Espa?a en su sitio
Nuestro pa¨ªs se juega en estos d¨ªas no solo la gobernabilidad dom¨¦stica, sino tambi¨¦n el peligro de una quinta frustraci¨®n consecutiva en el objetivo de jugar m¨¢s protagonismo internacional
Fernando Mor¨¢n, que firm¨® la adhesi¨®n a la hoy Uni¨®n Europea siendo ministro de Felipe Gonz¨¢lez, resumi¨® con el mismo t¨ªtulo de esta tribuna lo que hab¨ªa significado la d¨¦cada 1976-1985 para la pol¨ªtica exterior espa?ola. La dictadura franquista hab¨ªa dejado al pa¨ªs aislado de la comunidad euroatl¨¢ntica, y en un primer momento incluso de Naciones Unidas, pero la democratizaci¨®n logr¨® normalizar de forma r¨¢pida y efectiva el lugar de Espa?a en las relaciones internacionales. Casi todos los ministros de Asuntos Exteriores posteriores, llevados por un complejo de Ad¨¢n al que no fue ajeno el mismo Mor¨¢n, han sucumbido en alg¨²n momento a la tentaci¨®n de considerar su propia gesti¨®n como el gran momento en el que habr¨ªamos conseguido recuperar un puesto de liderazgo en la pol¨ªtica europea y mundial. Quienes incurrieron en un juicio tan generoso consigo mismos exageraban por partida doble: primero, porque si bien podemos aspirar al papel de potencia media y de Estado miembro influyente en la UE, no tiene sentido autoenga?arse con desmesuras que no corresponden a la talla y recursos verdaderamente disponibles. En segundo lugar, porque una vez superada la posici¨®n a la vez exc¨¦ntrica y subordinada que Espa?a ocup¨® hasta los a?os ochenta, ha habido m¨¢s bien continuidad y hasta un crecimiento sostenido en la presencia internacional de tipo econ¨®mico-empresarial, militar, educativo-cient¨ªfica o cultural, pero que no se debe al color del Gobierno ni a la labor del ministro de turno.
No obstante, concluir que la homologaci¨®n diplom¨¢tica est¨¢ plenamente consolidada o que la proyecci¨®n de la sociedad espa?ola fuera de sus fronteras es notable resulta compatible con un balance mucho m¨¢s agridulce de la pol¨ªtica exterior desarrollada a partir de 2000 teniendo en cuenta las posibilidades, limitadas pero reales, que disponemos. Una serie encadenada de semifracasos u oportunidades perdidas ha hecho que, siguiendo el manido s¨ªmil pugil¨ªstico, pas¨¢semos de golpear algo por encima de nuestro peso en los ¨²ltimos a?os del siglo XX a hacerlo luego por debajo. La audaz apuesta promovida en el segundo mandato de Aznar para cambiar el foco de atenci¨®n desde Par¨ªs-Berl¨ªn-Bruselas a Washington-Londres fue ef¨ªmera y se sald¨® con el fiasco de Irak. El brusco reajuste realizado por Zapatero naufrag¨® a la vez que el Tratado Constitucional, y cuando m¨¢s tarde quiso enmendar su inicial desinter¨¦s por los asuntos exteriores o el de su ministro Moratinos por los asuntos europeos, la crisis mostr¨® crudamente que la capacidad de influir se hab¨ªa reducido mucho. Rajoy fue otro presidente con tendencia a concentrarse en los temas internos sin que ni ¨¦l ni sus ministros Garc¨ªa Margallo o Dastis pudieran sacar r¨¦ditos en el exterior de la recuperaci¨®n econ¨®mica al tener que gastar el capital disponible en el conflicto catal¨¢n.
Borrell ha sabido imprimir un enfoque mucho m¨¢s pol¨ªtico a las iniciativas de contrasecesi¨®n
As¨ª que Espa?a no solo se juega en estos d¨ªas la gobernabilidad dom¨¦stica, sino tambi¨¦n el peligro de una quinta frustraci¨®n consecutiva en el objetivo de jugar m¨¢s protagonismo internacional. A diferencia de sus predecesores, el Gobierno de Pedro S¨¢nchez y la diplomacia de Josep Borrell no esperaron a una segunda legislatura para moverse con relativa comodidad por los escenarios mundiales o europeos, pero est¨¢ por ver que ese activismo tenga continuidad y que la inestabilidad no lleve a desaprovechar la ventana de oportunidad ahora existente. Lo que s¨ª sabemos es que tendr¨¢ que hacerse sin Borrell, a punto de asumir uno de los cinco grandes cargos de la UE; lo que por otro lado viene a demostrar que en apenas a?o y medio se ha avanzado bastante para revertir ese relativo declive desencadenado poco despu¨¦s del cambio de milenio. De hecho, desde los nombramientos de Javier Solana como primer alto representante, de Rodrigo Rato para dirigir el FMI y del propio Borrell al frente del Parlamento Europeo (los tres hace m¨¢s de quince a?os), ning¨²n espa?ol hab¨ªa sido seleccionado para una responsabilidad pol¨ªtica internacional de primer orden. En ese sentido, dirigir la acci¨®n exterior europea ser¨¢ una expresi¨®n renovada del ¡°Espa?a en su sitio¡± tras bastante tiempo de ausencia.
