Lorenzo Caprile y la moda vampira
Seductora, fr¨ªvola y vampira. La moda coquetea con la historia, la pol¨ªtica y la sociolog¨ªa sin profundizar en ninguna de ellas. ?Pero es arte? Toda una generaci¨®n de comisarios lleva a?os buscando un equilibro entre los aspectos m¨¢s turbios y los m¨¢s acad¨¦micos.
LA MODA EN LOS MUSEOS est¨¢ de moda. Este juego de palabras facil¨®n encierra la esquizofrenia de la palabra ¡°moda¡±. ?Qu¨¦ es moda? ?La ropa que vestimos todos los d¨ªas? ?Lo que nos ense?an ¡ªcon poco ¨¦xito, por cierto¡ª las revistas especializadas? ?Las ocurrencias para la pasarela de los dise?adores? ?O los vaivenes de las apetencias del ser humano en todos los ¨¢mbitos del consumo: decoraci¨®n, m¨²sica, cocina, cine, arte¡? Y hablando de arte, la moda ?es arte? ?S¨ª? ?No? Si no lo es, ?c¨®mo se atreve a penetrar en los museos? Todas estas preguntas, y much¨ªsimas m¨¢s, se agolpan en mi cabeza mientras escribo estas l¨ªneas.
Sin entrar a definir lo que es ¡ªo no¡ª arte en estas primeras d¨¦cadas del siglo XXI, personalmente, pienso que la moda ¡ªropa, indumentaria, traje¡ª no es arte. Recuerdo que mis profesores me ense?aron que el arte ten¨ªa que ver con valores absolutos y eternos, conceptos que son la ant¨ªtesis de la moda en s¨ª. La moda es algo ef¨ªmero: lo que nos gusta hoy lo descartaremos ma?ana, y as¨ª sucesivamente. Me resulta muy curioso que en esto coincidan (casi) todos los grandes de la moda; y cuando digo grandes me refiero a mademoiselle Chanel, a Yves Saint Laurent, a Chistian Lacroix, al signore Armani, al kaiser Karl o a Emanuel Ungaro¡, disc¨ªpulo este ¨²ltimo del mism¨ªsimo Crist¨®bal Balenciaga, de quien su gran amiga la editora de Vogue Bettina Ballard dijo: ¡°Nunca fue un intelectual; sab¨ªa poco del arte o la historia de su pa¨ªs¡ Nunca consegu¨ª llevar a Crist¨®bal al Prado¡±. Impresi¨®n que queda m¨¢s que confirmada despu¨¦s de leer el fascinante libro Balenciaga: mi jefe. En la correspondencia entre el maestro y su ¨²ltimo cortador, Juan Mari Emilas, se habla de sisas, patrones, aplomos, pruebas, glasillas, medidas, piquetes, clientas caprichosas e insufribles, pero desde luego ni una palabra sobre arte o historia, algo l¨®gico si nos tomamos la molestia de profundizar en la biograf¨ªa de este creador ¨²nico y no creer a pies juntillas la fantasiosa hagiograf¨ªa imperante.
Entonces, si la moda no es arte, ?merece entrar en los museos o tener incluso, ?vaya desfachatez!, uno propio? S¨ª, por supuesto que s¨ª. Porque la moda no solo es el m¨¢s fiel reflejo del ser humano: es su propio espejo.
Cada vez que trato este tema con amigos que comparten conmigo esta pasi¨®n por la moda y su historia ¡ªrecuerdo conversaciones con las historiadoras Miren Arzalluz y Amalia Descalzo, o los coleccionistas Lydia Garc¨ªa L¨®pez-Trabado y Josep Casamartina¡ª llegamos a la conclusi¨®n de que no se trata de saber si la moda es arte o no. La moda va m¨¢s all¨¢, es otra cosa, es algo amorfo, tramposo e inclasificable porque abarca y bebe de todas las disciplinas relacionadas con el ser humano: historia, pol¨ªtica, econom¨ªa, sociolog¨ªa, geograf¨ªa, antropolog¨ªa, psicolog¨ªa, sexolog¨ªa, medicina, higiene, ¨¦tica, religi¨®n, etc¨¦tera. Coquetea con todas, pero no profundiza en ninguna de ellas: la moda es as¨ª, seductora, fr¨ªvola, perversa, facilona y muy vampira; coge de aqu¨ª y de all¨¢ para nutrirse de todo aquello que sirva mejor a sus intereses: satisfacer la vanidad del ser humano y aprovecharse de sus miedos e inseguridades.
