La loca historia del matasanos millonario que ¡®trasplantaba¡¯ test¨ªculos de chivo contra la impotencia
El documental ¡®Nuts!¡¯ recupera la vida del charlat¨¢n John R. Brinkley, que se hizo rico y famoso en la Am¨¦rica de los a?os veinte con una pr¨¢ctica tan peligrosa como delirante
John Romulus Brinkley abri¨® en 1918 una peque?a farmacia en Milford, Kansas, donde se hab¨ªa mudado con su esposa Minnie, un a?o antes desde Memphis. En su biograf¨ªa autorizada, cuenta que una ma?ana recibi¨® a un paciente aquejado de impotencia. El doctor, mirando por la ventana, le dijo que si tuviera los test¨ªculos del macho cabr¨ªo que estaba viendo al otro lado del cristal se le acabar¨ªan los problemas. Y as¨ª, tan tontamente, empez¨® una historia alucinante de xenotrasplantes que recoge el original documental Nuts!, dirigido por Penny Lane y ofrecido por la plataforma Amazon Prime. Contempl¨¢ndolo, cualquiera podr¨ªa pensar que estamos ante un mockumentary o falso documental, pero no, el doctor Brinkley existi¨® realmente y, gracias a sus supuestos trasplantes de gl¨¢ndulas caprinas en los test¨ªculos de sus pacientes, consigui¨® amasar una enorme fortuna. Esta es su verdadera historia.
El negocio iba tan para arriba que este sacamuelas invirti¨® parte de sus enormes ganancias en crear en 1923 una potente estaci¨®n de radio, la KFKB, desde la cual seguir promocionando su absurdo m¨¦todo entre actuaciones de m¨²sicos de 'country'
Aquel paciente, probablemente llevado por la desesperaci¨®n, acept¨® de buen grado la idea y anim¨® al m¨¦dico, que entonces ten¨ªa 33 a?os, a que probara con ¨¦l. Unos nueve meses despu¨¦s, el hombre volvi¨® a la farmacia, con su beb¨¦ en los brazos. Este fue el pistoletazo a una loca carrera en la que se mezclaron quir¨®fanos, reba?os de cabras y las ilusiones de muchos hombres, convencidos de que la operaci¨®n les hab¨ªa devuelto el vigor.
Para contar la historia de este charlat¨¢n es necesario acudir a su biograf¨ªa autorizada, La vida de un hombre: una biograf¨ªa de John R. Brinkley, pero m¨¢s vale no creerse ni una l¨ªnea de lo que en ella se cuenta. Su protagonista encarg¨® su escritura a su autor, Clement Wood, que recogi¨® en ella todo tipo de inexactitudes y embustes a la mayor gloria del m¨¦dico. Se trataba sobre todo de una potente arma de propaganda en una ¨¦poca en la que incluso la radio estaba a¨²n en pa?ales. Y la cosa funcion¨®.
Gracias a su m¨¦todo a base de milagrosas gl¨¢ndulas de chivo no solo ¨¦l prosper¨®, tambi¨¦n lo hizo Milford, a donde llegaban cientos de hombres en busca de su virilidad perdida a cambio de 750 d¨®lares de la ¨¦poca (unos 8.000 euros de hoy). El negocio iba tan para arriba que este sacamuelas invirti¨® parte de sus enormes ganancias en crear en 1923 una potente estaci¨®n de radio, la KFKB, desde la cual seguir promocionando su absurdo m¨¦todo entre actuaciones de m¨²sicos de country. Una de sus mejores bazas eran los chiflados testimonios de sus pacientes satisfechos, a los que probablemente el efecto placebo les devolvi¨® la confianza en su miembro.
