Los dos (o tres) d¨ªas en los que ¡®At¨²n¡¯ fue un gato tranquilo
El peque?o de la familia visita el quir¨®fano para que le pasen la tijera. ?Le habr¨¢ cambiado el car¨¢cter?
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Los tel¨¦fonos inteligentes no nos esp¨ªan tan bien como creemos. Por lo menos a los humanos que compartimos casa con gatos. Si lo hicieran de una forma tan profesional como sospechamos, a m¨ª deber¨ªan salirme todo el rato anuncios de latas de at¨²n en conserva o, incluso, de ofertas para adquirir barcos atuneros. ?Por qu¨¦ digo esto? Pues porque me paso el d¨ªa diciendo el nombre de mi segundo gato: At¨²n. Claro que tambi¨¦n puede ser que el tel¨¦fono sea mucho m¨¢s inteligente de lo que creo y que, como su nombre suele ir acompa?ado de ¡°?No!¡±, me considere un atun¨®fobo o algo parecido.
At¨²n es un gato muy inquieto. Es verdad que a¨²n es muy joven ¡ªcreo que tiene unos ocho meses¡ª, pero tiene una energ¨ªa, una necesidad de movimiento y unas ganas de hablar que no puede con ellas. Se pasa el d¨ªa hablando. A veces incluso construye frases. Me recuerda un poco a los pavos reales que emiten un sonido que, si no analizas bien, dice algo as¨ª como ¡°?Me ahogo!¡± (al menos los pavos reales que hay en el Campo de San Francisco de Oviedo).
Hasta el momento, solo ha habido dos d¨ªas en los que el peque?o de la familia ha estado calmado: los que siguieron a su castraci¨®n, que es el tema del que les ven¨ªa a hablar, pero me parec¨ªa un poco duro arrancar el texto hablando de ¡°castraci¨®n¡±, as¨ª en fr¨ªo.
Por diferentes motivos ¡ªprincipalmente de salud¡ª decid¨ª pasarle la tijera a At¨²n. Ya lo hab¨ªa hecho con M¨ªa en su momento, y como Atunete tampoco va a tener descendencia, se le evita el sufrimiento del celo y se le ahorran posibilidades de algunas enfermedades, tom¨¦ la misma decisi¨®n. Dicen que con los segundos ¡ªhijos o gatos, da igual¡ª se sufre menos. Que el que llega m¨¢s tarde va ya con el campo abierto por el primero y sus padres o due?os (no estoy hablando del veto parental, ojo, sino de humanos y de mascotas) se preocupan menos por ellos. Mentira. Mentira cochina. Al menos en el caso de que tu padre o due?o sea un hist¨¦rico e hipocondriaco que traslada sus miedos a los pobres animales, que son felices en su inconsciencia consciente.

Como soy bastante mani¨¢tico, decid¨ª hacer la operaci¨®n de At¨²n m¨¢s o menos en la misma fecha en la que se la hice a M¨ªa: en torno a diciembre. Quer¨ªa hacerla un viernes, para poder estar en casa los dos d¨ªas inmediatamente posteriores a la cirug¨ªa. La operaci¨®n de M¨ªa fue muy bien, pero por la noche, tras llegar a casa, decidi¨® comenzar a lamerse los puntos y al amanecer aquello era un festival de costuras fuera de sitio, por lo que hubo que llevarla a coser de nuevo a urgencias. El collar isabelino le duraba puesto un minuto.
Con la lecci¨®n aprendida, me inform¨¦ sobre los peligros de la operaci¨®n y el postoperatorio de At¨²n. Les hago un resumen: b¨¢sicamente ninguno. En los machos es todo mucho m¨¢s sencillo. ?Pero pueden los datos objetivos y las estad¨ªsticas calmar a un agon¨ªas? Por supuesto que no.
Esto que voy a decir es un poco melodram¨¢tico pero se me rompi¨® el coraz¨®n al dejar a At¨²n en la cl¨ªnica. Ya la noche antes andaba nervioso (hablo de m¨ª), y no hac¨ªa m¨¢s que pensar en el pobre gato, metido en el transport¨ªn toda la ma?ana, sin conocer el lugar, sin entender lo que estaba pasando¡ Me lo imaginaba all¨ª pensando que lo hab¨ªa abandonado o yo qu¨¦ s¨¦.
Es curioso, pero de la que ¨ªbamos a la cl¨ªnica, en el taxi, no dijo ni miau. ?l, que no calla ni debajo del agua, deb¨ªa de intuir de alguna forma que aquella no era una visita normal al veterinario. Por cierto que el taxista que me llev¨® me cont¨® que ¨¦l de gatos no, pero de caballos s¨ª que sab¨ªa mucho. Doy fe.
