Lo trivial y lo serio
El primer borrador manuscrito de ¡®La importancia de llamarse Ernesto¡¯ muestra una v¨ªa al pensamiento cr¨ªtico
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Hace unos d¨ªas disfrut¨¦ de uno de esos raros privilegios que a veces nos regala la vida: tuve entre mis manos (sin guantes), y durante unos minutos, el primer borrador manuscrito de La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde. Est¨¢ en la secci¨®n de libros raros de la New York Public Library y por fuera su aspecto no es muy distinto al de cualquier moleskine corriente. Me sorprendi¨® (y envidi¨¦ como solo un escritor sabe envidiar) la velocidad de la letra, la seguridad del trazo casi sin tachaduras y esa ligereza l¨²cida que rezuman siempre los textos de Wilde, pero cuando estaba a punto de dejarme llevar por el odio me alivi¨® cruzarme con la repetici¨®n innecesaria de un par de palabras, unos cuantos lugares comunes que no recordaba y hasta un awful! escrito al margen y con otra tinta, seguramente de una lectura posterior. Lo m¨¢s bonito de todo, sin embargo, estaba en la primera p¨¢gina. Wilde no hab¨ªa debido de encontrar a¨²n su famoso t¨ªtulo definitivo ¡ªLa importancia de llamarse Ernesto¡ª y abre el cuaderno con lo que luego se convertir¨ªa en el subt¨ªtulo de la pieza: Una comedia trivial para gente seria (A trivial comedy for serious people).Tras escribir el t¨ªtulo, tal vez tambi¨¦n en una lectura posterior, hab¨ªa tachado la palabra ¡°trivial¡± y la palabra ¡°seria¡± y las hab¨ªa intercambiado: Una comedia seria para gente trivial. La primera frase era una redundancia, la segunda, un hallazgo literario.
Me pareci¨® tan emocionante asistir a la forma en la que una inteligencia literaria trabaja su material que de pronto sent¨ª que se me pon¨ªan los pelos de punta. Era fant¨¢stico comprobar ¡ªcomo una prueba incriminatoria, como si se tratara de un crimen¡ª algo que siempre hab¨ªa sospechado y que a veces hab¨ªa comprobado en mi propia escritura y hasta en el pensamiento: la forma en la que, para llegar a lo que verdaderamente pensamos o sentimos, a veces necesitamos enunciar el opuesto. O mejor a¨²n, la forma en la que a veces estamos convencidos de tener una opini¨®n, pero descubrimos que somos justo de la contraria cuando, al decirla, nos invade una profunda sensaci¨®n de falsedad. ?Qui¨¦n no ha descubierto que quer¨ªa a alguien cuando dec¨ªa te quiero al azar, a ver qu¨¦ pasa y pensando que no lo sent¨ªa ¡ªy a la inversa, mucho m¨¢s terrible¡ª, qui¨¦n no ha descubierto que no quer¨ªa a alguien por lo profundamente falsas que sonaban esas palabras precisamente cuando m¨¢s necesitaba sentirlas? Hay ciertas frases que parecen francotiradores malignos, apostados en un octavo piso, capaces de derribarnos de un solo tiro y sin derecho a r¨¦plica.
Pero hay otra lecci¨®n en esas dos palabras tachadas y traspuestas: la de la aleatoriedad con la que a veces llegamos a las epifan¨ªas. Wilde parece haber llegado al descubrimiento de que lo que hace que la comedia se active no es tanto su contenido en s¨ª como lo triviales que son sus protagonistas, y llega a ese hallazgo tan complejo con un juego infantil: quitando lo de aqu¨ª y poni¨¦ndolo all¨¢, y viceversa, solo para ver lo que sucede. Y de pronto lo que sucede es la revelaci¨®n, algo a lo que no se habr¨ªa llegado de manera natural.
Antes de tratar de convencer a alguien con alguna opini¨®n, deber¨ªamos pensar hasta qu¨¦ punto es indefendible ¡ªo inarticulable¡ª la contraria
Durante los d¨ªas siguientes estuve revisando otras frases c¨¦lebres de Wilde y me pareci¨® que muchas podr¨ªan haber nacido del mismo patr¨®n: ¡°las preguntas nunca son indiscretas, las repuestas s¨ª¡±, ¡°el hombre cree en lo imposible, no en lo improbable¡±, ¡°la sociedad nunca perdona al so?ador, s¨ª al criminal¡±, todas esas frases brillantes y conceptualmente complejas tienen detr¨¢s, tal vez, el germen de una frase chata, de un lugar com¨²n (la indiscreci¨®n de ciertas preguntas, la imposibilidad de creer en lo improbable, etc¨¦tera), pero establecen una f¨®rmula tanto m¨¢s fascinante cuanto que es f¨¢cil de imitar. Si Wilde pudo hacerlo, ?por qu¨¦ no nosotros? Esa frase tachada hace creer en un pensamiento cr¨ªtico que pase simplemente por acostumbrarnos a comprobar si no ser¨¢ cierto tambi¨¦n ¡ªo incluso m¨¢s cierto¡ª lo contrario de lo que estamos acostumbrados a decir. Nos llevar¨ªamos m¨¢s de una sorpresa. Despierta tambi¨¦n al instante la afici¨®n por las ¡°v¨ªas negativas¡± de la tradici¨®n filos¨®fica y cient¨ªfica, esos caminos ret¨®ricos en los que se demuestra la existencia o la necesidad de algo mediante la imposibilidad de la existencia de su contrario.
Tal vez, antes de tratar de convencer a alguien con alguna opini¨®n, deber¨ªamos pensar hasta qu¨¦ punto es indefendible ¡ªo inarticulable¡ª la opini¨®n contraria, descubrir¨ªamos as¨ª no solo lugares de convergencia con interlocutores que antes nos hab¨ªan pasado inadvertidos, sino tambi¨¦n algo m¨¢s interesante: que muchas veces la verdad no se acomoda en ninguno de los dos sitios, sino en un tercer lugar, complejo, ambiguo, dif¨ªcil de enunciar y m¨¢s a¨²n dif¨ªcil de juzgar, que tiene poco que ver con las filigranas de eso que nos hemos acostumbrado a llamar posverdad. Un lugar al que tentativamente podr¨ªamos llamar realidad.
Andr¨¦s Barba es escritor y actual Jean Strouse fellow de la New York Public Library.
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