Salvarse de lo vulgar
Dedicar tiempo y energ¨ªa en hacer milagros en los que poder creer. As¨ª es la vida de los voluntarios que ayudan a los migrantes en la ruta balc¨¢nica
"A ver, ?qu¨¦ baje el siguiente!", exclam¨¦ desde el s¨®tano de un restaurante reconvertido en almac¨¦n, tienda y cl¨ªnica. "?Pero bueno! ?A ti qu¨¦ te ha pasado?¡±. "Nada, nada", responde el hombre, cabizbajo, hipnotizado. "Rub¨¦n, ?quedan pantalones de talla media?", grito por encima de la m¨²sica, el alboroto y las estanter¨ªas. "Zapatos, necesito zap¡", balbucea el hombre. "No puedo m¨¢s, no puedo¡±, dice mientras su cuerpo se desploma: con su frente contra mi pecho y su sien por mi hombro, mis manos acarician su cabello con ternura paternalista.
Podr¨ªa ser mi padre, pero no puedo ser su hijo. Am¨ªn tiene 42 a?os y naci¨® en Shiraz, al sur de Ir¨¢n, la Pers¨¦polis de las rosas, los m¨¢rtires y las persecuciones. "Me han pegado, no s¨¦ por qu¨¦, pero me han pegado fuerte en las piernas y en la cabeza", explica asustado, humillado y desesperanzado. A Am¨ªn solo le queda un hilillo de voz y cierta dignidad innata que no le han podido robar; el resto ¨Ctel¨¦fono, dinero y salud¨C ha volado.
?Militares o polic¨ªas?, le pregunto entre el hurgamiento de herida y la necesidad de reportar los hechos. "Polic¨ªa, creo. Iban de negro". "?D¨®nde? ?Croacia? ?Eslovenia?", vuelvo a preguntar. Am¨ªn se despega poco a poco, recobra estabilidad y me acuchilla con sus pupilas de carb¨®n. Siento toda la rabia del universo pero la dejo esfumarse por la ventana recordando que no soy v¨ªctima ni salvaci¨®n en esta historia. "La patolog¨ªa del h¨¦roe" dice siempre Valentina, otra voluntaria de la No Name Kitchen que ha visto miles de heridas, de hambres y de personas llen¨¢ndose la mochila de problemas ajenos hasta acabar crey¨¦ndose una especie de superh¨¦roe omnipotente. El resultado siempre es parecido: acabar con depresi¨®n, con ansiedad o con un disfraz de Spiderman en la Plaza Mayor de Madrid.
"Toma, nos queda este ch¨¢ndal; si no tiene que ser vaquero". Rub¨¦n me pasa el pantal¨®n que Am¨ªn acepta con gusto. ¡°Si¨¦ntate aqu¨ª y tranquilo que vamos a encontrar una soluci¨®n, ?vale?¡±, le susurro arrodillado a sus pies ¨Czapatos no trae¨C. Luc¨ªa, de Madrid, me pasa una toalla para limpiarle los pies mientras sondeo los zapatos que no quedan. Am¨ªn se relaja. Ni me creo Jesucristo ni espero que esta cena sea la ¨²ltima, pero Am¨ªn tiene algo de ap¨®stol. Al fin y al cabo es un enviado; aunque le hayan devuelto por falta de sello.
"Mi mujer y mis dos hijas llegaron a Hamburgo hace un a?o. Necesito unirme a ellas como sea". Am¨ªn intenta llamar a su esposa desde el tel¨¦fono de Stefan, pero no conecta. Telecomunicaciones bosnias, gracias por nada. Am¨ªn huye de una c¨¢rcel sin rejas. Ser cristiano en el Ir¨¢n de hoy puede ser como predicar en la Judea de hace 2000 a?os. Arriesg¨® los ahorros de toda una vida como contable y emprendi¨® la marcha. Su mujer consigui¨® un visado de turista para Alemania; ¨¦l, no.
Cruz¨® Turqu¨ªa. Muri¨® y renaci¨® cruzando el r¨ªo Evros hasta Bulgaria. Camin¨® Macedonia y Serbia; se escondi¨® en camiones, regate¨® la extorsi¨®n de mafias serbias y afganas. Lleg¨® a la ciudad bosnia de Bihac y se infiltr¨® en la jungla croata junto a varios compa?eros pakistan¨ªs. Pis¨® nieve y ortigas durante cuatro d¨ªas, al quinto se torci¨® un tobillo. Cojeando, qued¨® rezagado. Ni Dios le esper¨® a pesar de ser ap¨®stol. Extenuado y perdido, qued¨® petrificado ante un oso pardo. A 30 metros de la muerte su miedo le congel¨® los mismos dedos que utiliz¨® para sacar el tel¨¦fono y marcar el 112. Unas horas despu¨¦s los servicios de emergencia de Croacia le esperaban con una porra y una devoluci¨®n sin derecho a solicitar protecci¨®n oficial.
¡°Hasta la semana que viene no hay zapatillas¡±, avisa Giovanni, italiano haciendo de logista, cocinero y trapecista si hace falta. Am¨ªn se contenta con unos mocasines. Matilda, Bruno y B¨¢rbara prestan ayuda a otras personas que iban en el furg¨®n junto a Am¨ªn. Maril¨² y Amaya barnizan las heridas con yodo, y quien no reparte abrigos va al almac¨¦n para traer algo de comida.
Todo esto ocurre en Velika Kladusa (Bosnia-Herzegovina), mientras Gina y Paula preparan arroz con curri junto a chavales afganos en Patras (Grecia); o al mismo tiempo en que Berto y Vivi se plantan frente a la polic¨ªa que destroza fogones y tiendas de campa?a en Sid (Serbia); ?ngeles en Ch¨ªos (Grecia); Said en Montenegro, Blanca en Melilla (Espa?a), Nina en Sarajevo (Bosnia-Herzegovina), etc. Mire donde mire veo personas usando su tiempo y su energ¨ªa para hacer milagros de los que s¨ª me creo.
Dec¨ªa la poeta Gloria Fuertes que hacerse voluntario es salvarse de lo vulgar, de lo material. A lo mejor exageraba, pero habiendo decidido ser ecofeminista en la ¨¦poca en la que decidi¨® serlo, pod¨ªa exagerar lo que quisiera. Como Am¨ªn, que dice que el oso med¨ªa 6 metros, y que ahora no sabe qu¨¦ hacer ni adonde ir. "Tranquilo, Am¨ªn. T¨² conf¨ªa en esta gente", digo se?alando a Virginia y a Audrey. "Seguro que ya tienen alg¨²n milagro preparado".
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