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La lecci¨®n de los a?os veinte: de la fiesta interminable al auge del populismo

Mujeres en Berl¨ªn (1927).
Mujeres en Berl¨ªn (1927).George Rinhart (Getty Images)
Guillermo Altares

El mundo regresa a unos nuevos a?os veinte con la misma mezcla de esperanza, temor y desconcierto tecnol¨®gico que hace un siglo. ?Qu¨¦ queda del esp¨ªritu de aquella ¨¦poca? ?Qu¨¦ lecciones podemos extraer de aquella d¨¦cada, loca e intensa, durante la que parec¨ªa no existir l¨ªmites?

Los a?os veinte del siglo pasado fueron un momento crucial en la lucha por la libertad en Europa y, a la vez, su mayor derrota. Se alzan como un tiempo de grandes esperanzas ¡ªy grandes juergas¡ª, la ¨¦poca en que la humanidad cre¨ªa haber aprendido la lecci¨®n de la destrucci¨®n total de la I Guerra Mundial y avanzaba hacia el futuro de la mano de la tecnolog¨ªa, confiando en que la sociedad ser¨ªa capaz de dejar atr¨¢s la violencia. Nunca los sue?os fueron tan grandes y las utop¨ªas fueron tan peligrosas como en aquella ¨¦poca en la que nacieron los grandes totalitarismos en medio de un optimismo irrefrenable. Y ahora, casi sin darnos cuenta, en medio de un nuevo aceler¨®n tecnol¨®gico, nos encontramos otra vez en unos a?os veinte. Resulta inevitable preguntarse qu¨¦ queda de todo aquel frenes¨ª, si existen paralelismos con nuestra ¨¦poca y, sobre todo, si podemos extraer lecciones de aquella d¨¦cada, loca e intensa, durante la que parec¨ªa que todo era posible.

En los a?os veinte, Federico Garc¨ªa Lorca visit¨® Nueva York, Charles Lindbergh cruz¨® el Atl¨¢ntico por primera vez en avi¨®n con el Spirit of St. Louis, las pel¨ªculas comenzaron a hablar, y Francis Scott y Zelda Fitzgerald se beb¨ªan el planeta. ¡°Nueva York ten¨ªa toda la iridiscencia del comienzo del mundo¡±, escribi¨® Francis Scott Fitzgerald en El Crack-Up (Capit¨¢n Swing). Las mujeres hab¨ªan logrado el derecho al voto en numerosos pa¨ªses ¡ªla Enmienda 19 de la Constituci¨®n de Estados Unidos se aprob¨® en 1920, aunque las sufragistas ya hab¨ªan vencido en Nueva Zelanda, Canad¨¢ y Austria¡ª. La Rep¨²blica de Weimar proporcion¨® a los alemanes, entre 1919 y 1933, un grado de libertad que en algunos lugares de Europa no se alcanzar¨ªa hasta los noventa. Pero las calles de Berl¨ªn eran tremendamente peligrosas, sacudidas por la pobreza y la violencia pol¨ªtica. Aunque cegados por el resplandor de las fiestas, en Nueva York y Chicago la mafia creci¨® exponencialmente y se mezcl¨® con la pol¨ªtica impulsada por la prohibici¨®n.

Actuaci¨®n del cabaret Folies Berg¨¨re en Londres.
Actuaci¨®n del cabaret Folies Berg¨¨re en Londres.Hulton-Deutsch Collection (Getty Images)

¡°Curiosamente, lo que los estadounidenses no ten¨ªan claro era el presente¡±, escribe Bill Bryson en 1927: Un verano que cambi¨® el mundo (RBA). ¡°La I Guerra Mundial hab¨ªa dejado un mundo que la mayor parte de la gente consideraba vac¨ªo, corrupto y depravado¡±. La prohibici¨®n del alcohol solo sirvi¨® para que los g¨¢nsteres se hiciesen m¨¢s fuertes porque el whisky y la ginebra nunca faltaron. Como explica Bryson, ¡°hab¨ªa tanto alcohol que durante una visita a Estados Unidos, el alcalde de Berl¨ªn pregunt¨® al de Nueva York cu¨¢ndo iba a empezar la prohibici¨®n¡±. El historiador Eric Burns ofrece en 1920. The Year That Make The Decade Roar (Pegasus Books) una visi¨®n similar sobre la percepci¨®n que los estadounidenses ten¨ªan de su futuro: ¡°Por primera vez eran optimistas y cre¨ªan que el siglo XX pod¨ªa empezar de una vez sin interferencias y que los ochenta a?os que quedaban por delante iban a ser productivos y provechosos. Sin embargo, tambi¨¦n ten¨ªan miedo y se preguntaban si el tratado alcanzado en Par¨ªs el a?o pasado aguantar¨ªa y les mantendr¨ªa a salvo. Al terminar la Gran Guerra, el compositor franc¨¦s Claude Debussy se lamentaba ante un amigo: ¡®?Cu¨¢ndo se agotar¨¢ todo este odio?¡¯. Y no esperaba una respuesta¡±.

