Pr¨ªncipe, carnicero y esp¨ªa
Con el espionaje saud¨ª a Jeff Bezos, Mohamed Bin Salman exhibe de nuevo la impunidad que le otorga su amistad con Donald Trump
Nada sustituye a un buen amigo. Y m¨¢s si es el presidente. Aunque no es f¨¢cil hacerse con su amistad. Puede que sea imposible, trat¨¢ndose de un individuo narcisista, solo atento a la satisfacci¨®n de sus deseos y la defensa de sus intereses. Para gan¨¢rselo hace falta dinero, mucho dinero, m¨¢s dinero incluso del que el propio presidente pueda disponer. Dicho de otra forma, hay que comprarle. Y Donald Trump es una mercanc¨ªa cara.
Si alguien puede hacerlo es quien est¨¢ sentado encima de una mina de oro inagotable, y mejor si adem¨¢s el oro es negro. Este es el caso de Mohamed Bin Salman (MBS), pr¨ªncipe heredero de Arabia Saud¨ª y hombre fuerte de un reino cuyo soberano, su padre, es un anciano enfermo. Su ascenso fulgurante y su actividad fren¨¦tica, adem¨¢s de cruenta, tienen la bendici¨®n de la Casa Blanca, donde cuenta con la amistad no tan solo del presidente sino tambi¨¦n de su yerno, el joven multimillonario neoyorquino del sector inmobiliario, Jared Kushner.
Sin tan alto acceso pol¨ªtico nada se entiende de lo que ha sucedido desde que MBS se hizo con el poder. La guerra de Yemen, por ejemplo, en la que han intervenido las fuerzas saud¨ªes, especialmente a¨¦reas, pertrechadas por la industria de armamento estadounidense. O el asesinato, descuartizamiento y desaparici¨®n de Jamal Khashoggi, el periodista saud¨ª cuyos art¨ªculos en The Washington Post molestaban a la familia real. Tampoco la salida a Bolsa de Saudi Aramco, ahora la primera empresa en capitalizaci¨®n burs¨¢til del mundo. O actualmente, el espionaje telef¨®nico a Jeff Bezos, el propietario de Amazon, mediante un virus de fabricaci¨®n israel¨ª introducido desde la cuenta telef¨®nica personal del pr¨ªncipe. Y m¨¢s: la pasmosa impunidad con que se aplica la pena de muerte, normalmente, por disidencia pol¨ªtica, tal como ha denunciado la asociaci¨®n Reprieve, en un recordatorio del triste r¨¦cord en n¨²mero y crueldad de las ejecuciones que ostenta el pa¨ªs saud¨ª.
Nada de todo esto, ni las cifras de los j¨®venes decapitados en las plazas saud¨ªes, impresiona a Trump. Tampoco impresiona a los numerosos deportistas, federaciones de f¨²tbol y motor y productores de televisi¨®n que hacen sustanciosos negocios con las competiciones que celebran en sus estadios y desiertos. Con el detalle adicional de que algunos de ellos se aventuran a dar lecciones sobre democracia y derechos humanos en Europa, pero son ciegos, sordos y mudos a cuanto acontece bajo la protecci¨®n del pr¨ªncipe, carnicero y esp¨ªa.
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