Al dejarlo en el mostrador, me hicieron firmar ese horrible documento que no pone ninguna cosa buena y en el que te plantean todos los escenarios apocal¨ªpticos y alguno m¨¢s, por si acaso te fueras a quedar tranquilo.
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Intent¨¦ cruzar una mirada de camarader¨ªa con la persona que estaba en recepci¨®n. Ech¨¦ un ¨²ltimo vistazo a At¨²n y me desped¨ª con un ¡°Cuidadlo bien, por favor¡±. La se?ora me mir¨® con cara de ¡°el que necesita que lo cuiden aqu¨ª eres t¨², sobre todo en el aspecto mental¡±.
Como me hab¨ªan dicho que me llamar¨ªan una vez hubiera terminado la operaci¨®n, me pas¨¦ la ma?ana pendiente del m¨®vil. All¨ª no llamaba nadie. Las 12. Nada. Las 13. Nada. Las 14. Nada. A las 14:31 el tel¨¦fono comenz¨® a sonar, una voz celestial me dijo que hab¨ªa ido todo bien y que pod¨ªa pasar a buscar a At¨²n cuando quisiera. Y claro, yo quer¨ªa ir ya, pero no pod¨ªa porque tengo un trabajo.
Pas¨¦ a por el gato a media tarde. Llevaba el collar isabelino y, aunque se notaba que no entend¨ªa muy bien qu¨¦ demonios era aquel pl¨¢stico, lo portaba con cierta dignidad. Fue una situaci¨®n un poco rid¨ªcula, ya que est¨¢bamos all¨ª varias personas y una auxiliar iba saliendo con los animales y llam¨¢ndonos con la pregunta ¡°?Due?os de¡?¡±. Y claro, cuando lleg¨® mi turno sali¨® y dijo ¡°?due?os de At¨²n?¡± y hubo cierto recochineo en la sala. La verdad es que cuando decid¨ª el nombre no se me hab¨ªa pasado por la cabeza vivir un momento as¨ª.
Al llegar a casa, nada m¨¢s salir del transport¨ªn, dio sus primeros pasos y parec¨ªa que llevaba una casta?a fina. Las piernas le fallaban un poco y se iba para los lados. Efectos secundarios de la anestesia. Como me hab¨ªan dicho que no deb¨ªa comer ni beber de inmediato, retir¨¦ los comederos y bebederos. M¨ªa me observaba con cara de no entender el porqu¨¦ de aquellos da?os colaterales.
Creo que fueron los dos o tres d¨ªas m¨¢s tranquilos desde que At¨²n est¨¢ en casa. Se notaba que el pobre estaba cansado y dolorido. Segu¨ªa sin entender por qu¨¦ estaba dentro de un cono, pero lo llevaba bastante bien. Por las noches, se sub¨ªa a la cama y se tumbaba a mi lado. Cuando ten¨ªa que comer o beber, como es bastante impulsivo, iba empujando el recipiente hasta que una pared hac¨ªa de tope y aquello se quedaba quieto.
Pero estaba calmado. Incluso M¨ªa recuper¨® alguna de sus costumbres olvidadas, como subirse al piso m¨¢s alto del rascador o venir a visitarme por las noches. Normalmente no pod¨ªa hacerlo porque de inmediato aparec¨ªa At¨²n para ¡°abrazarla¡± y jugar ¡°tranquilamente¡± con ella.
Por unos momentos M¨ªa y un servidor so?amos con que aquella cirug¨ªa hubiera tenido el efecto secundario de calmar al peque?o At¨²n. Nos vimos viviendo una vida plena, de tardes de domingo en silencio, sin carreras repentinas, sin ning¨²n ser tratando de meterse por la fuerza bajo la manta.
Pero no. Fue un espejismo. At¨²n sigue hoy tan inquieto, curioso y en¨¦rgico como el primer d¨ªa. Contin¨²a con su media de romper un vaso o plato al mes. Sigue maullando para que le d¨¦ de comer o para explicarme ¡ªsupongo¡ª lo que ha hecho durante el d¨ªa. No ha dejado de pasar por encima de mi cabeza a las tantas de la madrugada y, cada d¨ªa, corre a abrazar a M¨ªa cuando est¨¢ durmiendo en su rinc¨®n favorito. A veces M¨ªa y un servidor nos cabreamos, pero luego nos acordamos de lo preocupados que estuvimos aquella ma?ana en la que At¨²n estuvo en el quir¨®fano y se nos pasa r¨¢pido. El car¨¢cter de los gatos es una loter¨ªa y nosotros estamos encantados con la peque?a revoluci¨®n que nos toc¨®. Aunque los tel¨¦fonos inteligentes no sean capaces de detectarlo.
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