Compa?erito de carpeta
S¨®lo los grandes cr¨ªticos literarios son capaces de establecer jerarqu¨ªas, dar un orden de ideas y valores a lo que, en un principio, parece una jungla. Es lo que hizo Jos¨¦ Miguel Oviedo, siempre severo y exigente
Cuando Jos¨¦ Miguel Oviedo comenz¨® a escribir rese?as de libros en el Suplemento Dominical de El Comercio, a finales de los a?os cincuenta del siglo pasado, hubo un cambio significativo en la cultura peruana. Hasta entonces no hab¨ªa habido cr¨ªticos literarios propiamente hablando en el pa¨ªs, sino piadosos articulistas o historiadores de la literatura. Jos¨¦ Miguel era un caso ins¨®lito. Sus textos eran verdaderos ensayos, comparables a los que, por aquellos mismos a?os, escrib¨ªan Cyril Connolly en Londres, o Edmund Wilson y George Steiner en Nueva York. No exagero nada: la misma profundidad, la vasta informaci¨®n, la severidad y la exigencia id¨¦nticas. Ni qu¨¦ decir que las v¨ªctimas de esos juicios cr¨ªticos, buena parte de los escritores peruanos, lo detestaron.
Otros art¨ªculos del autor
Alguna vez, en nuestros espor¨¢dicos encuentros por el mundo, pregunt¨¦ a Jos¨¦ Miguel si la dureza de sus cr¨ªticas no era injusta con los maltratados poetas, dramaturgos y novelistas peruanos. ¡°No hay excusas¡±, me respondi¨® con esa s¨²bita ferocidad de los t¨ªmidos. ¡°Escriben al mismo tiempo que Virginia Woolf, Faulkner o Borges. O que T.?S. Eliot y Neruda. Deber¨ªan ser tan buenos como ellos o renunciar a la literatura¡±.
En esos mismos a?os, sin que Jos¨¦ Miguel ni yo lo sospech¨¢ramos, la literatura hispanoamericana dar¨ªa un vuelco espectacular, y aparecer¨ªan o se rescatar¨ªan obras como las de Onetti, Roa Bastos, Rulfo, Cort¨¢zar, S¨¢bato, Garc¨ªa M¨¢rquez y muchos otros, que pondr¨ªan a la literatura de Am¨¦rica Latina en el inter¨¦s y la curiosidad de medio mundo. M¨¢s tarde aquello se llamar¨ªa, nadie sabe por qu¨¦ ni qui¨¦n lo bautiz¨® as¨ª, el boom. En su indispensable autobiograf¨ªa (Una locura razonable: memorias de un cr¨ªtico literario), Jos¨¦ Miguel rinde justo homenaje al semanario Marcha, de Montevideo, y a dos cr¨ªticos uruguayos, ?ngel Rama y Emir Rodr¨ªguez Monegal, por haber contribuido en gran parte a ese fen¨®meno que gan¨® tantos lectores a nuestros escritores e hizo saber al mundo que no s¨®lo rancheros borrachos y dictadores poblaban nuestras tierras; que hab¨ªa en ellas, tambi¨¦n, una literatura interesante. Pero se olvid¨® de decir que acaso el mejor y m¨¢s agudo cr¨ªtico de esos a?os del boom fue ¨¦l mismo. Ah¨ª est¨¢n los ensayos que escribi¨® para probarlo; ser¨¢ evidente, sobre todo, cuando se re¨²nan en uno o varios libros las incontables cr¨ªticas que, en revistas y peri¨®dicos de todo el continente, escribi¨® el propio Oviedo sobre la nueva literatura hispanoamericana y sus autores.
Durante tres a?os fuimos compa?eros de clase en el colegio de La Salle, de Lima, y durante uno compartimos la misma carpeta. Lo descubr¨ª revisando viejos papeles, treinta o cuarenta a?os despu¨¦s, gracias a un dibujo hecho por ¨¦l, en una cartulina blanca, de Ana Mar¨ªa ?lvarez Calder¨®n, Reina de Belleza lime?a de los a?os cincuenta, con esta dedicatoria: ¡°A mi compa?erito de carpeta, Mario Vargas Llosa¡± y firmado Jos¨¦ Miguel Oviedo. Ninguno de los dos sab¨ªamos entonces que ambos estudiar¨ªamos letras (¨¦l en la Cat¨®lica y yo en San Marcos) y que defraudar¨ªamos a nuestras respectivas mam¨¢s siendo escritores (la suya so?aba con que ¨¦l fuera un exitoso abogado y la m¨ªa que me dedicara a la diplomacia). Lo que nos interesaba entonces parec¨ªa ser el f¨²tbol, en el que ¨¦ramos a cual peor. ?l se ha inventado en sus memorias (o yo lo he olvidado) que a m¨ª entonces me dec¨ªan ¡°Coca Cola¡±, no s¨¦ por qu¨¦, porque nunca me gust¨® esa bebida efervescente que rastrillaba la garganta.
