La apasionante historia de los relojes que cambiaron nuestra vida
Primero solo daban la hora. Luego mucho m¨¢s. La fascinante historia de los mecanismos que cambiaron el mundo conforma una formidable aventura de intr¨¦pidos artesanos y un evocador contrapunto en esta era de la obsolescencia programada.
Cada ¨¦poca ha encontrado su propia forma de dominar el tiempo. Desde las clepsidras (reloj de agua) de la Antig¨¹edad hasta los primeros relojes electr¨®nicos, los avances en su medici¨®n fueron consecuencia de necesidades pr¨¢cticas que a la postre dieron lugar a nuevas tecnolog¨ªas. Entre los siglos XVII y XIX, la relojer¨ªa mec¨¢nica hab¨ªa sido una de las principales herramientas en el tr¨¢nsito de un mundo agrario, marcado por el transcurso de las estaciones, a un mundo urbano e industrial que descubr¨ªa la productividad y la precisi¨®n.
Este ¨²ltimo concepto hab¨ªa sido uno de los mayores quebraderos de cabeza de los relojeros del siglo XVIII, deseosos de resolver el llamado problema de la longitud, pues hasta entonces la imposibilidad para determinar esta coordenada hab¨ªa comprometido la seguridad de la navegaci¨®n transoce¨¢nica. Las potencias navales se estaban disputando las grandes rutas comerciales y una desviaci¨®n de medio grado era lo suficientemente importante como para hacer de ella un asunto de Estado. En 1759, John Harrison, un modesto relojero ingl¨¦s, consigui¨® fabricar el primer cron¨®metro marino lo bastante reducido y preciso como para marcar a bordo la hora de un punto de referencia terrestre (Greenwich) que, comparada con la hora local, permit¨ªa fijar la posici¨®n exacta del barco.
Sin embargo, los relojes de bolsillo segu¨ªan estando reservados a nobles y burgueses, y su precisi¨®n continu¨® siendo precaria. A lo largo del siglo XIX fueron objeto de una serie de mejoras t¨¦cnicas que incrementaron su calidad, como la incorporaci¨®n del escape de ¨¢ncora, un dispositivo que convierte un movimiento rotacional continuo en uno oscilatorio. Con la industrializaci¨®n, la producci¨®n en masa y el consiguiente abaratamiento hicieron posible que, por primera vez en la historia, la hora dejase de ser patrimonio de unos pocos ¡ªo de estar disponible ¨²nicamente en la torre de la iglesia, el ayuntamiento o la f¨¢brica¡ª para pasar a ser un bien al alcance de cualquier hijo de vecino.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, las grandes factor¨ªas relojeras, llamadas manufacturas, libran una guerra sin cuartel basada precisamente en la b¨²squeda de la m¨¢xima precisi¨®n y fiabilidad de sus mecanismos. Es la ¨¦poca de los primeros concursos de cronometr¨ªa de Ginebra y Neuch?tel, que enfrentar¨¢n a marcas como Longines, Omega, Patek Philippe, Vacheron Constantin o Zenith. De esta ¨¦poca data tambi¨¦n la popularizaci¨®n del reloj de pulsera gracias a las nuevas actividades al aire libre, los deportes y el autom¨®vil, sobre todo tras la I Guerra Mundial, cuando pilotos y artilleros adoptaron la costumbre de fijar sus relojes de bolsillo a la mu?eca para consultar la hora sin tener que usar las manos.
Aunque hasta aqu¨ª los esfuerzos de las manufacturas iban encaminados sobre todo a dotar a sus clientes de relojes con tres agujas (horas, minutos y segundos) ¡ªcapaces solo de dar la hora¡ª, ya desde mucho antes, los mecanismos pod¨ªan incorporar otras muchas funciones, como por ejemplo fechador, indicador de reserva de marcha, fases lunares, calendario anual y calendario perpetuo. Sin embargo, la demanda de estas funciones, conocidas como complicaciones, ser¨ªa marginal hasta despu¨¦s de la II Guerra Mundial.
Escribir el tiempo
El primer reloj complicado producido industrialmente fue el cron¨®grafo, que permite visualizar el tiempo transcurrido durante un intervalo determinado y con independencia de la indicaci¨®n horaria. En su configuraci¨®n contempor¨¢nea, ?incorpora un pulsador que pone en marcha la aguja cronogr¨¢fica y tambi¨¦n la detiene, otro de puesta a cero y un contador que registra el n¨²mero de vueltas que completa la aguja.
El t¨¦rmino ¡°cron¨®grafo¡± data de 1821 y significa literalmente ¡°escribir el tiempo¡±, pues el 1 de septiembre de ese a?o Nicolas Mathieu Rieussec, relojero del rey de Francia, cronometr¨® una carrera de caballos con un aparato de su invenci¨®n que depositaba en la esfera una marca de tinta al comienzo y al final de cada medici¨®n.
Aunque en sus or¨ªgenes fue un utensilio para la observaci¨®n astron¨®mica, su popularizaci¨®n lleg¨® con las nuevas necesidades que generaba el progreso. Durante la I Guerra Mundial, los artilleros utilizaron cron¨®grafos dotados de una escala telem¨¦trica para medir distancias bas¨¢ndose en la diferencia entre la velocidad de la luz y la del sonido. La escala taquim¨¦trica permit¨ªa calcular la velocidad de un desplazamiento en un lapso de tiempo y una distancia dados, algo muy ¨²til en una ¨¦poca en la que los autom¨®viles no contaban con contadores de velocidad. A partir de 1920, los m¨¦dicos dispusieron de cron¨®grafos de pulsera con escalas graduadas para contabilizar las pulsaciones de sus pacientes.