El temor estaba m¨¢s que justificado. Fue la ¨¦poca en que un personaje de aspecto tan rid¨ªculo como amenazante llamado Benito Mussolini dirigi¨® la marcha hacia Roma, la primera gran demostraci¨®n de fuerza del fascismo, con la que lleg¨® al poder. Mientras tanto, en Alemania, un pintor frustrado y charlat¨¢n de cervecer¨ªa, un austriaco llamado Adolf Hitler, entr¨® en la escena pol¨ªtica con un golpe de Estado fracasado, el Putsch de M¨²nich, que dif¨ªcilmente permit¨ªa entrever que, una d¨¦cada m¨¢s tarde, llegar¨ªa al poder, desatar¨ªa la II Guerra Mundial y ordenar¨ªa el mayor crimen de la historia, el Holocausto. En aquellos mismos a?os, un georgiano brutal que se hab¨ªa subido al carro de la revoluci¨®n sovi¨¦tica llamado I¨®sif Vissari¨®novich Dzhugashvili, conocido como I¨®sif Stalin, logr¨® el control total sobre el Partido Comunista de la URSS y convertir¨ªa la vida de millones de personas en un infierno. Todo esto ocurri¨® entre 1922 y 1924, tres a?os en los que se sentaron las bases del mayor mal que se iba a abatir sobre la humanidad. Pero se produc¨ªa mientras se bailaban foxtrot y charlest¨®n y Par¨ªs era una fiesta.

Nunca los sue?os fueron tan grandes y las utop¨ªas fueron tan peligrosas como en aquella ¨¦poca

Las grandes voces que nos llegan desde aquella d¨¦cada contemplan los a?os veinte con esa misma mezcla de optimismo e inquietud. En ¡®Ecos de la Era del Jazz¡¯, un art¨ªculo recogido en El Crack-Up y escrito en noviembre de 1931, las palabras de Francis Scott Fitzgerald resurgen desde la era del jazz y el crash de 1929 para describir unos tiempos que resultan extra?amente cercanos seg¨²n avanza el siglo XXI. ¡°Ahora tenemos apretado el cintur¨®n una vez m¨¢s y ponemos la expresi¨®n de horror adecuada cuando volvemos la vista hacia nuestra desperdiciada juventud. A veces, sin embargo, hay un rumor fantasmal entre los tambores, un susurro asm¨¢tico en los trombones que me devuelve a los primeros a?os veinte, cuando beb¨ªamos alcohol de madera y cada d¨ªa, en todos los aspectos, nos hac¨ªamos mejores y mejores (¡­). Y parec¨ªa solo una cuesti¨®n de unos pocos a?os que la gente se hiciera a un lado y dejara que el mundo lo manejaran quienes ve¨ªan las cosas como eran ¡ªy todo eso nos parece rosado y rom¨¢ntico, a nosotros, que entonces ¨¦ramos j¨®venes¡ª porque no sentiremos tan intensamente lo que nos rodea nunca m¨¢s¡±.

Entonces, el mundo se levantaba tambaleante despu¨¦s de la I Guerra Mundial (1914-1918), un conflicto que nadie pod¨ªa haber imaginado hasta que estall¨® ¡ªde hecho, 100 a?os despu¨¦s, los historiadores siguen debatiendo c¨®mo empez¨®¡ª. Afortunadamente, en el siglo XXI, Europa no tiene que reconstruirse desde las ruinas, f¨ªsicas y morales, aunque nunca, desde el final de la II Guerra Mundial, los partidos de ultraderecha han tenido tanta fuerza ni sus discursos racistas tanta aceptaci¨®n. Tampoco el antisemitismo, un odio que refleja que un mal muy peligroso est¨¢ surgiendo en alg¨²n abismo de la sociedad, hab¨ªa estado tan generalizado. No se debe olvidar, como explican los gu¨ªas en la visita al campo de exterminio nazi de Auschwitz, que los genocidios empiezan siempre con palabras.