El exm¨¦dico hizo las maletas y se traslad¨® con su familia al otro lado de la frontera de M¨¦xico. All¨ª construy¨® una antena de radio a¨²n m¨¢s grande y que alcanzaba pr¨¢cticamente todo el territorio estadounidense
Unos a?os despu¨¦s el doctor, que hab¨ªa comprado su t¨ªtulo en la poco fiable Universidad Ecl¨¦ctica de Medicina de Kansas City, muri¨® de ¨¦xito. Tanto ruido estaba haciendo que llam¨® la atenci¨®n de dos poderosas organizaciones de Estados Unidos, la Asociaci¨®n M¨¦dica Americana (AMA) y la Comisi¨®n Federal de Radio, dos enemigos que no conven¨ªa tener y que se aliaron contra ¨¦l, escandalizados los primeros por sus m¨¦todos cl¨ªnicos y por su obscena programaci¨®n los segundos. Adem¨¢s, el diario Kansas City Star, que casualmente tambi¨¦n pose¨ªa una estaci¨®n radiof¨®nica, se sum¨® a la persecuci¨®n. En 1930 public¨® que Brinkley hab¨ªa firmado al menos 42 certificados de defunci¨®n de pacientes que entraron en sus cl¨ªnicas sanos como manzanas. A Brinkley le revocaron la licencia m¨¦dica. Seis meses despu¨¦s la Comisi¨®n Federal de Radio se neg¨® a renovarle la licencia.
Para cualquier otro, esto hubiera sido el final, pero no para John Romulus Brinkley, quien decidi¨® lanzarse a la carrera pol¨ªtica. Como las normas y el poder le hab¨ªan hundido, pens¨® que la soluci¨®n era ostentar ¨¦l el poder y escribir las normas. Ese mismo a?o se present¨® a Gobernador de Kansas. Perdi¨®. Volvi¨® a intentarlo en 1932. Y volvi¨® a perder. El exm¨¦dico hizo las maletas y se traslad¨® con su familia (en 1927 Minnie hab¨ªa dado a luz al peque?o Johnny Boy) al otro lado de la frontera de M¨¦xico, en Ciudad Acu?a. All¨ª construy¨® una antena de radio a¨²n m¨¢s grande y much¨ªsimo m¨¢s potente, alcanzaba pr¨¢cticamente todo el territorio estadounidense. A su nueva cadena la llam¨® XER. Y sigui¨® practicando con gran ¨¦xito de p¨²blico su particular versi¨®n de la medicina androl¨®gica.
Todo hubiera podido seguir igual si no llega a ser porque en 1938 cometi¨® un absurdo error de c¨¢lculo. Un d¨ªa, en medio del lujo y las comodidades en las que viv¨ªa, se desayun¨® con un art¨ªculo firmado por Morris Fishbein en el peri¨®dico de la AMA en el que se le acusaba de charlat¨¢n y estafador. Pod¨ªa haber dejado el tema ah¨ª, pero prefiri¨® denunciarlo para salvar su honor.
El juicio fue una masacre. Brinkley acudi¨® con una legi¨®n de fan¨¢ticos seguidores mientras que Fishbein present¨® a un ej¨¦rcito de m¨¦dicos prestigiosos. El juez, quiz¨¢s por temor a que aquello se convirtiera en un circo, desestim¨® los testimonios de los primeros y permiti¨® que los especialistas se despacharan a gusto. Confirmaron que el xenotrasplante de cabra no era en realidad m¨¢s que un abrir y suturar los test¨ªculos del paciente, y eso que en los ¨²ltimos a?os el charlat¨¢n aseguraba haber simplificado el sistema y se limitaba a inyectar en los test¨ªculos un preparado a base de las g¨®nadas caprinas. Agua con colorante, sentenciaron. Esta vez la carrera de este sacamuelas estaba definitivamente sentenciada.
Adem¨¢s, ante esta evidencia, fueron muchos los pacientes insatisfechos que, tras a?os de silencio por la fama del doctor, se animaron entonces a litigar contra ¨¦l en busca de suculentas indemnizaciones. Enseguida tuvo que hacer frente a una aut¨¦ntica org¨ªa judicial que fue la puntilla. Muri¨® solo cuatro a?os despu¨¦s, el 26 de mayo de 1942, de un ataque al coraz¨®n. Ten¨ªa 56 a?os y estaba completamente arruinado.
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