Un nuevo campo de batalla
Asistimos a la confrontaci¨®n de tipos de poder y valores tradicionalmente asociados a los hombres y las mujeres y se trata de una lucha mucho m¨¢s importante que la tradicional entre izquierda y derecha
La coherencia no es la virtud m¨¢s extendida en el g¨¦nero humano. ?C¨®mo es posible que en muchos pa¨ªses los trabajadores voten a la extrema derecha o que los varones se sientan agredidos, pese a la evidencia de su posici¨®n hegem¨®nica? Podr¨ªamos citar otras incoherencias en el actual paisaje pol¨ªtico que llaman la atenci¨®n: elitistas que ganan elecciones con un discurso contra las ¨¦lites, l¨ªderes que apelan a la religi¨®n al tiempo que desprecian los valores m¨¢s elementales del humanismo, tambi¨¦n hay quien ha ganado la batalla contra el terrorismo y se presenta como derrotado¡
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Reflexionemos un momento sobre la primera contradicci¨®n. ?A qu¨¦ se debe esa nostalgia por un tipo de liderazgo viril del estilo del que representan Trump, Salvini, Abascal o Putin? ?Podr¨ªamos explicar su ¨¦xito si no fuera porque, adem¨¢s de que son votados por los tradicionales reaccionarios de la derecha, resultan pol¨ªticamente atractivos para amplias capas de la poblaci¨®n, incluidos aquellos trabajadores que en su momento pudieron votar a los comunistas?
La primera explicaci¨®n que se me ocurre tiene que ver con un mecanismo de compensaci¨®n ante el desconcierto que produce la nueva reconfiguraci¨®n de los papeles masculinos y femeninos, as¨ª como el avance de la lucha por la igualdad. Estamos en un momento hist¨®rico en el que se est¨¢n volviendo a definir lo p¨²blico y lo privado, la autosuficiencia y la dependencia, la soberan¨ªa y la cooperaci¨®n, los principios y la negociaci¨®n. En este contexto, el retorno del macho alfa o del cotidiano machirulo responder¨ªa a un intento de clarificaci¨®n y vuelta a los patrones tradicionales. La dominaci¨®n masculina se resiste a ceder y encuentra el sustento de amplias capas de la poblaci¨®n que no saben c¨®mo transitar hacia el nuevo reparto del territorio. El intento de conservar antiguos privilegios cuenta con el benepl¨¢cito de quienes se sienten inseguros en la nueva redefinici¨®n. Unos no saben cu¨¢l debe ser su nueva posici¨®n y otros lo saben demasiado bien y se resisten a ello. Porque no se negocia un simple reparto de tareas dom¨¦sticas sino la definici¨®n de la propia identidad, algo que est¨¢ produciendo nuevos perdedores y gente desconcertada e insegura.
La dominaci¨®n masculina se resiste a ceder y encuentra el sustento de amplias capas de la poblaci¨®n
El cl¨¢sico combate por la igualdad manten¨ªa la identidad de los combatientes, por lo que no resultaba demasiado desconcertante; ahora se discute tambi¨¦n qu¨¦ significa la masculinidad, en torno a las variantes de feminismo y la diversidad sexual. No es un combate de estereotipos sino contra ellos, porque el modo como el g¨¦nero se traduce en un estilo hace ya mucho tiempo que explot¨® en una variedad inclasificable. La cuesti¨®n es c¨®mo equilibramos valores como el cuidado, la eficacia o la protecci¨®n cuando ya no est¨¢n asociados a ning¨²n g¨¦nero en exclusiva.
