneficio de esas ¨¦lites que afirma despreciar, da igual. La mujer del turbante no hace ning¨²n intento de participar en nuestra conversaci¨®n. Le est¨¢ dando un biber¨®n de zumo a la ni?a. Cuando termina, la ni?a suelta un eructo sonoro que interrumpe un comentario en la radio sobre la incipiente complicidad entre Donald Trump y Boris Johnson. Las tres nos echamos a re¨ªr. Alison, m¨¢s fuerte, mientras golpea el volante con sus u?as azules.
Le pregunto a Alison que qu¨¦ le parece Trump. ¡°Bueno... al menos siempre dice lo que piensa, no se corta¡±
No hablamos durante un largo trecho. S¨¦ que nada de lo que yo pueda decir o argumentar va a cambiar lo que Alison siente sobre su presidente, ni har¨¢ que la mujer del turbante quiera dejarse crecer el pelo de nuevo. Ni nada de lo que ellas puedan decir cambiar¨¢ mi convencimiento de que raparse el pelo porque a un rabino, hace 200 a?os, le excitaba el pelo de la mujer de su vecino, o votar a un candidato porque es sumamente entretenido, son cosas que no tienen sentido. Pero que en este momento, ?hay algo que lo tenga?
Todo lo que no decimos flota en el aire como polvo suspendido. Ahora y aqu¨ª solo somos tres mujeres en un taxi que no tienen nada en com¨²n, salvo el eructo de un beb¨¦ satisfecho. O quiz¨¢s s¨ª, quiz¨¢s hay miles de cosas que compartimos, deseos, sue?os, a?oranzas, proyectos, emociones, pero no hay tiempo ni voluntad ni espacio para que lo averig¨¹e, porque llegamos a mi destino. Le pago a Alison, le sonr¨ªo a la ni?a, le pregunto a la mujer del turbante c¨®mo se llama ¨¦sta. Titubea, pero me lo dice. ¡°Shoshanna¡±. ¡°Mazel tov, Shoshanna¡±, digo. ¡°Buena suerte¡±.
Isabel Coixet es directora de cine.
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