No es pa¨ªs para viejos
Precisamente porque afectaba a los m¨¢s vulnerables era por lo que deber¨ªamos haber exigido la aplicaci¨®n de medidas radicales, fueran cuales fueran sus consecuencias
Entono el mea culpa. S¨ª, yo tambi¨¦n fui de los que quitaron importancia a las primeras manifestaciones del impacto de la Covid-19. Es m¨¢s, fui de los que repitieron una y otra vez que se trataba de otra variedad de gripe, a?adi¨¦ndole ese latiguillo de que ¡°solo afecta realmente a los ancianos¡±. Reconozco que me equivoqu¨¦. Nos equivocamos todos los que tem¨ªamos m¨¢s a los efectos sociales del miedo que a la misma enfermedad. Desde luego, no era una posici¨®n arbitraria. As¨ª nos iban informando los expertos, que presentaron el caso como un problema de aislamiento de las personas que hab¨ªan venido de zonas de riesgo, la famosa estrategia de la ¡°contenci¨®n¡±. Subestimamos la inmensa capacidad de contagio del famoso virus. El resto ya lo saben.
Me arrepiento de mi error, porque todo eso lo dije desde un medio de comunicaci¨®n con proyecci¨®n p¨²blica, no en conversaciones entre amigos. Aunque, bien pensado, lo que ahora me parece indecente desde una perspectiva moral es el latiguillo, la indiferencia impl¨ªcita hacia ese grupo de riesgo. Precisamente porque afectaba a los m¨¢s vulnerables era por lo que deber¨ªamos haber exigido la aplicaci¨®n de medidas radicales, fueran cuales fueran sus consecuencias econ¨®micas o de otro tipo; el enfoque deontol¨®gico deber¨ªa haber primado sobre el utilitarista. Ahora ya tiene poco remedio, salvo el de tratar de desvelar el mecanismo casi autom¨¢tico que se esconde detr¨¢s de ese tipo de actitudes.
Antes otra consideraci¨®n. Por su poder demogr¨¢fico ¡ªy electoral, por tanto¡ª, los ancianos son en Espa?a uno de los grupos mimados de la pol¨ªtica. Todos les reconocemos adem¨¢s su extraordinaria contribuci¨®n a aminorar los peores efectos de la crisis econ¨®mica al convertirse en el colch¨®n de un Estado de bienestar sobrepasado. Ahora asumen tambi¨¦n el riesgo de contagio al acoger a los nietos sin escuela. ?C¨®mo se explica entonces que no acudi¨¦ramos raudos y veloces en su auxilio?
Michel Foucault lo explicar¨ªa a partir de la naturaleza de eso que llama biopol¨ªtica. Muy simplificado ser¨ªa algo as¨ª como el arsenal de medidas con las que el Estado protege la vida de la poblaci¨®n. Ya sean las pol¨ªticas de salud, demogr¨¢ficas, de higiene, todo aquello en lo que la naturaleza biol¨®gica del hombre pasa al primer plano; el ciudadano visto no como un sujeto de derechos sino como animal biol¨®gico. Esto que realmente s¨®lo aspira al bienestar f¨ªsico y ps¨ªquico del hombre no puede evitar, por la misma l¨®gica ¡°racional¡±, que en su aplicaci¨®n se establezcan pautas optimizadoras, segregadoras, excluyentes. Aunque informado por criterios morales, al final prevalece la racionalidad administrativa.
Dada la penuria de medios para hacer frente a la explosi¨®n de pacientes, algunos m¨¦dicos italianos nos han narrado la angustia que les produc¨ªa el verse obligados a decidir a qui¨¦n salvaban. Se lo pueden imaginar: al m¨¢s fuerte. Esa fue tambi¨¦n impl¨ªcitamente nuestra elecci¨®n colectiva: no acotamos a tiempo el problema y quienes m¨¢s lo sufren son los mismos. ?Cu¨¢nto estamos aprendiendo de este maldito virus!
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