Espa?a: una tachadura
Las naciones necesitan mitos compartidos y Espa?a ¡ªsalvo la guerra de Independencia y el gol de Iniesta¡ª no los tiene
Hace unos d¨ªas trat¨¦ de encontrar en mi cabeza una palabra olvidada que hab¨ªa usado muchas veces y que ¡ªseg¨²n recordaba¡ª expresaba mejor que ¡°intersticio¡± o ¡°anfractuosidad¡± la idea de grieta o fisura en una superficie homog¨¦nea: el hueco inesperado donde puede refugiarse una criatura aterida o una verdad peque?a. Este olvido me persigui¨® durante un mes ¡ªsiempre a punto de capturar al fugitivo¡ª hasta que descubr¨ª de pronto que esa palabra que cre¨ªa precisa y banal no exist¨ªa: mi olvido era, por as¨ª decirlo, un falso olvido. En mi cabeza hab¨ªa una ¡°tachadura¡± detr¨¢s de la cual no se escond¨ªa ning¨²n t¨¦rmino escurrido o reprimido. La tachadura misma hab¨ªa generado en m¨ª la ilusi¨®n de una palabra esquiva, perdida en el fondo de mi memoria: una reverberaci¨®n inaprehensible por la sencilla raz¨®n de que nunca hab¨ªa estado all¨ª.
Conocemos textos en los que solo son visibles algunas palabras porque casi todas han sido concienzudamente tachadas. A veces, los investigadores tienen que utilizar t¨¦cnicas sofisticadas para restablecer el verso oculto tras un borr¨®n, el nombre cubierto por un garabato intencionado. Damos por supuesto que el verbo ¡°tachar¡± implica un objeto anterior al que se superpone la acci¨®n. ?Podemos imaginar un texto ¡ªo un mundo¡ª en el que la tachadura fuera lo original, lo primero, el objeto mismo que buscamos? ?Una cabeza cruzada de tachones, como una cara de cicatrices, detr¨¢s de las cuales no hubiera ning¨²n recuerdo? ?Una memoria salpicada de olvidos sin objeto? Esta idea de tachadura original (motor de b¨²squeda en un precipicio infinito) ha sido explorada por el psicoan¨¢lisis y es funcional a algunas neurosis.
La memoria construye tres tipos de artefactos: olvidos, falsos olvidos y falsos recuerdos. Con los ¨²ltimos se hacen los mitos colectivos y la literatura individual: es la diferencia entre realidad y verdad o entre historia real, que no interesa a nadie, e historia verdadera, en la que la trama acata su deber-ser narrativo con coherencia tan implacable como emocionante. Por su parte, los olvidos suelen ser interesados m¨¢s que pudorosos, y selectivos m¨¢s que valientes: tanto los pueblos como los individuos necesitan olvidar parte de su pasado como garant¨ªa de flotaci¨®n. En cuanto a los falsos olvidos, se consideran siempre anomal¨ªas o s¨ªntomas (el alzh¨¦imer es que cava buscando cosas que nunca han estado ah¨ª).
La memoria construye tres tipos de artefactos: olvidos, falsos olvidos y falsos recuerdos
Las ¡ªdigamos¡ª ¡°naciones¡± necesitan estos tres objetos mn¨¦micos. Necesitan mitos compartidos, y Espa?a ¡ªsalvo la guerra de Independencia y el gol de Iniesta¡ª no los tiene. Necesita olvidos compartidos y es obvio que nuestra Constituci¨®n no ha sabido cumplir ese papel: est¨¢ llena de tachaduras que ocultan palabras reprimidas, las cuales retornan cada vez que una crisis obliga a nuestras ¨¦lites a blandir sus mitos hemipl¨¦jicos. Me refiero, claro, a la cuesti¨®n territorial, pero tambi¨¦n ¡ªcitemos la exhumaci¨®n de Franco¡ª al hecho de que los vencedores de la Guerra Civil (?hace 80 a?os!) no est¨¢n dispuestos a olvidar su victoria y siguen ¡°tachando¡± con sa?a la mitad de nuestra desgraciada historia com¨²n: las fosas son la manifiesta tachadura de un objeto anterior que est¨¢ reclamando una pala, una despedida, un nuevo contrato social. Tenemos derecho ¡ªy casi obligaci¨®n¡ª de olvidar, s¨ª, pero solo despu¨¦s de que los muertos nos hayan dado permiso: el ¡°constitucionalismo¡± ¡ªrecuerda el juez italiano Roberto Scarpinato¡ª ata?e a este consenso entre muertos ¡ªy entre muertos y vivos¡ª que en Espa?a est¨¢ pendiente. No hay verdadera democracia ni verdadera civilizaci¨®n (ni naci¨®n de ninguna clase) sin un di¨¢logo constituyente que, al menos una vez, ponga en contacto los cementerios y los Parlamentos mediante un ¡°plebiscito constituyente transgeneracional¡± (muertos, vivos y no nacidos) como condici¨®n de un rutinario olvido com¨²n al que har¨ªan despu¨¦s muy poco da?o los memoriosos, rencorosos y neur¨®ticos. En Espa?a no se ha hecho y no se va a hacer. Ha habido oportunidades, con mayor¨ªas sociales inclinadas a la tolerancia y hasta a la amnesia, y los radicales que mandan (no los otros, una minor¨ªa inofensiva) lo han impedido siempre. Perdida la ocasi¨®n, estamos volviendo a los mitos parciales y a las tachaduras destructivas, como en el franquismo; es decir, a los falsos recuerdos y a los olvidos interesados y violentos.
Si no podemos recordar Espa?a, porque no existe en nuestra historia, habr¨¢ que crearla entre sus costuras
Habr¨¢ que probar los ¡°falsos olvidos¡±. ?Espa?a? Hemos olvidado que no existe y estamos intentando en vano recordarla. Es una gran tachadura original sin objeto. Una gran veladura en la retina. Eso es lo que vemos muchos. Junto a los mitos parciales y los borrones delet¨¦reos, ?no han aparecido ¡ªconsideremos el 15-M¡ª tachaduras originales sin objetos hist¨®ricos precedentes, marcas rojas que no camuflan, sino que reclaman un objeto en apariencia antiguo, porque lo buscamos en nuestra memoria, pero que a¨²n no ha nacido? ?C¨®mo se llama eso? Es algo parecido a democracia y rep¨²blica y Estado de derecho y responsabilidad pol¨ªtica y profesionalidad period¨ªstica. No puede haber mito compartido ni desmemoria absuelta sin este falso olvido de un bien que a¨²n no existe.
Si no podemos recordar Espa?a, porque no existe en nuestra historia, habr¨¢ que crearla entre sus costuras. Como esa palabra que yo buscaba en la memoria, aleda?a de ¡°grieta¡± y de ¡°intersticio¡±, para nombrar el refugio de las criaturas ateridas y las verdades peque?as.
Santiago Alba Rico es ensayista.
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