Pero el cron¨®grafo m¨¢s m¨ªtico es sin duda el Omega Speedmaster, que el 21 de julio de 1969 acompa?¨® los primeros pasos del hombre en la Luna. La NASA hab¨ªa escogido este reloj mec¨¢nico para equipar sus misiones espaciales por su resistencia a las temperaturas extremas y a la ausencia de gravedad, y en previsi¨®n de un fallo de los instrumentos electr¨®nicos de a bordo.
Alarmas y soner¨ªas
En nuestros d¨ªas, cuando lo dif¨ªcil parece a veces preservar el sue?o de todas las se?ales ac¨²sticas que lo acechan, cuesta imaginar las dificultades de nuestros antepasados para evitar que se les pegasen las s¨¢banas.
Durante siglos fue el sol y no unas convenciones horarias abstractas el que regul¨® la vida de las comunidades. Se trabajaba mientras hab¨ªa luz diurna y se descansaba despu¨¦s. Desde el siglo XVI, la relojer¨ªa mec¨¢nica contaba con diversos sistemas despertadores, pero su precio era exorbitante. Las campanas de los templos religiosos siguieron siendo las ¨²nicas referencias horarias para el com¨²n de los mortales, pr¨¢cticamente hasta que las sirenas de las f¨¢bricas empezaron a emitir sus silbidos. Para aquellos que ten¨ªan que madrugar, por ejemplo los panaderos o los propios campaneros, hubo un servicio de despertadores de carne y hueso que, por unos c¨¦ntimos, hac¨ªan la ronda avisando a sus clientes a una hora convenida. A finales del siglo XIX, todav¨ªa quedaban en Par¨ªs una docena de mujeres que practicaban este oficio alrededor de los mercados de abastos. La Inglaterra de la revoluci¨®n industrial conoci¨® a los knocker-up, que todav¨ªa hacia 1920 golpeaban con su vara las ventanas de sus clientes.
Aunque la producci¨®n masiva de despertadores dom¨¦sticos comenz¨® a finales del siglo XIX, hasta 1947 no aparecer¨ªa el Vulcain Cricket, el primer despertador de pulsera que sonaba lo bastante fuerte como para sacar de los brazos de Morfeo a sus propietarios, entre los que se contaron los presidentes Truman y Eisenhower. Tres a?os despu¨¦s lo hizo el Jaeger LeCoultre Memovox, sin duda el m¨¢s apreciado por los coleccionistas.
La alarma siempre ha sido una complicaci¨®n poco frecuente en los relojes mec¨¢nicos de pulsera, pues las manufacturas han preferido centrarse en la fabricaci¨®n de relojes con soner¨ªa, que son aquellos que anuncian las horas, los cuartos, los minutos¡, mediante un toque ac¨²stico. Esta complicaci¨®n naci¨® a fines del siglo XVIII, cuando las ciudades y las casas estaban mal iluminadas, para poder consultar la hora en la oscuridad, y es sin duda una de las cumbres de la alta relojer¨ªa.
Phileas Fogg y los pilotos de la Pan Am
Como es sabido, Phileas Fogg, protagonista de La vuelta al mundo en 80 d¨ªas, regres¨® a Londres pensando que hab¨ªa perdido su apuesta y, con ella, su fortuna. Fogg hab¨ªa iniciado su viaje el 2 de octubre de 1872 a las 8.45 p. m. y lo hab¨ªa completado el 21 de diciembre a las 8.50 p. m., es decir, con cinco minutos de retraso. O eso cre¨ªa. En realidad, como hab¨ªa viajado hacia el este, hab¨ªa ganado cuatro minutos por cada grado que avanzaba hacia el Sol, y dado que la vuelta al mundo implica un giro de 360 grados, eso representaba un total de 1.440 minutos o 24 horas.
Julio Verne se hac¨ªa eco en esta obra de una problem¨¢tica de su ¨¦poca: en el momento de su publicaci¨®n, la hora local se establec¨ªa en funci¨®n de la posici¨®n del Sol, por lo que pr¨¢cticamente hab¨ªa tantos horarios como municipios. El desarrollo del ferrocarril hizo posible recorrer distancias mayores en menos tiempo, lo que aument¨® la confusi¨®n, pues sol¨ªa haber importantes desfases horarios entre ciudades de una misma l¨ªnea f¨¦rrea. As¨ª nacieron los relojes con hora universal.
En 1884, la Conferencia Internacional del Meridiano decidi¨® dividir el mundo en 24 husos de 15 grados y determin¨® que Greenwich ser¨ªa el meridiano de referencia internacional, poniendo as¨ª la primera piedra para la adopci¨®n de un sistema horario universal. Setenta a?os despu¨¦s, la popularizaci¨®n del turismo de masas trajo como consecuencia la apertura de los primeros vuelos intercontinentales de la Pan Am, que ten¨ªan que cruzar varios husos horarios. Muy pronto, los pilotos de la compa?¨ªa estadounidense sintieron la necesidad de contar con una herramienta capaz de se?alar la hora de los aeropuertos de salida y destino para simplificar los c¨¢lculos de navegaci¨®n. La Pan Am se dirigi¨® a Rolex y de la colaboraci¨®n entre ambas compa?¨ªas naci¨® en 1955 el primer reloj GMT (Greenwich Mean Time). El Rolex GMT Master contaba con una cuarta aguja independiente que, coordinada con un bisel bicolor (para distinguir las horas diurnas de las nocturnas) dotado de una escala de 24 horas, hac¨ªa posible leer la hora en un segundo huso horario.
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