Calor¨ªas baratas
La epidemia de obesidad infantil obliga a intervenir sobre la oferta alimentaria
Mientras avanzan, aunque m¨¢s lentamente de lo deseable, los programas para erradicar el hambre y la malnutrici¨®n infantil en los pa¨ªses pobres, una nueva forma de malnutrici¨®n se extiende por todo el mundo, incluidos los pa¨ªses avanzados, hasta el punto de poner en riesgo los derechos de la infancia. Es la malnutrici¨®n que resulta de una dieta desequilibrada y poco saludable que, unida al creciente sedentarismo, est¨¢ provocando una epidemia de obesidad infantil. Espa?a es uno de los pa¨ªses m¨¢s afectados. Un informe realizado por Unicef con datos de 3.803 escolares de 245 centros revela que el 35% de ni?os y adolescentes de entre 8 y 16 a?os tiene sobrepeso y el 14,2%, obesidad. Pero lo m¨¢s relevante es que el problema afecta con mayor intensidad a segmentos de poblaci¨®n con menos ingresos. A mayor pobreza, mayor tasa de sobrepeso y obesidad infantil.
La dieta es uno de los principales determinantes de salud. A las carencias econ¨®micas, de bienestar y de educaci¨®n que sufren las familias en situaci¨®n de pobreza se a?ade en este caso un factor de desigualdad que se proyectar¨¢ sobre toda la vida adulta de estos ni?os, pues la obesidad provoca diabetes y patolog¨ªa cardiovascular. La mayor incidencia del sobrepeso en las familias pobres se debe en parte a la falta de conocimientos sobre diet¨¦tica y salud, pero sobre todo a la existencia de una oferta de alimentos procesados y bebidas azucaradas muy baratos que ingeridos en exceso provocan un r¨¢pido incremento de peso. El problema es que estos alimentos resultan atractivos porque tienen potenciadores del sabor, pero adem¨¢s son m¨¢s asequibles que los alimentos frescos y saludables. Son las llamadas calor¨ªas baratas, que adem¨¢s de ser m¨¢s accesibles se presentan con una publicidad muy agresiva que las hace especialmente deseables.
Se trata de una realidad compleja que hay que abordar, porque no hacerlo condicionar¨¢ la salud de estos ni?os para el resto de su vida y comportar¨¢ una carga muy onerosa para el sistema sanitario p¨²blico. Puesto que en el origen hay un problema de educaci¨®n, es preciso reforzar los programas de formaci¨®n diet¨¦tica y llegar a las familias de riesgo a trav¨¦s de los propios colegios. Tambi¨¦n se puede incidir a trav¨¦s de las becas de comedor, incluyendo en los criterios de concesi¨®n no solo los econ¨®micos, sino de prevenci¨®n de la obesidad. Y es preciso asegurar tambi¨¦n que los ni?os hacen en el colegio suficiente ejercicio f¨ªsico para contrarrestar la tendencia al sedentarismo.
Todas estas medidas son necesarias, pero sus resultados son lentos. Mucho m¨¢s eficaz es intervenir sobre la oferta, regulando mejor desde una perspectiva de salud p¨²blica los alimentos procesados con elevados contenidos en grasas, sal o az¨²car. La ingesta continuada de estos productos altera el umbral de tolerancia, de manera que el gusto se acostumbra a esos ingredientes y cada vez los necesita en mayor proporci¨®n. Todo ello, agravado por una publicidad a veces enga?osa que pone el acento en la abundancia y la experiencia m¨¢s que en la calidad y la salud. La ¨²nica forma de romper esta espiral es conseguir que los alimentos preparados reduzcan el potencial cal¨®rico y se acerquen lo m¨¢s posible a su sabor natural. Para ello es preciso alcanzar una alianza entre las pol¨ªticas p¨²blicas y una industria alimentaria que no puede ignorar el grave problema de salud que se est¨¢ creando.
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