La cruzada contra la imaginaci¨®n
Es el viejo impulso represor y reaccionario de controlar a los artistas, o directamente de prohibirlos. S¨®lo el disfraz es nuevo
En este diario, como es natural, la noticia ocup¨® una estrecha columna de p¨¢gina par, pero en los Estados Unidos (y de cuanto ocurre en pa¨ªs tan puritano e hist¨¦rico hay que prevenirse mucho) ha tenido gran eco, incluso en los talk shows televisivos. Una novela de ¨¦xito, saludada con alabanzas de Stephen King, Don Winslow, los liberales Washington Post y New York Times y hasta de la intocable Oprah Winfrey, que la recomend¨® para su club de lectura, se ha convertido, en segunda instancia, en objeto de esc¨¢ndalo y de despiadados ataques. Por un lado est¨¢ la calidad, excelente seg¨²n los mencionados y p¨¦sima seg¨²n los detractores. Como no la he le¨ªdo ni pienso, nada puedo opinar al respecto. Lo preocupante es que, por otro lado, las invectivas ponen el acento en lo siguiente: la autora, Jeanine Cummins, es blanca, se cri¨® en Maryland y es vecina de Nueva York, y su American Dirt relata las vicisitudes de una madre y su hijo mexicanos que, perseguidos por narcos, se ven obligados a cruzar la frontera norte para salvar el pellejo, con los padecimientos imaginables. La escritora Myriam Gurba ha dictaminado: ¡°Es un libro Frankenstein, un espect¨¢culo torpe y distorsionado, y mientras algunos cr¨ªticos blancos lo comparan con Steinbeck, creo que es m¨¢s apropiado hacerlo con Vanilla Ice¡±. He le¨ªdo a Steinbeck, pero no ten¨ªa noticia de ese otro escritor llamado Helado de Vainilla, as¨ª que de nuevo me abstengo.
La acusaci¨®n m¨¢s grave es la de ¡°apropiaci¨®n cultural¡±, esa enorme majader¨ªa contempor¨¢nea que sin embargo (bueno, como todas) se abre camino a empellones. La prueba de ello, y lo m¨¢s alarmante, es que ya hay novelistas y artistas que ¡°interiorizan¡± los argumentos de quienes en realidad s¨®lo quieren impedirles la creaci¨®n libre. La propia Cummins, tras la controversia, ha declarado: ¡°Durante cinco a?os me resist¨ª a escribir esta historia, porque no soy migrante, no soy mexicana y no sab¨ªa si ten¨ªa derecho a escribirla¡± (la cursiva es m¨ªa). Estoy tentado de decir que se merece los rapapolvos, por pusil¨¢nime. ?Desde cu¨¢ndo un escritor se pregunta si tiene ¡°derecho¡± a ejercer la imaginaci¨®n por causas como las enumeradas por Cummins, exactamente las mismas que han desatado las iras de autores y periodistas de origen latinoamericano afincados en los Estados Unidos? Algunos han a?adido un reparo tan incomprobable como peregrino: ¡°Esa historia la habr¨ªa contado mejor un latino que conociera la experiencia¡±. Puede ser, depende, pero quien la escribi¨® fue la blanca de Maryland, y no me atrevo a decir ¡°a quien se le ocurri¨®¡±, porque la sinopsis suena id¨¦ntica a la de centenares de novelas, pel¨ªculas y series.
?Desde cu¨¢ndo se exige que un trabajo de ficci¨®n est¨¦ hecho s¨®lo por quienes coinciden, en su biograf¨ªa, con los personajes y la peripecia narrada? Es obvio que desde hace poco, pero la imposici¨®n, si se extiende, puede acabar con la literatura imaginativa. Lo cual, por cierto, ya se va intentando continuamente, como si por fin fuera a obedecerse a Plat¨®n en su propuesta de expulsar a los poetas. De llevar esta nociva bobada de la ¡°apropiaci¨®n¡± al extremo, ni Tolstoy ni Flaubert ni Clar¨ªn deber¨ªan haber osado escribir Anna Karenina, Madame Bovary y La Regenta, porque ninguno fue mujer. Ni Janet Lewis sus magn¨ªficos tres Casos de pruebas circunstanciales, situados en la Europa del pasado por una nativa de Chicago. Shakespeare se entrometi¨® en Verona con Romea y Julieta, en Dinamarca con Hamlet, y no vivi¨® la ¨¦poca de su Julio C¨¦sar. Emilio Salgari, que s¨ª era de Verona y deleit¨® a generaciones de adolescentes con sus 85 novelas, s¨®lo hizo en su vida una traves¨ªa mar¨ªtima por el Adri¨¢tico. ?C¨®mo se atrevi¨® con Los piratas de la Malasia, Los tigres de Mompracem, El corsario negro, Los pescadores de ballenas, etc, el muy ladr¨®n e imp¨ªo? Castigo tambi¨¦n para Agatha Christie, que se invent¨® a Poirot sin ser belga ni var¨®n, como su protagonista. Es todo tan rid¨ªculo que da verg¨¹enza tener que hacerle frente.
Pero me temo que el episodio es uno m¨¢s de la cruzada contra la imaginaci¨®n puesta en marcha, que lo es sobre todo contra la libertad de los creadores. Desde hace a?os la cr¨ªtica elogia sin sonrojo la ¡°autoficci¨®n¡±, las historias ¡°verdaderas¡±, los textos confesionales dedicados a relatar los abusos y penalidades que por lo visto ha sufrido el 70% de los actuales autores. Todo ello en detrimento de las obras de ficci¨®n, que empiezan a considerarse fr¨ªvolas. ¡°?Qu¨¦ me est¨¢ contando¡±, parecen reprocharles, ¡°si usted no ha vivido esto, si no es negro ni ¨¢rabe, si no es mujer o no es var¨®n, si no es transexual ni lesbiana?¡± Como si s¨®lo cada raza, sexo o nacional estuvieran autorizados a retratarse. Es la condena de la imaginaci¨®n, de la ficci¨®n, es el viejo impulso represor y reaccionario de controlar y limitar a los artistas, o directamente de prohibirlos. S¨®lo el disfraz es nuevo. Ya puede ir entonando el mea culpa P¨¦rez-Reverte, aqu¨ª y ahora, que se sac¨® de la manga a Alatriste sin haber vivido en el XVII ni haber combatido en Flandes. Y con ¨¦l cuantos sueltan novelones de vikingos, visigodos, romanos y variadas reinas medievales. ?Acaso no se est¨¢n ¡°apropiando¡± de territorios ajenos, y, lo que es peor, del pasado entero?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.