Laberinto de espejos
EL AUTORRETRATO es una de las formas de la autoficci¨®n, solo que en la pintura tiene mejor prensa que en la literatura. Hay gente que est¨¢ hasta la coronilla de las biograf¨ªas noveladas, pero no se sabe de nadie que haya salido echando pestes de la Galer¨ªa de los Uffizi, donde se obtuvo esta instant¨¢nea. Al contrario, siente uno envidia de ese visitante plantado frente a uno de los cuadros, ignoramos de qui¨¦n. Dar¨ªamos cualquier cosa por encontrarnos en Florencia y, m¨¢s concretamente, perdidos en ese laberinto de rostros que tienen algo de espejos, pues en todos nos reconocemos un poco. Si la vista no nos enga?a, los autorretratados son, sin excepci¨®n, hombres, lo que algo debe de significar. Solo aparece la mujer en uno de los cuadros: el situado sobre el vano que da al pasillo donde se encuentra el visitante. Pero la vemos acompa?ada de un var¨®n protector que es seguramente el autor de la pintura. Si la exposici¨®n se hallase en un museo antropol¨®gico, pensar¨ªamos que la muestra iba de eso, de antropolog¨ªa, no de arte, aunque quiz¨¢ el arte sea una rama de la antropolog¨ªa como la teolog¨ªa, seg¨²n Borges, es una rama de la literatura fant¨¢stica.
En definitiva: no solo autoficci¨®n, sino autoficci¨®n masculina. Quiere decirse que el mito de Narciso no podr¨ªa haber sido el mito de Narcisa. Hay cuestiones que est¨¢n en la naturaleza de las cosas. Pero, como dec¨ªamos, este exceso pict¨®rico no produce el cansancio del que algunos se quejan cuando abren un libro de memorias. ?Por qu¨¦? Porque atribuimos a la pintura una calidad de real que le negamos a la escritura. Creo.
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