Los a?os veinte acabaron con una brutal crisis econ¨®mica, el crash de 1929, mientras que el siglo XXI arranc¨® con otra, en 2008, y llega a sus propios a?os veinte recuper¨¢ndose todav¨ªa y pregunt¨¢ndose, con creciente inquietud, cu¨¢ndo llegar¨¢ la siguiente. Los sistemas de seguridad social puestos en marcha en Europa Occidental a partir de 1945 lograron mitigar levemente la pobreza provocada por la abrupta ca¨ªda de los mercados, que arrastr¨® el nivel de vida, pero no fueron suficientes para evitar el sufrimiento de los sectores m¨¢s d¨¦biles de la poblaci¨®n. Las clases medias de pa¨ªses como Portugal, Grecia, Italia o Espa?a sufrieron un dur¨ªsimo castigo. Puede resultar exagerada una comparaci¨®n con lo que ocurri¨® en la Rep¨²blica de Weimar entre 1921 y 1923, cuando una poblaci¨®n hambrienta, lisiada en las trincheras, traumatizada por la guerra, todav¨ªa sacudida por la epidemia de la gripe espa?ola, se enfrent¨® a la hiperinflaci¨®n y a una pobreza devastadora. Sin embargo, las im¨¢genes de los desahucios o de las familias esperando a que se llenen las basuras de los supermercados con alimentos caducados se convirtieron en moneda com¨²n. Para porcentajes demasiado elevados de la poblaci¨®n resultaba imposible llegar a fin de mes, y el hambre y la calle eran amenazas reales. Tal vez no tengamos ej¨¦rcitos de pobres como los que poblaban Berl¨ªn en los primeros a?os veinte, pero s¨ª tenemos nubes de riders, j¨®venes que recorren en bicicleta las grandes ciudades haciendo recados mal pagados, con una nula esperanza de lograr a corto plazo una seguridad laboral y, por lo tanto, vital.

Escena en Wall Street durante el crash de 1929.
Escena en Wall Street durante el crash de 1929.Hulton Archive (Getty Images)

A¨²n m¨¢s importante incluso que la I Guerra Mundial, la Revoluci¨®n Rusa, que estall¨® en 1917, marc¨® los destinos de lo que iba a ocurrir durante los a?os veinte, entonces como ahora. Uno de cada cinco habitantes de la tierra vive en la actualidad sometido a una dictadura comunista que, curiosamente, ha aceptado el capitalismo en lo econ¨®mico, pero aplica t¨¦cnicas brutales de control social. Se trata de un r¨¦gimen implacable que se apoya adem¨¢s en nuevas tecnolog¨ªas, como el reconocimiento facial, que han crecido de manera exponencial mientras mir¨¢bamos hacia otro lado o, mejor dicho, permanec¨ªamos con los ojos clavados en la pantalla del m¨®vil. ¡°La Revoluci¨®n Rusa desencaden¨® un vasto experimento de ingenier¨ªa social, quiz¨¢s el mayor de la historia de la humanidad¡±, escribe el historiador brit¨¢nico Orlando Figes en La Revoluci¨®n Rusa 1891-1924 (Edhasa). Un experimento que, como demuestran los campos de concentraci¨®n en los que est¨¢n siendo internados cientos de miles de musulmanes en China, los uigures, no ha terminado todav¨ªa. Un reciente informe de la consultora tecnol¨®gica IHS Markit calculaba que en 2021 habr¨¢ 1.000 millones de c¨¢maras de vigilancia en todo el mundo, la mayor¨ªa de ellas en China. Estas c¨¢maras, que permiten observar, archivar y estudiar los movimientos de cualquier ciudadano, est¨¢n dopadas por unos sistemas de reconocimiento facial cada vez m¨¢s sofisticados y por los avances en big data, la capacidad para procesar enormes cantidades de informaci¨®n en muy poco tiempo.