Y precisamente por esta versatilidad intr¨ªnseca tan suya, la moda, cuando llega a los museos, puede permitirse el lujo de dialogar con cualquier ocurrencia del comisario o experto de turno, olvid¨¢ndose la mayor¨ªa de las veces de lo esencial: ense?ar al gran p¨²blico que la moda es el fiel, doloroso y tr¨¢gico reflejo de la sociedad a la que viste.
?Qui¨¦nes se vest¨ªan as¨ª? ?Por qu¨¦ se vest¨ªan as¨ª? ?Desde cu¨¢ndo y hasta cu¨¢ndo se vest¨ªan as¨ª? Estas son las preguntas que deben responderse si la moda desembarca en los museos. Por todo ello, la moda en los museos resulta siempre un tema complicado y, digamos, dif¨ªcil. Tan dif¨ªcil que es una especialidad muse¨ªstica relativamente reciente. Las primeras colecciones de trajes nacieron como ap¨¦ndices de grandes museos, dentro de ese apartado que era un caj¨®n de sastre, nunca mejor dicho, denominado artes decorativas o menores: es decir, todos aquellos objetos, artefactos ¡ªpor utilizar el t¨¦rmino acad¨¦mico¡ª que han contribuido a adornar y significar la vida del ser humano a lo largo de los siglos. Y as¨ª, orfebrer¨ªas, tapicer¨ªas, muebles, joyas, cristales, vajillas, porcelanas, bordados, encajes, esmaltes, azulejos¡ y la ropa.
De vez en cuando alg¨²n conservador o coleccionista iluminado (Laver en el V&A, Bloom en el MET, Rocamora en Espa?a) organizaba con mucho esfuerzo y un gran escepticismo por parte de sus superiores o sus mecenas, todo hay que decirlo, alguna exposici¨®n sobre trajes y ropajes: eran montajes tristes, con olor a naftalina, casi museos de cera, en los que se mostraban las vestimentas ¡ªm¨¢s o menos bien colocadas y restauradas y en riguroso orden cronol¨®gico¡ª de las clases m¨¢s altas del periodo elegido al que se consagraba la exposici¨®n. Habr¨ªa que esperar hasta los primeros a?os setenta del siglo XX para que se produjera el boom de la moda en los museos, gracias, c¨®mo no, a la inclasificable Diana Vreeland. Sin entrar en detalles de lo que esta editora ha significado para la moda del siglo XX, fue desde una de sus primeras exposiciones para el MET, precisamente la que dedic¨® a Balenciaga en 1972, cuando empezaron a definirse las reglas de una exposici¨®n o museo de la moda y a barruntarse todos los problemas que esta ocurrencia podr¨ªa acarrear.
Solo cuando dejemos de tratar la moda como arte entenderemos su misterio y grandiosidad
A los cr¨ªticos que le reprocharon sus inexactitudes hist¨®ricas, ella les contest¨®: ¡°No quiero que me eduquen, quiero que me ahoguen en belleza¡±. Y sus exposiciones ¡ªfieles a este lema¡ª fueron un conjunto de bell¨ªsimos y espectaculares escaparates en los que la pedagog¨ªa y la historia no solo se ahogaban, se hund¨ªan completamente a favor de ese concepto tan temido por todos los museos: el entretenimiento.
La gran crisis lleg¨® en 1983; Vreeland abri¨® las sagradas puertas del MET a Yves Saint Laurent. Por primera vez en el mundo, un modista, couturier, creador, dise?ador ¡ªc¨®mo pretender que nos tomen en serio si ni siquiera sabemos definir nuestro oficio¡ª entraba en un museo no solo antes de morir, sino en el pleno apogeo de su carrera. La retrospectiva, magn¨ªfica, y cuyo cat¨¢logo es objeto de culto para los coleccionistas, atrajo todo un aluvi¨®n de cr¨ªticas por los intereses econ¨®micos de la marca YSL vinculados a la exposici¨®n: un museo no es una tienda, ?o tal vez s¨ª? ?Merec¨ªa un modista vivo mostrar sus creaciones en un museo serio de arte? Entonces, ?qu¨¦ diferencia hab¨ªa entre la exposici¨®n de Vreeland y la red de tiendas que Yves Saint Laurent ten¨ªa por todo el mundo? Y mientras crec¨ªa la pol¨¦mica, tambi¨¦n aumentaba el n¨²mero de visitantes, y aquella exposici¨®n confirm¨® con creces lo que ya se intu¨ªa: que la f¨®rmula moda m¨¢s museo equival¨ªa a ¨¦xito seguro. ?xito de p¨²blico, ¨¦xito medi¨¢tico, ¨¦xito econ¨®mico. ?Qu¨¦ m¨¢s se pod¨ªa pedir? La moda en los museos se convirti¨® en una apuesta segura.