Le pregunt¨¦ si la dureza de sus cr¨ªticas no era injusta con los maltratados dramaturgos, novelistas y poetas peruanos
Cuando, en 1970, Jos¨¦ Miguel acept¨® ser director de Cultura del Gobierno Militar del general Velasco Alvarado, sus amigos temblamos. ?Se sumar¨ªa a la demagogia fren¨¦tica imperante? ?Entregar¨ªa la cultura peruana a la banda de comunistas y cong¨¦neres que poco despu¨¦s capturar¨ªa los peri¨®dicos, las radios y las televisiones cancelando la libertad de prensa en el Per¨²? Lo hizo de manera impecable. No s¨®lo resisti¨® a los extremistas y a los propios militares que le preguntaban cu¨¢ndo ¡°entrenaba¡± la Orquesta Sinf¨®nica, sino que promovi¨® el teatro y la buena m¨²sica y las artes, y public¨® revistas literarias excelentes, y trajo a Lima exposiciones memorables como aquella dedicada al surrealismo. Pero el a?o y medio que pas¨® all¨ª le destroz¨® los nervios y debi¨® recurrir al yoga para sosegarse.
Sin una cr¨ªtica de alto nivel, todo movimiento cultural es amorfo y se desarma en la confusi¨®n. S¨®lo los grandes cr¨ªticos son capaces de establecer jerarqu¨ªas, dar un orden de ideas y valores a lo que, en un principio, parece una jungla. Es lo que hizo Oviedo en aquellos a?os, en que fue viajando a la Argentina, a Chile, a Colombia, a Cuba, a M¨¦xico, y escribiendo cada semana ¡ªa veces, cada d¨ªa¡ª sobre lo que descubr¨ªa y le¨ªa. Sus art¨ªculos y ensayos contribuyeron de manera decisiva a darle a la dispersa literatura del continente una unidad en la diversidad. A?os m¨¢s tarde, esta idea ser¨ªa el meollo de su ambiciosa Historia de la literatura hispanoamericana (Alianza Editorial) en cuatro vol¨²menes, la mejor que se ha escrito y, acaso, la ¨²nica que se puede leer de corrido de principio a fin.
Sin un escrutinio de alto nivel, todo movimiento cultural es amorfo y se desarma en la confusi¨®n
No s¨¦ si fue una buena idea la de Jos¨¦ Miguel de irse a los Estados Unidos a ense?ar, a lo que lo animamos muchos amigos. Albany, Indiana, Los ?ngeles, Filadelfia. All¨ª pasar¨ªa el ¨²ltimo cuarto de siglo de su vida. Le gustaba Nueva York, donde ense?aba en los veranos, por sus librer¨ªas, exposiciones y conciertos. Ten¨ªa una estabilidad econ¨®mica de la que nunca goz¨® en el Per¨² y escribi¨® libros ambiciosos sin caer en la jerigonza pretenciosa e ilegible que en los a?os setenta y ochenta se presentaba como la ¡°cr¨ªtica cient¨ªfica¡± de la literatura. Sus ensayos arrastraban siempre una huella de sus textos period¨ªsticos, de manera que la barbarie latinoamericana estuvo siempre viva en ¨¦l, adem¨¢s de la nostalgia. Pero en aquellos campus mod¨¦licos, ejercer la cr¨ªtica era un quehacer sin riesgo ni misterio, algo muy distinto de aquel trabajo pionero, social y pol¨ªtico, a la vez que literario, que Oviedo nunca dej¨® de a?orar.
Creo que los cinco a?os que pas¨® en el destierro de Indiana, en Bloomington, fue m¨¢s o menos feliz. As¨ª me pareci¨®, por lo menos, aquella vez que fui a visitarlo a ese pueblecito lunar. Y acaso lo fue m¨¢s en UCLA, en California, donde Martha, su mujer, trabaj¨® en un hospital, ocup¨¢ndose de cuidar a enfermos sin remedio que no pod¨ªan valerse por s¨ª mismos. Pero luego vinieron los a?os dur¨ªsimos de Filadelfia, el accidente que lo tuvo un a?o en una cl¨ªnica, el c¨¢ncer al que Martha sobrevivi¨®, la decadencia f¨ªsica de los ¨²ltimos a?os. La ¨²ltima vez que lo vi en persona, en la Feria del Libro de Guadalajara, ten¨ªa la cabeza y la barba blancas, parec¨ªa muy fr¨¢gil, y su hija Paola lo arrastraba en una silla de ruedas. Pero su conferencia fue soberbia.
Cuando me enter¨¦ por Alonso Cueto de que estaba grave, llam¨¦ por tel¨¦fono a Paola. Me contest¨® ella misma, ba?ada en llanto. Toda la familia estaba all¨ª, en el hospital donde acababan de internarlo. El m¨¦dico les hab¨ªa dicho que el organismo de Jos¨¦ Miguel no pod¨ªa resistir m¨¢s pulmon¨ªas. Como ¨¦l ya no consegu¨ªa hablar, le acercaron el tel¨¦fono para que yo pudiera saludarlo. Le dije que lo quer¨ªa mucho, que le agradec¨ªa lo generoso que hab¨ªa sido con mis libros, le asegur¨¦ que volver¨ªamos a vernos. Luego de un largo silencio, escuch¨¦, lejan¨ªsima, su voz: ¡°Gracias, Mario¡±. Pocas horas despu¨¦s hab¨ªa muerto. Que se termine, por fin, este a?o maldito que se llev¨® a tantos amigos y me ha dejado sin pasado, como un sobreviviente.
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