Otra campa?a

La repetici¨®n de las elecciones generales cuya campa?a ha comenzado hoy ha sido consecuencia de la incapacidad de los grupos parlamentarios para forjar una mayor¨ªa de Gobierno partiendo del pronunciamiento de los ciudadanos el pasado 28 de abril. Este hecho, por s¨ª solo, deber¨ªa marcar el signo pol¨ªtico de estas jornadas. No son nuevas y abstractas promesas electorales lo que en esta ocasi¨®n se espera, sino el compromiso inequ¨ªvoco de que ser¨¢n capaces de negociar una mayor¨ªa parlamentaria para dotar al pa¨ªs de un Ejecutivo estable y comprometido con un programa social y econ¨®mico que incluya las reformas m¨¢s urgentes, as¨ª como una respuesta consensuada al desaf¨ªo al orden constitucional con el que amenazan los partidos independentistas en Catalu?a.

No cabe minusvalorar la gravedad de este desaf¨ªo, pero tampoco magnificarlo hasta el extremo de convertir la naci¨®n en el eje central de la campa?a. Los disturbios con los que el independentismo radical ha decidido infligir cada noche un castigo a Barcelona, ante la alarma m¨¢s farisaica que real de instituciones como la Generalitat o los claustros universitarios catalanes, no son prueba de su fortaleza, sino del fracaso de su proyecto y de su incapacidad para encontrar una salida al callej¨®n en el que su estrategia lo ha precipitado.

La respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo ha hecho caer el ropaje propagand¨ªstico bajo el que el independentismo ha pretendido ocultar hasta ahora la evidencia de que su reivindicaci¨®n sigue siendo minoritaria en Catalu?a, y, por tanto, nada tiene de democr¨¢tico imponer la secesi¨®n a la mayor¨ªa que no la quiere. Adem¨¢s, ha demostrado que su proclamado pacifismo es solo instrumental: si la violencia sirve al objetivo de llamar la atenci¨®n sobre su causa, entonces el independentismo est¨¢ dispuesto a condescender con ella, en la temeraria convicci¨®n de que ser¨¢ capaz de contenerla.

La campa?a no es sin duda el mejor momento para alcanzar el imprescindible acuerdo que coloque al independentismo frente al hecho de que, gobierne quien gobierne en Espa?a tras las elecciones, se mantendr¨¢ la unidad territorial y el di¨¢logo solo ser¨¢ posible sobre los instrumentos de autogobierno, como un nuevo Estatut y una nueva financiaci¨®n. Pero la coyuntura electoral no puede arrastrar a las fuerzas constitucionalistas a desarrollar la campa?a que pretenden las independentistas. Bajo el ruido atronador de las consignas, y ahora tambi¨¦n de la violencia limitada, el independentismo ha demostrado que es imposible gobernar democr¨¢ticamente las instituciones desde sus presupuestos, sin que hasta el momento haya dado pruebas de disponer de otros distintos para hacerlo. Su objetivo se limita a trasladar el desgobierno en el que ha sumido a Catalu?a a la totalidad de Espa?a, intentando resucitar para justificarse los fantasmas de un nacionalismo espa?ol, sim¨¦trico al suyo, que solo esgrime a cara descubierta la ultraderecha.

La alternativa al desgobierno que el independentismo aspira a generalizar enarbolando en campa?a su naci¨®n no consiste en enarbolar una naci¨®n diferente, sino en desarrollar otra campa?a; una que no aleje tras las elecciones la posibilidad de un Gobierno que gobierne, de reformas sociales imprescindibles y de un acuerdo entre dem¨®cratas frente a la secesi¨®n.