Activistas de sof¨¢
La conversi¨®n de la distop¨ªa en el g¨¦nero del momento puede provocar, parad¨®jicamente, una indeseable desmovilizaci¨®n
Imposible no acordarme de la sensaci¨®n que me caus¨® El planeta de los simios. Fue tan impactante como el descubrimiento de la muerte a los cinco a?os. Era, si cabe, un hallazgo m¨¢s perturbador: de pronto, los adolescentes vislumbr¨¢bamos la posibilidad de que una civilizaci¨®n, la nuestra, pudiera estar abocada a un tr¨¢gico final. Ah¨ª estaba, surgiendo de la arena de la playa, esa antorcha de la Estatua de la Libertad que Charlton Heston observaba estremecido. Los adultos conten¨ªan el aliento; a los j¨®venes nos provocaba una sacudida mental. Fue mi bautismo en el g¨¦nero dist¨®pico. Luego ya llegaron las lecturas cl¨¢sicas, H.?G. Wells y Orwell. La ciencia ficci¨®n, y, en concreto, ese derivado que es la literatura de la anticipaci¨®n, ha contribuido a que los lectores o los espectadores pudi¨¦ramos imaginar un futuro en el que la capacidad destructiva del ser humano hubiera borrado la huella de nuestra existencia en el planeta reduci¨¦ndola a meros f¨®siles. Cada vez que hemos estado sometidos a una crisis, la literatura o el cine han reaccionado activando la idea de hecatombes planetarias. La crisis del petr¨®leo, la amenaza nuclear o el cambio clim¨¢tico han producido obras de gran altura como El incidente, Hijos de los hombres, Inteligencia artificial o The Road,por poner algunos ejemplos memorables, pero tambi¨¦n se ha rendido a las exigencias comerciales de la cultura pop transformando un g¨¦nero que algo tiene de funci¨®n social en un despliegue fabuloso de efectos especiales encaminado al consumo masivo. La excusa de lo apocal¨ªptico alimenta a menudo historias de irreflexivo entretenimiento, a veces muy rid¨ªculas por la proliferaci¨®n abrumadora de cat¨¢strofes espectaculares.
En esta ¨¦poca en la que cunde el pesimismo, por razones que confirma la comunidad cient¨ªfica, el g¨¦nero del desastre inminente est¨¢ viviendo un gran momento. Es indudable que El cuento de la criada despert¨® muchas conciencias. Aunque curiosamente la idea de Atwood estuviera inspirada por los reg¨ªmenes totalitarios de los a?os ochenta en el este de Europa, la ficci¨®n obr¨® el milagro y los lectores (lectoras mayoritariamente) actualizaron esta distop¨ªa casi treinta a?os despu¨¦s, ya que cuadraba a la perfecci¨®n con los miedos del presente: el deterioro ambiental, la amenaza totalitaria, la baja natalidad y el uso de las mujeres como meros sujetos reproductivos. La coincidencia de la nueva corriente feminista y el despertar de la conciencia ecol¨®gica confluyeron para que la novela, vista ahora en televisi¨®n, se convirtiera en una bandera a favor de la igualdad que enarbolaron mujeres muy j¨®venes.
Vemos tambi¨¦n la inglesa Years and Years, que anticipa un futuro inmediato, cuyo aliento sentimos ya en la nuca, en el que habr¨¢ cundido el caos, la guerra, el racismo de los que sienten sus privilegios amenazados y la huida de los desarrapados de lugares de conflicto o contaminados medioambientalmente; al mismo tiempo, seguimos, expectantes y alucinados, el deterioro de la vieja democracia brit¨¢nica, su insensato descenso a un negro porvenir. El presente est¨¢ dando mucha tarea a los guionistas, que se han convertido en los traductores de situaciones que nos resultan dif¨ªciles de comprender, protagonizadas por l¨ªderes brutales, temerarios. Pero mi temor es que nos engolfemos en lo dist¨®pico, que nos refugiemos, fatalistas y aturdidos, en la placidez del sof¨¢, y enganchados a argumentos bien escritos y magn¨ªficamente interpretados, consideremos que nuestro activismo empieza y termina en ver una serie y recomendarla en las redes. Y es que esa conversi¨®n de la distop¨ªa en el g¨¦nero del momento, su arrasador atractivo popular, puede provocar, parad¨®jicamente, una indeseable desmovilizaci¨®n.
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