La paradoja de Popper
El arte asume en la sociedad, como los sue?os en los individuos, la regulaci¨®n y la liberaci¨®n de las pulsiones que en la vigilia nos negamos a examinar
El otro d¨ªa, en este medio, Mario Vaquerizo dec¨ªa que ¡°pasamos de una dictadura franquista y ahora estamos en la dictadura de lo pol¨ªticamente correcto¡±. Por un lado, no comparemos lo incomparable. Por otro, creo que este se?or tiene su punto de raz¨®n si al hablar de lo ¡°pol¨ªticamente correcto¡± se refiere a la epidemia de moralismo que sufren las sociedades desarrolladas.
No solo confundimos la ¨¦tica (racional y de aspiraciones universales) con la moral, que es como el culo (cada uno tiene el suyo), que ha sido siempre un estandarte de las dictaduras (regeneraci¨®n moral y dem¨¢s) y que, en su estadio m¨¢s elevado, emana de tal o cual religi¨®n; exigimos adem¨¢s que nuestra moral particular se convierta en patr¨®n de los comportamientos colectivos.
Esta epidemia tiene efectos particularmente insidiosos en el ¨¢mbito de lo art¨ªstico. Cada uno, faltar¨ªa m¨¢s, tiene derecho a rechazar las obras de tal o cual creador porque sus ideas le parecen repugnantes. Si alguien quiere privarse de las novelas de Patricia Highsmith (racista) o del fascinante Viaje al fondo de la noche, de Louis-Ferdinand C¨¦line (nazi), o cerrar los ojos ante una pintura de Caravaggio (asesino), o no ver pel¨ªculas de Polanski (acusado de violar a una menor y fugitivo de la justicia estadounidense), o escupir sobre los poemas de Neruda (que llam¨® a Stalin ¡°el m¨¢s humano de los hombres¡±), all¨¢ ¨¦l o ella. Lo peligroso es el llamamiento al boicoteo. Y lo inaceptable es la creciente voluntad prohibicionista, cuyo reflejo m¨¢s est¨²pido se percibe en la dificultad de Woody Allen para estrenar pel¨ªculas en su propio pa¨ªs.
El asunto no es trivial. Alguien por lo general tan l¨²cido como George Orwell alert¨® en 1943 de que el arte reflejaba inexorablemente las ideas de su creador, y de unas ideas inaceptables surg¨ªa un arte inaceptable. Traslad¨¢ndolo todo a la pol¨ªtica, debemos enfrentarnos a la c¨¦lebre paradoja de la tolerancia descrita por Karl Popper: si una sociedad es infinitamente tolerante, acabar¨¢ siendo destruida por los intolerantes. Por recurrir a un ejemplo que sonar¨¢ inverso a alg¨²n lector, al pol¨ªtico independentista Gabriel Rufi¨¢n le ha ca¨ªdo la del pulpo (desde su propio ¨¢mbito ideol¨®gico) por entrevistar a personas de derechas y espa?olistas como Arcadi Espada o Xavier Garc¨ªa Albiol.
A m¨ª me ha gustado la iniciativa de Rufi¨¢n. Me parece inteligente, incluso en t¨¦rminos electorales. En pol¨ªtica, con alg¨²n que otro reparo, soy de los que, como Thomas Jefferson, creen en el mercado libre de las ideas (otra cosa son los actos) y en una tolerancia pr¨¢cticamente infinita. No me conformo con que el libro de Adolf Hitler, Mi lucha, se encuentre en las librer¨ªas: quiero que Hitler pueda presentarse a las elecciones (sin sus matones en la calle, por supuesto).
En cuanto al arte, me atengo a lo obvio: tanto el nazismo como el comunismo (y, a nivel m¨¢s cutre, el franquismo) prohibieron y censuraron a mansalva y fomentaron, cada uno en su estilo, un arte ¡°moral¡± sin ning¨²n valor. ?Qu¨¦ debemos hacer nosotros? ?Prohibimos Muerte en Venecia o Lolita por su contenido ped¨®filo? El arte asume en la sociedad la misma funci¨®n que los sue?os desempe?an para el individuo: la regulaci¨®n y la liberaci¨®n de nuestras pulsiones m¨¢s complejas, esas que est¨¢n ah¨ª y que en la vigilia nos negamos a examinar. ?Qu¨¦ hacemos? ?Empezamos a extirparnos trocitos de cerebro?
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