Reaccionarismo m¨¢gico
Es inaudito que preocupe m¨¢s una charla sobre sexualidad impartida en el colegio que lo que un ni?o recibe por un dispositivo electr¨®nico
Hay padres, hay madres, que experimentan de manera tan violenta el amor hacia sus hijos que lo gritan a los cuatro vientos como una amenaza, como si desearan partirse la cara con alguien para demostrarlo. Hay padres, hay madres, que construyen su relaci¨®n con los hijos sobre una absoluta desconfianza hacia el mundo. No pueden evitar inmiscuirse de mala manera en la vida escolar, les inquieta no controlar ese camino a la independencia que el ni?o emprende en la escuela. Hay padres y madres que creen reunir condiciones para ser pedagogos, entrenadores, consejeros espirituales, coleguitas de sus hijos. Hay padres y madres asfixiantes, que vigilan los juegos de los ni?os, que quisieran colocar c¨¢maras en las aulas y corregir al docente. Hay padres y madres que viven solo para eso, para ser padres y madres, y se olvidan de sus aspiraciones, si alguna vez las tuvieron, renuncian a los placeres adultos, se olvidan del sexo y de su propia cara ante el espejo. Por fortuna, viv¨ª mi maternidad cuando a¨²n no exist¨ªa el WhatsApp y no tuve que pasar por el trance de abandonar el grupo. Abandonaba o m¨¢s bien esquivaba a esos corrillos de madres y padres irreductibles que me hac¨ªan sentir en falta, porque yo, aparte de ser madre, deseaba ser muchas cosas m¨¢s y no lo ocultaba. No necesitaba que mi vanidad se inflara leyendo un bolet¨ªn de notas. Me enorgullec¨ªa en cambio de que me dijeran que estaba criando un ni?o digno de ser querido. Tal vez fui poco exigente, confi¨¦ en los maestros y en la escuela. Era un descanso compartir la educaci¨®n de un ni?o con terceros: ser yo el ¨²nico ejemplo a seguir me atormentaba.
Esa ultraderecha, que arrastra a la derecha a precipitarse por el abismo, ha ense?ado los colmillos al entender que parte del contenido escolar se escapa de su control. Esos contenidos que les enfurecen son tan inocentes que solo una mente sucia puede malinterpretarlos. Se imparten para que las criaturas atesoren algunas nociones sobre su naturaleza y respeto al diferente. Nosotros, en el patio del colegio, nos ¨ªbamos enterando de c¨®mo se hac¨ªan los ni?os de manera absurda y a trompicones, as¨ª que durante un tiempo cuando volv¨ªamos a casa observ¨¢bamos a nuestros padres sintiendo verg¨¹enza ajena.
Hay varias cosas que me sorprenden en este culebr¨®n del pin parental. Por un lado, las declaraciones melodram¨¢ticas sobre la protecci¨®n a nuestros ni?os. Ese nacionalismo familiar me hace sospechar que hay otra infancia que les importa un r¨¢bano. Por otro, la ilusa idea de que la ense?anza moral que reciben los hijos es patrimonio exclusivo de los padres se contradice con la deseable autonom¨ªa de los ni?os, que comienza en el momento en que no son los progenitores los ¨²nicos que les narran el mundo. Es inaudito que preocupe m¨¢s una charla sobre sexualidad impartida en el colegio que lo que un ni?o recibe por un dispositivo electr¨®nico. Se trata de un desconocimiento flagrante de cu¨¢les son hoy los canales de informaci¨®n de la infancia.
Resulta irritante, por encima de todo, esa voluntad de generar desconfianza hacia una escuela p¨²blica que solo preocupa para manosearla como argumento de confrontaci¨®n. No hay que olvidar que los espa?oles subvencionamos la ense?anza cat¨®lica estemos o no de acuerdo. Y todo este circo para prohibir charlas sobre sexo, respeto al diferente, vacunas y medio ambiente. Lo cual resulta un buen resumen del nuevo reaccionarismo m¨¢gico.
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