C¨®mo los primeros pasajes del terror lograron parar los pies a los v¨¢ndalos callejeros en Halloween
Hoy pagamos por huir de zombis igual que anta?o hac¨ªamos cola para ver las cabezas de cera de las v¨ªctimas de la Revoluci¨®n Francesa. Repasamos la historia de estas instalaciones maquiav¨¦licas que originalmente invent¨® un grupo de vecinos encabronados
Cuenta el actor Juan Luis Menor que, cuando los responsables del Parque de Atracciones de Madrid convocaron castings para elegir al elenco de El Viejo Caser¨®n, su primera atracci¨®n de terror, apenas se presentaron candidatos. "Era una cosa tan novedosa que la gente no entend¨ªa qu¨¦ tipo de casting era este", recuerda. Era 1989. El parque madrile?o se un¨ªa a la fiebre ochentera por el cine de terror y lo hac¨ªa con un formato novedoso, el del pasaje teatralizado, que despu¨¦s exportar¨ªa a numerosos pa¨ªses, pero cuyos antepasados se remontan al siglo XIX, para continuar con la lucha desesperada de unos vecinos por controlar las vand¨¢licas celebraciones de Halloween.
"Aquello no ten¨ªa nada que ver con el trabajo de un actor cl¨¢sico", explica Menor. "Hab¨ªa que maquillarse, improvisar, interactuar con la gente. Tardamos un mes y medio en aprender a maquillarnos". A Menor le toc¨® en suerte el papel de Dr¨¢cula, que ejerci¨® durante 15 a?os, altern¨¢ndolo con otros como el monje de El nombre de la rosa o Freddy Kruger, la estrella de Pesadilla en Elm Street. Hoy lleva 30 a?os dando sustos, y asegura no haberse cansado de ello.
Las fotos de aquella atracci¨®n, hoy desaparecida o transformada radicalmente, recuperan la inquietante imagen de una casa abandonada y gris¨¢cea. En el interior, efectos especiales, decorados, luces y sombras estrat¨¦gicamente distribuidas y una funci¨®n teatral que cambiaba cada d¨ªa. Inicialmente concebido como una atracci¨®n estacional para tres meses, el ¨¦xito de la iniciativa llev¨® a consolidarlo hasta el d¨ªa de hoy.
"La gente reaccionaba con mucha alegr¨ªa, con ganas de soltar adrenalina. Quer¨ªan ver en persona lo que siempre hab¨ªan visto en el cine. Adem¨¢s, desde el principio nos pidieron que mantuvi¨¦ramos el misterio, que no nos sac¨¢ramos fotos cuando nos maquill¨¢bamos, para que fu¨¦ramos el personaje", recuerda Menor. "Nadie hab¨ªa visto un espect¨¢culo de terror y nos vimos involucrados en una turbulencia, en algo raro, porque gente y m¨¢s gente ven¨ªa cada d¨ªa".
Este a?o, tres d¨¦cadas despu¨¦s de aquella inauguraci¨®n, el Parque de Atracciones ha decidido reeditar algunas de las escenas que se imprimieron en la retina del p¨²blico de la generaci¨®n X: la ni?a de El exorcista, un sanguinario payaso, Dr¨¢cula o Frankenstein. Terror vintage para nost¨¢lgicos en una ¨¦poca en que los nuevos fen¨®menos piden paso y los zombis de The Walking Dead han sustituido en el imaginario popular (y en los pasillos del renovado Pasaje del Terror) a los fantasmas rom¨¢nticos de anta?o.
El Viejo Caser¨®n lleg¨® a Madrid en 1989 e inaugur¨® una f¨®rmula que se ha replicado posteriormente en distintos pa¨ªses, pero las ra¨ªces de este singular tipo de negocio se hunden en la noche de la modernidad. Es posible que la primera vez que alguien pagara una entrada por pasar miedo fuera para visitar la C¨¢mara de los Horrores de Marie Tussaud, inaugurada en Londres en 1802.
Tussaud, que hab¨ªa aprendido de su padrastro cirujano el oficio de realizar m¨¢scaras mortuorias, abri¨® al p¨²blico una peculiar sala en la que expuso r¨¦plicas de cera de las cabezas guillotinadas de algunas v¨ªctimas ilustres de la Revoluci¨®n Francesa. All¨ª estaba Luis XVI, Mar¨ªa Antonieta, Marat o Robespierre; si se cree lo que aseguraba Tussaud, ella misma hab¨ªa tomado los moldes con las cabezas a¨²n calientes. Aunque la funci¨®n de aquellas cabezas extraordinariamente realistas era did¨¢ctica, el m¨¢rquetin de la ¨¦poca vino a echarle una mano, el morbo se uni¨® a la fiesta y las colas fueron inmensas. En los albores del Romanticismo, el p¨²blico descubr¨ªa que la adrenalina del terror era una forma de entretenimiento como otra cualquiera.
