La inteligencia de la democracia
En una sociedad del conocimiento los Estados ya no tienen enfrente a una masa informe de ignorantes, sino a una inteligencia distribuida, una ciudadan¨ªa m¨¢s exigente y una humanidad observadora
Tras el debate acerca de si la figura central de nuestras democracias es el intelectual, el experto o el tertuliano (suscitado por Fernando Vallesp¨ªn en estas p¨¢ginas el pasado 1 de septiembre), se esconden diversas maneras de entender la relaci¨®n entre conocimiento y democracia. ?Debemos confiar en la autoridad moral de los intelectuales, en la objetividad de la ciencia y los expertos o en la opini¨®n com¨²n de la gente? Es indudable que nuestros sistemas pol¨ªticos necesitan dotarse de mayores recursos cognitivos para hacer frente a los problemas que tienen que gestionar. La pregunta es si esto se consigue mejor confiando en unas figuras excelsas o en la gente corriente.
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Las democracias son los sistemas pol¨ªticos que mejor aprovechan el saber distribuido de la sociedad contempor¨¢nea, que producen una mejor legislaci¨®n y unas pol¨ªticas p¨²blicas de mayor calidad. Cuando Charles E. Lindblom habl¨® de ¡°la inteligencia de la democracia¡± en los a?os sesenta estaba formulando, al mismo tiempo, una constataci¨®n de hechos y un requerimiento. Las democracias son los sistemas pol¨ªticos m¨¢s inteligentes, pero son tambi¨¦n los que requieren desarrollar m¨¢s inteligencia colectiva si quieren mantener sus est¨¢ndares de legitimidad. Por supuesto que la legitimidad democr¨¢tica se ve reforzada cuando nuestros sistemas pol¨ªticos, gracias a que potencian su capacidad cognitiva, ofrecen mejores resultados, pero no tenemos democracia gracias a nuestro conocimiento, sino en virtud de nuestra ignorancia.
Las democracias son mejores que sus modelos competidores no solo por los valores que promueven, sino tambi¨¦n por la inteligencia que institucionaliza. Las dictaduras, las oligarqu¨ªas y las aristocracias de los expertos no tienen ninguna superioridad epist¨¦mica ni est¨¢n libres de errores de quienes supuestamente saben m¨¢s. La democracia, tantas veces disfuncional, sigue siendo epist¨¦micamente imbatible porque cultiva mejor que otros sistemas pol¨ªticos la divisi¨®n del trabajo, los h¨¢bitos deliberativos y la multiplicaci¨®n de las fuentes de informaci¨®n. Las democracias lo hacen mejor a este respecto que sus modelos alternativos. Existe democracia porque desconocemos lo que hay que hacer y hemos dise?ado nuestras instituciones de manera que se aproveche mejor el saber de la sociedad. Nuestros sistemas pol¨ªticos est¨¢n atravesados por el debate entre quienes quieren que gobierne quien m¨¢s sabe y quienes sospechan de que no habr¨¢ libertad si quienes gobiernan lo hacen apelando a que son quienes m¨¢s saben. La democracia requiere conocimiento, pero se justifica por el desconocimiento.
La ¨²ltima raz¨®n de la democracia es que gestiona mejor la ignorancia que cualquier otro sistema pol¨ªtico
El saber es uno de los principales recursos del Gobierno, pero se encuentra actualmente muy limitado. Estas limitaciones se ponen especialmente de manifiesto en ciertas asimetr¨ªas cognoscitivas a las que el poder pol¨ªtico no estaba acostumbrado, m¨¢s bien al contrario. Por un lado, en una sociedad del conocimiento, los Estados ya no tienen enfrente a una masa informe de ignorantes, sino a una inteligencia distribuida, una ciudadan¨ªa m¨¢s exigente y una humanidad observadora. Por otro lado, el aumento de la complejidad de los problemas que la pol¨ªtica debe resolver se traduce en una disminuci¨®n de las competencias cognitivas del poder pol¨ªtico, muchas de cuyas dificultades proceden no tanto de que no pueda como de que no sabe. Este desaf¨ªo tiene lugar en un momento en el que la pol¨ªtica debe aprender a tomar las decisiones con un conocimiento incompleto, en entornos de incertidumbre.