Fueron precisamente aquellos felices a?os veinte durante los que el fascismo y el nazismo cautivaron a la sociedad

Los a?os veinte cabalgaron tambi¨¦n impulsados por una revoluci¨®n tecnol¨®gica irrefrenable: coches, aviones, transportes p¨²blicos, cines, radios, luces el¨¦ctricas, inventadas a caballo entre el siglo XIX y el XX, se asentaban en la sociedad. Al igual que ocurre en el siglo XXI, las tecnolog¨ªas m¨¢s influyentes y revolucionarias vienen del pasado, como los m¨®viles o la rob¨®tica, por no hablar de los efectos de la industrializaci¨®n en el cambio clim¨¢tico, pero se ciernen sobre el futuro. El gran cineasta Jean Renoir traz¨® una foto maravillosa de c¨®mo era el mundo justo antes de los a?os veinte, cuando escribi¨® un precioso retrato de su padre, el pintor Pierre-Auguste Renoir, cuyos cuadros identificamos sobre todo con el siglo XIX. Renoir, mi padre (Alba) representa uno de los mejores retratos que se han hecho de los a?os anteriores a la gran transformaci¨®n del siglo pasado. ¡°Muri¨® en 1919¡±, escribe el director de La gran ilusi¨®n y La regla del juego. ¡°Cuatro a?os antes hab¨ªa pasado mi examen de piloto en la aviaci¨®n. Hab¨ªamos conocido los bombardeos a¨¦reos, el gas asfixiante. El campo hab¨ªa comenzado a vaciarse hacia las ciudades; los suburbios de Par¨ªs ya eran el horror que conocemos. Los obreros trabajaban en las f¨¢bricas. Las verduras que se consum¨ªan en Par¨ªs ven¨ªan del Midi, incluso de Argelia. Ten¨ªamos un coche. Renoir ten¨ªa tel¨¦fono. Hab¨ªa sido operado y anestesiado. A los franceses les apasionaba el f¨²tbol. Se hab¨ªa producido la revoluci¨®n comunista. Exist¨ªa el antisemitismo. Ten¨ªamos un proyector. El divorcio exist¨ªa. Habl¨¢bamos del derecho de autodeterminaci¨®n de los pueblos. El problema del petr¨®leo dominaba el mundo. Las mujeres se dejaban el pelo corto. Exist¨ªa el impuesto sobre la renta. Los pasaportes se hab¨ªan convertido en obligatorios. Las carreteras estaban asfaltadas. Nuestra casa ten¨ªa calefacci¨®n central, agua fr¨ªa y agua caliente, gas, electricidad, cuartos de ba?o¡±.

Redada en un speakeasy de Washington durante la prohibici¨®n.
Redada en un speakeasy de Washington durante la prohibici¨®n.Bettmann (Getty Images)

Sin embargo, se trata de inventos que identificamos con la d¨¦cada de los veinte porque fue entonces cuando se apoderaron de la vida cotidiana. En 1912, por ejemplo, solo el 12% de los hogares de EE UU ten¨ªa electricidad; en 1925, dos tercios dispon¨ªan de luz y, por lo tanto, de la posibilidad de albergar neveras, lavadoras o radios. Al igual que el cine, la radio se invent¨® a finales del siglo XIX, pero su expansi¨®n se produjo en este periodo. El 2 de noviembre de 1920 se transmitieron por primera vez en vivo los resultados de las elecciones presidenciales. ¡°Los a?os entre la I Guerra Mundial y la Gran Depresi¨®n fueron un periodo de excitaci¨®n, movimiento y una nueva, m¨¢s r¨¢pida, forma de vivir¡±, escribe Marcia Amidon Lusted en el libro The Roaring Twenties. Discover The Era Of Prohibition, Flappers And Jazz (Nomad Press). ¡°Fue el principio de la vida moderna, de las invenciones modernas y del nacimiento de la cultura popular, de una forma que los estadounidenses nunca hab¨ªan experimentado antes¡±. Jean Renoir resum¨ªa as¨ª la creciente confianza en la tecnolog¨ªa: ¡°?bamos a pasar de la civilizaci¨®n de la mano a la civilizaci¨®n del cerebro¡±.