De ah¨ª a los modernos pasajes del terror, llenos de efectos especiales, luces fantasmag¨®ricas, actores entrenados estrat¨¦gicamente para asustar, recodos misteriosos y tensi¨®n controlada (el recorrido no dura m¨¢s de 15 minutos en la mayor¨ªa de los casos), hay un paso. La industria del entretenimiento ha convertido el terror y sus arquetipos en f¨®rmulas comerciales infalibles.
Entretener a los v¨¢ndalos
Por eso sorprende descubrir que, en sus or¨ªgenes, los primeros pasajes del terror, o casas encantadas, fueron una maniobra de distracci¨®n para ni?os y adolescentes. Cuenta la autora Lisa Morton en Trick or treat: a history of Halloween (2012) que, durante los a?os de la Gran Depresi¨®n estadounidense, posterior al crack de 1929, la costumbre de hacer travesuras durante Halloween se hab¨ªa ido de madre (vandalismo, robos, peleas) y se hab¨ªa convertido en un quebradero de cabeza para quienes lo sufr¨ªan. As¨ª que algunos vecinos empezaron a decorar los s¨®tanos o desvanes de sus casas con motivos macabros, alusivos a las leyendas de Halloween. El entretenimiento consist¨ªa en que los ni?os pasaran la noche de susto en susto, recorriendo las instalaciones amateur de sus vecinos, y de paso se olvidaran de romper farolas y reventar buzones.
Esta descripci¨®n, extra¨ªda de una octavilla casera impresa en 1937 para atraer a los vecinos, evoca la atm¨®sfera de estas rudimentarias atracciones: "La entrada exterior conduce a un encuentro con fantasmas y brujas en el desv¨¢n. En las paredes hay jirones de pieles apolilladas y trozos de h¨ªgado crudo. Desde las esquinas oscuras llegan gemidos extra?os y aullidos, esponjas mojadas y velos cuelgan del techo y te rozan la cara¡ Las puertas est¨¢n bloqueadas as¨ª que los invitados deben abrirse paso por un t¨²nel tenebroso, al final del cual oye un maullido lastimero y ve un gato de cart¨®n negro marcado con pintura fosforescente".
Todo este despliegue de creatividad do it yourself recibi¨® un espaldarazo cuando Disney inaugur¨® en su parque de Florida en 1969 The Haunted Mansion, un ¨¦xito rotundo que atrajo, el d¨ªa de su apertura, a 82.000 personas. Tras este hito, las atracciones de terror se multiplicaron. En Estados Unidos lo hicieron animadas por una asociaci¨®n ben¨¦fica juvenil, la Junior Chamber, que organizaba este tipo de instalaciones para recaudar fondos para sus actividades. En todo el mundo el terror se convirti¨® en un recurso seguro. Los parques de atracciones y las ferias comenzaron a ofrecer versiones rudimentarias como el tren de la bruja, una atracci¨®n de bajo coste (requiere menos inversi¨®n, por ejemplo, que una monta?a rusa) que consiste en un trenecito que va circulando por decorados tenebrosos.
En el fondo, no era nada nuevo: ya antes de las primeras casas encantadas estadounidenses de los a?os treinta, el fabricante ingl¨¦s de atracciones mecanizadas Orton and Spooner hab¨ªa patentado su Haunted Cottage, una casita de campo que escond¨ªa terror¨ªficos aut¨®matas. Inaugurada en 1915, en 2017 fue restaurada y hoy se puede vistar en Hollycombe, un parque tem¨¢tico dedicado a viejas atracciones de vapor en Liphook (Inglaterra).
Recorrer las im¨¢genes de estos primitivos pasajes del terror es casi una clase gratis de sociolog¨ªa contempor¨¢nea. Basada m¨¢s en lo oculto que en lo que quedaba a la vista, su arquitectura es laber¨ªntica y confusa, con pasillos cortados, estancias secretas, pasajes estrechos en los que es dif¨ªcil evitar el contacto f¨ªsico, cortinas, techos bajos, ruidos que aturden, luces tramposas y, sobre todo, personajes (actores o aut¨®matas) que aluden a los mitos del terror moderno. Son sofisticados artilugios sensoriales y funciones teatrales cambiantes que explotan la misma paradoja que en el mundo cl¨¢sico se atribu¨ªa a la cabeza de Medusa: el terror y la atracci¨®n al mismo tiempo. O, como resume Menor, "pasarlo muy mal para pasarlo muy bien".
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