A diferencia de otros sistemas de gobierno que se apoyan en las (supuestas) capacidades extraordinarias de algunos individuos (teocracias, monarqu¨ªas, aristocracias, dictaduras¡), la democracia es especialmente vulnerable a las debilidades de la naturaleza humana porque se sustenta en las propiedades de las personas ordinarias. El que gobiernen los mejores es o bien una casualidad o algo debido a la inteligencia de un sistema institucional, m¨¢s que a una correcta selecci¨®n de personal. Aunque podemos entender la aspiraci¨®n a ser gobernados por los mejores, esta misma formulaci¨®n no deja de ser cuestionable. ?No hay en este prejuicio un resto de aquel pensamiento seg¨²n el cual los seres humanos solo pueden ser gobernados por algo que est¨¦ por encima, dioses o superhombres? ?Por qu¨¦ nos sorprendemos y escandalizamos tanto cuando descubrimos que quienes nos gobiernan tienen debilidades y cometen errores? ?Acaso nuestros sistemas pol¨ªticos no est¨¢n llenos de disposiciones para que esos errores puedan corregirse y no hagan demasiado da?o, como los plazos tras los cuales el poder se revalida o no, las garant¨ªas constitucionales, la divisi¨®n de poderes, los instrumentos de responsabilidad y rendici¨®n de cuentas?
La ¨²ltima raz¨®n de la democracia y de la inteligencia de sus instituciones es que gestiona mejor la ignorancia que cualquier otro sistema pol¨ªtico. No hay democracia a pesar, sino en virtud de la ignorancia p¨²blica. Existen cosas objetivas, por supuesto, pero la mayor parte de lo que entendemos por pol¨ªtica tiene muy poco que ver con ellas. Quien, como visionario o experto, se crea en disposici¨®n de monopolizar la objetividad producir¨¢ grandes distorsiones en la vida pol¨ªtica. Una de las principales razones para utilizar con sumo cuidado la expresi¨®n ¡°verdad¡± en pol¨ªtica tiene que ver con la experiencia hist¨®rica de en cu¨¢ntas ocasiones creerse en posesi¨®n de ella ha servido para olvidarse de otras dimensiones de la convivencia m¨¢s necesarias. Que las tiran¨ªas ideol¨®gicas o tecnocr¨¢ticas hayan abusado de la verdad no dice, en principio, nada en contra de la verdad, por supuesto, pero parece recomendable que el debate pol¨ªtico se sit¨²e siempre que sea posible en otros t¨¦rminos. Hay muchos asuntos pol¨ªticos que no son categorizables conforme a las calificaciones de lo verdadero y lo falso, o que siendo verdaderos no son pol¨ªticamente realizables, por diversos criterios que tambi¨¦n forman parte del elenco de dimensiones y valores con los que opera la raz¨®n pol¨ªtica.
El modelo del tertuliano representa mejor ese r¨¦gimen de opini¨®n que es el sistema democr¨¢tico
La ignorancia suele tener una connotaci¨®n peyorativa y personaliza esa incompetencia en ciertos ciudadanos o pol¨ªticos, pero no advertimos ni su car¨¢cter general (se trata de una incompetencia sist¨¦mica m¨¢s que de los agentes pol¨ªticos concretos) ni su inevitabilidad (estamos realmente sobrepasados por la naturaleza de los problemas a los que tenemos que enfrentarnos). Y mucho menos se considera que esa ignorancia pueda ser la causa de que tengamos sistemas pol¨ªticos democr¨¢ticos.
?Por qu¨¦ hemos pensado siempre que la ignorancia nos hac¨ªa desiguales, justificaba el poder de las ¨¦lites y los expertos, y no hemos advertido que puede ser un factor de igualaci¨®n, ya que todos somos ignorantes frente a la envergadura de los problemas que tenemos que resolver?
La democracia ser¨ªa precisamente una organizaci¨®n pol¨ªtica de la sociedad que no se apoya tanto en lo que sabemos (autoridad de los expertos y los intelectuales, irrevisabilidad de los acuerdos constitucionales, sospecha hacia la disidencia, evitaci¨®n del conflicto a cualquier precio) como en la necesidad de considerar que la ignorancia es un recurso (que todo poder tiene que permitir su resistencia, del mismo modo que cualquier tesis cient¨ªfica est¨¢ abierta a su refutaci¨®n). Todas las instituciones de la democracia se apoyan a fin de cuentas en la ignorancia, le confieren un valor y la protegen como su verdadera raz¨®n de ser.
Desde este punto de vista, teniendo en cuenta que la democracia gestiona nuestra inmensa ignorancia y no el peque?o saber del que disponemos, el modelo del tertuliano representa mejor ese r¨¦gimen de opini¨®n que es el sistema democr¨¢tico, lo encarna mejor que el profeta intelectual, con su tufillo de superioridad moral, y que los expertos que se creen con el monopolio de la exactitud y la objetividad.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. @daniInnerarity
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