De premio, humillaci¨®n
No existe nadie con talento que no haya cometido errores en su oficio
Nadie sospecha de los premios cuando los recibe. El halago a la propia vanidad impide una mirada levemente cr¨ªtica sobre ellos. Hay muchos que consisten en asociar el prestigio de una persona a cierta instituci¨®n, banco, localidad o marca. Si en Zoquete de Arriba premian a Nelson Mandela, lo que est¨¢n es premi¨¢ndose a s¨ª mismos. Por eso, cada vez m¨¢s, los galardones exigen en la letra peque?a que el ganador acuda a la entrega. La sesi¨®n de fotos es imprescindible para el proceso de apropiaci¨®n consentida. No se pod¨ªa esperar menos de una sociedad de consumo. Te compras una persona y su prestigio. Todo este proleg¨®meno sirve para evidenciar el asco que provoca la lectura en profundidad de la noticia por la cual la revista Nature retiraba su premio al cient¨ªfico Carlos L¨®pez Ot¨ªn. La distinci¨®n concedida en 2017 al bioqu¨ªmico espa?ol lo consagraba como ¡°l¨ªder ejemplar del laboratorio¡± y estaba dotada con la cantidad de 5.000 euros. Poco dinero para la prosopopeya del enunciado, pero la revista reparte certificados de excelencia.
Tras un proceso largo y cuajado de elementos demasiado sospechosos, incluida la muerte de todos los ratones de su bioterio en el laboratorio de la Universidad de Oviedo, 18 de los 97 art¨ªculos publicados por L¨®pez Ot¨ªn y su equipo y analizados por la revista han resultado tener problemas en las im¨¢genes. El jurado que concedi¨® aquel premio no ha sido reunido de nuevo, sino que la revista ha preferido sacudirse de encima al galardonado, eso s¨ª, dejando por escrito en su decisi¨®n que no debe interpretarse como una cr¨ªtica a las investigaciones del cient¨ªfico. Entonces, ?c¨®mo debe interpretarse? Tan solo como el proceso inverso a la concesi¨®n. ?Yo atrapo a alguien cuyo prestigio me interesa y lo humillo p¨²blicamente cuando asociarme con ¨¦l puede perjudicarme? En el mundo comercial esa actitud se conoce como la de usar y tirar. En las relaciones humanas se reduce a tratar a las personas como perdices en cacer¨ªa. Sin analizar en profundidad la esencia profesional del asunto, nos concierne la vertiente humana.
Si de lo que hablamos es de errores y jam¨¢s trampas, entonces nos encontramos ante una decisi¨®n tan turbia como desgarradora. No existe nadie con talento que no haya cometido errores en su oficio. Una vez, Billy Wilder me confes¨® que le segu¨ªa atormentando una secuencia de El?apartamento que consideraba fallida. No corrieron por ello a quitarle el Oscar. Es m¨¢s, los fracasos son el nutriente de todo acierto may¨²sculo. Hay algo repugnante en toda esta historia, porque apunta hacia la destrucci¨®n profesional de un investigador objetivamente valioso. Dicen los que conocen el territorio que Juego de tronos es una pel¨ªcula de Disney al lado de las cuchilladas y las inquinas criminales que tienen lugar en algunas facultades. Pero si nos dan a elegir entre una revista que sirve de escaparate cient¨ªfico y los avances que se logran a pesar de zancadillas y carencias, no tenemos dudas, nos quedamos con lo segundo. Por puro ego¨ªsmo. Dependemos de quien arriesga y se esfuerza, entre ensayos y errores, porque sin ellos no hay avance posible. Los premios, las vanidades, el reconocimiento masivo son accidentes laborales. En todo este baile de pasar de ser honoris causa a persona non grata hay alguien que sale siempre indemne: el que exprimi¨® el lim¨®n de los dem¨¢s para la foto y lo tir¨® cuando ya no le serv¨ªa.
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