Contra la destrucci¨®n
Los escritores buscan poblar de signos vivos, de honda resonancia cultural, lo que ha sido confiscado por la patra?a populista, por el mesianismo y por el militarismo
Suelo conversar con el poeta Igor Barreto dos veces por semana. Conversar ser¨ªa el m¨¢ximo de los deseos, porque lo que en verdad hacemos es dejarnos mensajes que siempre o¨ªmos a destiempo: las comunicaciones en Venezuela no dan para m¨¢s y siempre estamos a la espera de parpadeos ocasionales en los que ¡°la se?al entra¡±. A eso se ha reducido el vertiginoso siglo XXI: a saber si las ondas radioel¨¦ctricas llegan como un soplo de viento. Igor suele ser muy agudo en sus an¨¢lisis, quiz¨¢s porque el poeta ve hasta donde pocos ven, y en su ¨²ltimo mensaje me ha dejado grabado esto: ¡°no es que pueden destruir el pa¨ªs, sino que el pa¨ªs ya est¨¢ destruido, ya est¨¢ desintegrado¡±. He estado paladeando estas palabras durante la ¨²ltima semana, tratando de adivinar su alcance, porque lo que se destruye no se recupera, y pese a todo Igor sostiene que contra la destrucci¨®n lo ¨²nico que tenemos es la literatura: ¡°si hablamos cr¨ªticamente desde la literatura, mostramos mejor la destrucci¨®n del pa¨ªs¡±. A modo de ejemplo, su ¨²ltimo libro, El muro de Mandelstam, pone a vivir al poeta ruso en el mayor vertedero de basura de Caracas: escenas de mendicidad y desgracia se cruzan para que Osip las comente como un vecino m¨¢s de Ojo de Agua.
Otros art¨ªculos del autor
Desde otro rinc¨®n del pa¨ªs ¡ªla otrora se?orial ciudad de M¨¦rida¡ª, el cr¨ªtico y ensayista Di¨®medes Cordero, figura tutelar de la Universidad de los Andes, me env¨ªa una foto que me estremece. All¨ª veo velas reunidas en el centro de una mesa, o m¨¢s bien cirios, para que arrojen luz sobre los platos de una cena ¨ªntima. Alcanzo a ver el rostro pecoso de su esposa, Mery L¨®pez de Cordero, decana de la Facultad de Educaci¨®n, sobre una leyenda escrita por el propio Di¨®medes: ¡°aqu¨ª nos tienes resistiendo¡±. Resistir, s¨ª, otro verbo que marca la acci¨®n de los escritores venezolanos. Para la recientemente galardonada Yolanda Pantin, Premio de Poes¨ªa de Casa de Am¨¦rica, a quien le escribo de madrugada, cada libro que se logra editar es un acto luminoso. Me lo dec¨ªa en ocasi¨®n de Rasgos comunes, una antolog¨ªa de poes¨ªa venezolana del siglo XX que se ha editado recientemente en Espa?a. Al respecto de ese volumen, Igor me agregaba en otro mensaje: ¡°apostar a la valoraci¨®n, al criterio, ya es resistir en medio de este desierto de s¨ªmbolos¡±. Desierto de s¨ªmbolos, s¨ª, otra frase que define bien lo que nos va quedando de la intoxicaci¨®n malsana de estas dos ¨²ltimas d¨¦cadas.
Escritores de afuera y escritores de adentro, la vocaci¨®n es una sola: poblar de signos vivos, de honda resonancia cultural, lo que ha sido confiscado por la patra?a populista, por el mesianismo y por el militarismo, taras hist¨®ricas que cre¨ªamos bien enterradas hasta que el alucinado de Barinitas vino a subvertir la lenta haza?a republicana que viene construyendo pa¨ªs desde 1830 con no pocos tropiezos y amenazas. En el legado prodigioso del siglo XX, con Ramos Sucre y R¨®mulo Gallegos, con Uslar Pietri y Pic¨®n Salas, con Luz Machado y S¨¢nchez Pel¨¢ez, con Gonz¨¢lez Le¨®n y Salvador Garmendia, con Elisa Lerner y Victoria de Stefano, con Jos¨¦ Balza y Ednodio Quintero, con Guillermo Sucre y Mar¨ªa Fernanda Palacios, con Ana Teresa Torres y Michaelle Ascensio, los escritores de hoy tienen asidero suficiente para reconocer una tradici¨®n y una vocaci¨®n. En todos ellos, o m¨¢s bien en sus obras, tienen al pa¨ªs verdadero, valedero, que sobrevive por debajo de la colonizaci¨®n de signos que nos quieren tener como convidados de piedra.
Para los escritores venezolanos que toman el relevo, casi todos nacidos en los a?os 80, el reciente premio de novela Bienal Vargas Llosa a Rodrigo Blanco Calder¨®n es un gran aliciente. Y lo es porque a esos poetas y narradores que rozan los 30 a?os les ha tocado el peor pa¨ªs posible: un pa¨ªs sin libros, sin librer¨ªas, sin ferias, sin becas, sin talleres, sin premios, sin alicientes de ning¨²n tipo. El oficio concebido al desnudo, al m¨¢s bajo grado de soledad, para ponerlos a prueba. Y sin embargo, se trata de una promoci¨®n admirable, cosmopolita en conocimientos y gustos, y autoexigente en cuanto a lo que escriben o logran publicar. Se dir¨ªa que en ellos la tradici¨®n pervive, y que como en otros momentos de dictadura, la literatura venezolana, lejos de apagarse, ha crecido para evitar la destrucci¨®n. Si, pese a los desmanes, un imaginario permanece, se ausculta y se transforma en palabras, la destrucci¨®n se detiene a tiempo. Lo que los autores venezolanos escriben hoy ser¨¢ lo que realmente prevalecer¨¢ ante proclamas huecas. El esp¨ªritu sale a flote en medio de la penuria f¨ªsica, que merece todas las atenciones, y hablar del dolor o la p¨¦rdida, de la muerte o del abandono, de la indiferencia o de la crueldad, ser¨¢ tarea de nuestros escritores. As¨ª se reanudar¨¢ la memoria que este r¨¦gimen ha querido enterrar para verg¨¹enza de una casta que nada ha tenido que ver con los valores seculares de la cultura venezolana.
Antonio L¨®pez Ortega es escritor y editor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.