Los chiflidos
El ni?o grit¨®n aqu¨ª sigue. Ya no le grita al barranco. Grita dentro de verdaderos palacios. Y nace un nuevo eco en forma de aplausos
EN LA XALAPA ¡ªmi ciudad natal¡ª de finales de los sesenta, la calle del 13 de Septiembre de la colonia Electricistas fue de las primeras en recibir habitantes con mis abuelos y un par de vecinos m¨¢s. Aquella calle cerrada, situada pr¨¢cticamente en la punta de la colina, terminaba en un barranco que permit¨ªa una bell¨ªsima vista al valle y que despu¨¦s ser¨ªa el fraccionamiento Ensue?o por donde ahora pasa la avenida de Murillo Vidal. A la orilla de ese barranco estaba la casa de do?a Gloria. Acababa de llover y el sol ya levantaba el vapor de las calles mojadas. Ser¨ªan las tres de la tarde y desde el barranco observabas c¨®mo los nubarrones se alejaban. No era raro ver el arco iris. Despu¨¦s de estar casi media hora escuchando a los chamacos silbar, Natalia, sobrina de do?a Gloria que viv¨ªa con ella, sali¨® a reprenderlos.
¡ª?Ya dejen de estar chiflando! ¡ªdijo Natalia muy cabreada.
¡ªSi no estamos chiflando ¡ªrespondi¨® el Carlangas.
¡ªEs el Javi que est¨¢ gritando ¡ªagreg¨® el Dani.
Ah¨ª estaba yo con cuatro o cinco a?os, al pie del barranco, pegando gritos tan agudos que parec¨ªan chiflidos y que ten¨ªan mareada a la mujer. Me encantaba escuchar el eco de mi voz, que de alguna manera resonaba m¨¢gica y volv¨ªa a m¨ª en ese divertido fen¨®meno ac¨²stico. Mi amor por la m¨²sica fue algo que naci¨® conmigo. No s¨¦ si mi mam¨¢ com¨ªa corcheas con cereal o melod¨ªas con la ensalada, pero mis o¨ªdos siempre fueron seducidos por la m¨²sica, por los ritmos, por cualquier cosa que hiciera nacer sonidos.
Poco queda de aquella calle del 13 de Septiembre. El barranco dej¨® de existir cuando empez¨® a poblarse el fraccionamiento Ensue?o y cuando una t¨ªa de Pepe, el nieto de do?a Gloria, construy¨® al lado su casa. Las piedras desprendidas del chapapote negro con el que pavimentaban la calle y que us¨¢bamos para jugar ¡ªganaba el que las arrojara m¨¢s lejos en el barranco¡ª ya no existen. Ahora, la calle est¨¢ aburridamente pavimentada con cemento. Aquella vista en la que predominaba el verde de los ¨¢rboles que poblaban todo el valle y las colinas se volvi¨® un colorido conjunto de fachadas, avenidas y letreros luminosos. El clima no es el mismo.
Tengo nostalgia de esa Xalapa, de esos d¨ªas, del olor a tierra mojada por la lluvia y de esos gritos que con el eco volv¨ªan felices a mis o¨ªdos, aunque no puedo negar la felicidad que vivo actualmente. Mucho ha cambiado, pero debo decir que el ni?o grit¨®n aqu¨ª sigue. Ya no le grita al barranco. Grita dentro de verdaderos palacios. Su voz resuena en las entra?as de los m¨¢s importantes teatros de ¨®pera, y en el coraz¨®n de las personas que le escuchan es donde nace ahora un nuevo eco, que vuelve a ¨¦l en forma de en¨¦rgicos aplausos llenos de cari?o. Hoy este ni?o convertido en hombre sigue amando la m¨²sica, sigue maravillado por la magia que crea y por este nuevo eco que trae consigo.
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