Govern Torra, gran CDR
El independentismo parece haber asumido que el desaf¨ªo institucional al Estado ha mostrado sus l¨ªmites
La contradicci¨®n entre ser a la vez presidente y alborotador nunca ha afectado a Quim Torra. Claro que le corresponde garantizar un buen orden p¨²blico, pero se le ha visto siempre c¨®modo en garantizar un buen desorden p¨²blico. Su apolog¨ªa de la desobediencia en el Parlament ¡ªla misma ¡°desobediencia¡± a la que hoy llama Tsunami adulterando la jornada de reflexi¨®n¡ª es transparente. Aunque nunca le cuadrase del todo la categor¨ªa de molt honorable, desde aquel ¡°apreteu¡± marc¨® su territorio, m¨¢s acotado al justificar a los detenidos con material explosivo. El independentismo parece haber asumido que el desaf¨ªo institucional al Estado ha mostrado sus l¨ªmites, de modo que hay que permitir que se disuelva la institucionalidad y sean los CDR, con sus diferentes modulaciones y marcas, los que contin¨²en la tarea. Y Torra, valga la paradoja, lleva el CDR del Palau. Es l¨®gico que se tema lo que suceda hoy, aunque Tsunami ha convocado su acci¨®n ¡°m¨¢s ambiciosa¡± para el 11-N tras la tregua de campa?a por tacticismo.
Los CDR han evolucionado en funci¨®n del contexto. Primero contribuyeron, como Comit¨¦s de Defensa del Refer¨¦ndum, a celebrar el 1-O ridiculizando al Gobierno Rajoy. Despu¨¦s se transformaron en Comit¨¦s de Defensa de la Rep¨²blica, para evitar que decayese bajo el 155 y los procesamientos. Finalmente han alcanzado su genuino car¨¢cter fundacional, que mimetiza aquellos Comit¨¦s de Defensa de la Revoluci¨®n implantados por el castrismo en Cuba. No en vano el procesismo ha virado a movimiento revolucionario; y su hoja de ruta es la presi¨®n ¡°de forma pac¨ªfica pero contundente¡±, ox¨ªmoron en el que, por supuesto, lo irreal no es la contundencia sino el pacifismo. Ya casi prefieren elogiar la violencia, como Elisenda Paluzie, a mantener la sonrojante revoluci¨®n de las sonrisas. Los CDR, con el impulso de actores como Arran, ejercen presi¨®n, desde los clubes de f¨²tbol a los campus universitarios, siempre contra la pluralidad. Claro que Fidel Castro anunci¨® los CDR en los sesenta para que todo el mundo se sintiera vigilado. Ya se sabe, las calles siempre ser¨¢n nuestras.
La disoluci¨®n de la institucionalidad en Catalu?a es un camino peligroso. Que los claustros universitarios sean otro CDR est¨¢ en la l¨®gica de los acontecimientos. En todo este proceso se aprecia el protagonismo intelectual de la CUP, no por casualidad en las urnas del 10-N para hacer caja. Est¨¢n forzando la desobediencia en el Parlament con sus mociones, elevando el pulso ¡°efectivo de la autodeterminaci¨®n¡±, escrachando institucionalmente al Rey o reclamando defenestrar a Buch, entre las contradicciones de ERC, con Rufi¨¢n hablando de la Brimo como si fuera la Gestapo, y los portavoces puigdemon¨ªacos solapando cualquier moderaci¨®n del PdeCat. Sin la resistencia de la institucionalidad, convertida por Torra en otro CDR, el horizonte pinta mal. Desobedecer hoy a la Junta Electoral con cientos de actos es solo otra muesca. Y no es raro que se relaman con la demanda de ilegalizaci¨®n de los partidos separatistas desde Madrid: los pir¨®manos exaltan a los pir¨®manos; y Vox es una excitante n¨¦mesis nacionalpopulista para el nacionalpopulismo indepe. La expectativa de racionalidad este 10-N se complica.
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