El hartazgo
Nadie deber¨ªa sorprenderse de que las protestas en Latinoam¨¦rica sigan multiplic¨¢ndose y se profundicen cada vez m¨¢s, porque el hartazgo es mucho y las opciones, muy pocas
Como si se tratara de una reacci¨®n en cadena, en unas pocas semanas hemos atestiguado el estallido de intensas protestas ciudadanas a lo largo de Am¨¦rica Latina. Chile, Ecuador y Bolivia vinieron a sumarse, de golpe y porrazo, a las ya convulsionadas Venezuela y Nicaragua. Y tampoco es que est¨¦n en santa paz Brasil, Colombia, Argentina o Per¨² (M¨¦xico, en este caso, se cuece un poco aparte, pero no por estar mejor, sino solo en un momento distinto).
Algunos analistas hablan ya de una ¡°primavera latinoamericana¡±. Quiz¨¢ habr¨ªa que tom¨¢rselo con reservas. Porque la simultaneidad de estas crisis (en Chile, de hecho, la palabra ¡°crisis¡± se queda corta, y podemos hablar de un levantamiento popular contra el gobierno de Sebasti¨¢n Pi?era) no debe llevarnos a sacar conclusiones f¨¢ciles. Hablamos de pa¨ªses con historias, contextos y circunstancias diferentes. Los disparadores de las convulsiones han sido, en algunos casos, medidas econ¨®micas impopulares, en otros elecciones que se enturbiaron, y hay de por medio otros procesos de larga putrefacci¨®n.
Las protestas que se han desatado no comparten siquiera un signo ideol¨®gico com¨²n. Entre los gobiernos puestos en jaque hay derechistas lo mismo que izquierdistas y otros, como el de Ecuador, que da bandazos en el espectro pol¨ªtico. En realidad, el mayor parecido que puede se?alarse entre los diferentes episodios se encuentra del lado de las respuestas oficiales. La represi¨®n violenta, ya sea mediante los cuerpos armados institucionales o ¡°milicias¡± oficiosas, sigue siendo la forma habitual en la que el poder en Am¨¦rica Latina reacciona ante cualquier cuestionamiento que llene las calles (a las que considera suyas) y ponga en guardia a los medios no sometidos, a fuerza o por pactos (a los que, sintom¨¢ticamente, el poder hostiliza y desacredita). As¨ª, las v¨ªctimas civiles chilenas y ecuatorianas se han sumado a las que, desde hace a?os y en n¨²meros que deber¨ªan aterrarnos, ha dejado la represi¨®n en Venezuela, Nicaragua o Colombia.
?Puede sacarse algo en claro, pues, de lo que pasa hoy mismo en Am¨¦rica Latina? S¨ª. Respetando las diferencias hist¨®ricas y sociales, y sin amalgamar lo que no puede ni debe confundirse, quiz¨¢ haya conclusiones posibles y de calibre. Que es imposible negar que existe una inconformidad extendida, por ejemplo, pues la disparidad en el ingreso en nuestros pa¨ªses no deja de aumentar y la vida de casi todos se ha vuelto m¨¢s dura y precaria. Que la papa caliente de la migraci¨®n masiva (que no es solamente la de centroamericanos y mexicanos hacia Estados Unidos, sino tambi¨¦n el ¨¦xodo de proporciones b¨ªblicas de los venezolanos que han huido del gobierno de Nicol¨¢s Maduro) fue el primer y m¨¢s claro s¨ªntoma del extendido hartazgo ante la miseria, la ultraviolencia y la falta de oportunidades y pocos han querido verlo. Que las elites pol¨ªticas y econ¨®micas latinoamericanas son de una insensibilidad y ceguera asombrosas. Que las urnas, en general, solo han servido para perpetuar a esas elites o para ayudar a crear otras nuevas, que en cinco minutos se comportan con la misma insensibilidad y ceguera. Que la democracia, por consiguiente, se degrada, para beneficio de proyectos pol¨ªticos radicales y belicosos, de derecha e izquierda. Que el di¨¢logo y la conciliaci¨®n est¨¢n olvidados en toda la regi¨®n. Que la ideolog¨ªa hace que algunos se tapen el ojo derecho (y no quieran ver o vean con distorsi¨®n lo que pasa en Chile o Colombia) y otros el izquierdo (y hagan lo mismo con Venezuela, Nicaragua o Bolivia). Que nadie deber¨ªa sorprenderse de que las protestas sigan multiplic¨¢ndose y se profundicen cada vez m¨¢s. Y se sumen pa¨ªses hasta ahora en relativa calma. Porque el hartazgo es mucho y las opciones, muy pocas.
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