Y, a la hora de hacer balance del legado de Borrell, la frase de Mor¨¢n alcanza otros varios significados. Al margen de distintos hitos en el ¨¢mbito europeo, iberoamericano y multilateral (incluyendo la inminente Cumbre del Clima en Madrid que se organiza junto a Chile), su paso por el ministerio habr¨¢ servido para reorientar el proyecto de la Marca Espa?a m¨¢s all¨¢ de la labor comercial y dedicando buena parte de la acci¨®n exterior a defender el buen sitio de Espa?a y su calidad democr¨¢tica en la escena global. ?ntimamente unido a ello est¨¢ el enfoque mucho m¨¢s pol¨ªtico que ha sabido imprimir a las iniciativas de contrasecesi¨®n. En un art¨ªculo reciente contaba que a los pocos d¨ªas de haber declarado en Estrasburgo sentirse ¡°catal¨¢n, espa?ol y europeo¡±, viaj¨® a su Pirineo natal y ley¨® en la pared de una vieja mas¨ªa: ¡°Aqu¨ª nom¨¦s som catalans¡±. ?l, en cambio, siente, habla y ejerce tres identidades que no antagonizan sino que se complementan. Hay pocos modos mejores de poner a Espa?a en su sitio ante los nacionalistas monocolores y euroesc¨¦pticos de ambos lados que no entienden el pluralismo mestizo y abierto que supone la mejor versi¨®n de Catalu?a y de todo el pa¨ªs.
El ministro ha ayudado a hacernos vislumbrar un sitio m¨¢s relevante al que Espa?a puede y debe aspirar
Pero si de verdad hay algo que caracteriza su pol¨ªtica exterior ha sido el haberla desempe?ado en sinton¨ªa con un proyecto integral de Estado que trasciende la acci¨®n diplom¨¢tica; algo que tal vez solo haya hecho antes otro ministro del ramo: Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez. Del mismo modo que aquel es recordado tanto por la ley del divorcio o la reforma fiscal como por su brillante balance internacional (que ten¨ªan como hilo com¨²n modernizar a la entonces joven democracia), Borrell sigue siendo el mismo que impuls¨® en el pasado una serie de pol¨ªticas que, de no haberse llevado a cabo, condenar¨ªan hoy al pa¨ªs a una divisi¨®n internacional muy modesta. Desde la Secretar¨ªa de Estado de Hacienda encarn¨® el m¨¢rmol que puso la Espa?a dem¨®crata (o m¨¢s bien socialdem¨®crata, por lo de hacer pagar impuestos para sufragar el Estado del bienestar) sobre la de ¡°charanga y pandereta, de esp¨ªritu burl¨®n y alma quieta¡± que dir¨ªa el poeta sevillano. Y, si primero consigui¨® europeizar los ingresos p¨²blicos, luego hizo lo propio con el gasto, como ministro de Obras P¨²blicas y Transportes durante esos a?os noventa que tanto simbolizaron la transformaci¨®n de las infraestructuras y, por ende, de toda Espa?a.
Por supuesto, la biograf¨ªa de Borrell, repleta de ¨¦xitos electorales o de gesti¨®n pero tambi¨¦n de algunos sonados sinsabores, es susceptible de cr¨ªticas. Incluso en el cargo que ahora deja, pese a que le ha valido como credencial para seguir ejerci¨¦ndolo cinco a?os m¨¢s a un nivel superior, habr¨¢ quien encuentre aspectos problem¨¢ticos: quiz¨¢s su pol¨ªtica latinoamericana, el haber dejado casi intocado el funcionamiento mejorable del servicio exterior, o el mismo hecho de no haber tenido tiempo para concretar su ambiciosa ret¨®rica en el terreno migratorio y en el de la integraci¨®n europea. Sin embargo, pocos negar¨¢n que ha ayudado a hacernos vislumbrar un sitio m¨¢s relevante al que Espa?a puede y debe aspirar.
Ignacio Molina A. de Cienfuegos es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid e investigador en el Real Instituto Elcano.
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