El dinero perdona todos los pecadillos, incluidos los de la Vreeland, y lo cierto es que su tit¨¢nica y pol¨¦mica iniciativa abri¨® el camino a toda una generaci¨®n de conservadores que a lo largo de estos a?os han intentado, con m¨¢s o menos fortuna, lograr un equilibrio formal entre los aspectos m¨¢s turbios de la moda ¡ªel espect¨¢culo, las celebridades, la superficialidad¡ª y sus aspectos m¨¢s serios y acad¨¦micos: las relaciones que la moda, como fiel reflejo de la sociedad a la que viste, tiene con la historia, la econom¨ªa y la evoluci¨®n misma de esa sociedad. En fin, ese dif¨ªcil equilibrio entre educaci¨®n y entretenimiento en el que hoy se debaten todos los museos.
Akiko Fukai desde el Kyoto Costume Institute, Pamela Goblin desde el V&A, Olivier Saillard desde el Palais Galliera, Valerie Steele desde el Museo del Fashion Institute of Technology (FIT), Andrew Bolton desde el MET o Juan Guti¨¦rrez desde el Museo del Traje de Madrid, entre muchos otros, han continuado la labor de la Vreeland organizando magn¨ªficas exposiciones en las que este equilibrio, dificil¨ªsimo, a veces se inclina hacia un lado o hacia el otro, en funci¨®n del tema elegido y, sobre todo, del mecenas que ha financiado la exposici¨®n. Nada nuevo bajo el sol. Ninguno de ellos ha superado todav¨ªa el trabajo de la pareja formada por Harold Koda ¡ªcon quien me une una estimulante relaci¨®n epistolar¡ª y Richard Martin, que aprendieron con Vreeland, se forjaron en el Museo del FIT y se consagraron en el Costume Institute del MET. La muerte prematura de Martin trunc¨® tr¨¢gicamente la carrera de esta pareja, cuyos montajes ¡ªy entre ellos destaco ?Fashion & Surrealism, con la colaboraci¨®n entre Dal¨ª y Schiaparelli en un puesto de honor, y An Elegant Art, sobre la moda en la Francia del siglo XVIII¡ª fueron un mezcla perfecta de interpretaci¨®n hist¨®rica, impecable ejecuci¨®n t¨¦cnica, rotunda pedagog¨ªa y, por supuesto, c¨®mo no, un pellizco de espect¨¢culo y entretenimiento.
Como conclusi¨®n final, sue?o con que esta v¨ªa de trabajo que se inaugur¨® en Espa?a con el Museo del Traje de Madrid ¡ªque por desidia de unos y otros naci¨® enfermo de aluminosis y trampas burocr¨¢ticas¡ª, y que sobrevive a duras penas gracias a su formidable equipo, se consolide en nuestro pa¨ªs y evolucione hasta lograr que los museos y exposiciones de moda dominen ese precario equilibrio entre pedagog¨ªa y entretenimiento, entre historia y espect¨¢culo; que descubran los secretos de mi oficio y no solo los de los personajes famosos que vistieron esos trajes. Montajes en los que se pueda tocar, palpar, examinar, analizar las prendas por dentro, que ense?en por qu¨¦ se eligi¨® ese tejido y no otro, ese patr¨®n y no otro; que ense?en la moda femenina y tambi¨¦n la masculina, y en los que las m¨¢s innovadoras tecnolog¨ªas digitales recreen los tres fundamentos del traje: el volumen, la silueta y el movimiento. Exposiciones en las que tengan el mismo valor el vestido exclusivo y firmado de alt¨ªsima costura y su humilde y casera imitaci¨®n, porque los dos son el fiel reflejo de la sociedad en la que vivo y que aspiro a conocer mejor.
Solo cuando dejemos de tratar la moda como arte, lograremos entender todo su misterio y toda su grandiosidad; mientras tanto, disfruto de entretenidas y vistosas exposiciones en las que el retrato blanco sirve de fondo al traje blanco.
Menos es nada.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.