Explicar los comportamientos sociales apelando a una incoherencia de los actores resulta demasiado f¨¢cil; es un modo de renunciar a entenderlos y, en su caso, a combatirlos adecuadamente. El caso de los trabajadores que votan a la extrema derecha tiene que ver concretamente con categor¨ªas simb¨®licas que act¨²an en el trasfondo de ciertos comportamientos elementales del ser humano. En su magna obra La distinction el soci¨®logo franc¨¦s Pierre Bourdieu estudiaba con detalle hasta qu¨¦ punto las clases populares han sido m¨¢s rigoristas en lo que ata?e a la sexualidad y a la divisi¨®n del trabajo entre los sexos, mientras que ese tipo de diferencias tiende a atenuarse a medida que se asciende en la escala social. En la clase dominante ¡ªse?ala Bourdieu a partir de diversas encuestas sociol¨®gicas¡ª las mujeres tienden a atribuirse las prerrogativas mas t¨ªpicamente masculinas, como fumar o vestir de modo gar?on, mientras que los hombres no dudan en reconocer intereses y disposiciones en materia de gusto que los expondr¨ªan a pasar por afeminados, como pudiera ser un inter¨¦s por la moda y algunas manifestaciones culturales. En este contexto no tiene nada de extra?o que los trabajadores hayan considerado a las ¨¦lites como burguesas y afeminadas; sus modales, su cosmopolitismo y su diplomacia aparec¨ªan en claro contraste con la fuerza y virilidad de quienes, como los trabajadores del campo o industriales, tienen una experiencia concreta de confrontaci¨®n con el mundo material. En buena medida este antagonismo se reproduce hoy en el que enfrenta a globalistas y nativistas, con todos los atributos que podemos asociar a sus respectivas culturas pol¨ªticas, sus diferentes estilos de comunicaci¨®n y protecci¨®n. En Francia un liderazgo como el de Macron, aunque solo sea impl¨ªcitamente, recuerda al tipo de cosmopolitismo feminizante de ciertas ¨¦lites y la circunstancia de que est¨¦ casado con una mujer mucho mayor que ¨¦l no hace sino reforzar la ¡°sospecha¡± acerca de su virilidad. En contraposici¨®n, Marine Le Pen aparece con todos los atributos de la masculinidad y esta puede ser la raz¨®n de que obtenga tantos apoyos electorales en los barrios obreros.
El capitalismo financiarizado implica, por as¨ª decirlo, una desmasculinizaci¨®n del trabajo
El capitalismo financiarizado implica, por as¨ª decirlo, una desmasculinizaci¨®n del trabajo. El momento reaccionario que vive hoy la Am¨¦rica de Trump puede entenderse como una reacci¨®n a este fen¨®meno y responde muy adecuadamente al deseo de recuperar el contacto con la cultura material. As¨ª lo plantea un fil¨®sofo como Matthew Crawford, que reivindica, frente al capitalismo de casino y la econom¨ªa especulativa, el mundo industrial e incluso artesanal, tan propio de cierta cultura americana. ?l mismo se define como un fil¨®sofo y reparador de motos, al tiempo que defiende un estilo de vida que conecta con el imaginario popular de la sociedad americana, tal como es presentado, por ejemplo, en esos programas de la televisi¨®n protagonizados por tipos duros y generosos, que ensalzan el bricolaje, la solidaridad vecinal y la lucha por la supervivencia en medio de una naturaleza hostil.
Mi conclusi¨®n de esta peque?a teor¨ªa del machirulo es que nos encontramos en un nuevo campo de batalla que tenemos que diagnosticar adecuadamente; no es exactamente una lucha de g¨¦neros, tampoco se trata del cl¨¢sico combate por la igualdad, sino la confrontaci¨®n de tipos de poder y valores tradicionalmente asociados a los hombres y las mujeres. De ah¨ª tambi¨¦n que surjan combinaciones ins¨®litas, incomprensibles desde nuestras viejas clasificaciones de la realidad. No estamos solo ante la tarea de luchar contra unos extremistas o convencer a electorados confusos sino tambi¨¦n y fundamentalmente en medio de una gran transici¨®n en la que rivalizan culturas pol¨ªticas diferentes, modos de concebir el gobierno, tipos de liderazgo, valores, maneras de comunicaci¨®n y mando, estilos emocionales y formas de entender la protecci¨®n. Aqu¨ª se libra una contienda que a mi juicio ser¨¢ m¨¢s decisiva que la estereotipada contraposici¨®n entre la izquierda y la derecha.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar Una teor¨ªa de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg).
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