Stefan Zweig, uno de los escritores m¨¢s l¨²cidos del siglo XX y uno de los novelistas m¨¢s le¨ªdos en los a?os veinte del siglo pasado, pero tambi¨¦n de este, recuerda as¨ª aquella ¨¦poca en sus memorias, El mundo de ayer (Acantilado): ¡°La d¨¦cada de 1924 a 1933 ¡ªsiempre la recordar¨¦ con gratitud¡ª fue una ¨¦poca relativamente tranquila para Europa, antes de que aquel hombre pusiese nuestro mundo patas arriba. Precisamente porque hab¨ªa sufrido tantas conmociones, nuestra generaci¨®n recibi¨® la paz relativa como un regalo inesperado. Todos ten¨ªamos la sensaci¨®n de que ¨ªbamos a recuperar la felicidad, la libertad y la concentraci¨®n espiritual que los a?os nefastos de la guerra y de la posguerra hab¨ªan arrebatado a nuestras vidas¡±. Sin embargo, fueron precisamente aquellos felices a?os veinte durante los que el fascismo y el nazismo supieron cautivar a la sociedad. Por muchas memorias que se lean de testigos de aquella ¨¦poca, sigue siendo espeluznante, por ejemplo, que la mayor¨ªa de los jud¨ªos europeos no viesen la que se les ven¨ªa encima. Como en aquella escena de la pel¨ªcula Cabaret en la que despu¨¦s de que los nazis organizasen un acto impresionante en un parque, uno de los personajes sostiene: ¡°Los utilizaremos para librarnos de los comunistas, pero luego nos libraremos de ellos¡±.

Los a?os veinte del siglo XX representan sobre todo un recordatorio de la fragilidad de la democracia y de c¨®mo la libertad puede retroceder cuando las fuerzas pol¨ªticas se olvidan de defenderla d¨ªa a d¨ªa. Tambi¨¦n sirven para medir las consecuencias del odio, cuando se manipula y fomenta, como ocurri¨® con el antisemitismo no solo en Alemania, sino en toda Europa. Y este horror puede crecer incluso dentro de una sociedad desbordada por la creatividad. Los a?os veinte vivieron el estallido cultural de la Rep¨²blica de Weimar; vieron c¨®mo se formaba en Espa?a la generaci¨®n del 27, el grupo po¨¦tico m¨¢s importante desde el siglo XVI, cuyos representantes ¡ªGarc¨ªa Lorca, Cernuda, Aleixandre, Alberti¡­¡ª seguimos leyendo y admirando. Fueron asimismo los a?os de la generaci¨®n perdida, novelistas estadounidenses que nunca dejamos de leer. Y tambi¨¦n son un ejemplo de c¨®mo la tecnolog¨ªa puede transformar la sociedad en sus m¨¢s peque?os detalles.

Cien a?os despu¨¦s de haber sido escrito, El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, sigue hablando del presente. As¨ª acaba la novela que mejor define aquella ¨¦poca: ¡°Gatsby cre¨ªa en la luz verde, en el orgi¨¢stico futuro que a?o tras a?o retrocede delante de nosotros. Se nos escapa en el momento presente, pero ?qu¨¦ importa!; ma?ana correremos m¨¢s deprisa, nuestros brazos extendidos llegar¨¢n m¨¢s lejos¡­ Y una hermosa ma?ana¡­ Y as¨ª seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado¡±. Los que vivieron aquello no pod¨ªan saber que se encaminaban hacia el desastre, hacia el Holocausto, la guerra civil espa?ola, las Grandes Purgas sovi¨¦ticas y la II Guerra Mundial. Los m¨¢s l¨²cidos pudieron intuirlo, sin duda, pero no exist¨ªa ninguna certeza. Los habitantes de los a?os veinte del siglo XXI sabemos, con todos los datos que la ciencia es capaz de proporcionarnos, que nos encaminamos hacia el desastre clim¨¢tico y somos precisamente los que vivimos en este periodo la ¨²ltima generaci¨®n que puede evitarlo. Ojal¨¢ no se cumpla la profec¨ªa de Gatsby y, un siglo despu¨¦s, la corriente no nos arrastre hacia el pasado y los a?os veinte sean, efectivamente, la era en que todo sea posible, en que el futuro pertenezca a los que ven las cosas como son.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PA?S. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos pa¨ªses ¨Centre ellos Afganist¨¢n, Irak y L¨ªbano¨C y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ¡®Una lecci¨®n olvidada¡¯, que recibi¨® el premio al mejor ensayo de las librer¨ªas de Madrid.

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