El sino y el si no
Los textos se llenan de abreviaturas, alusiones y dibujitos. ?Importa o no c¨®mo se escriben las palabras? ?Las lenguas tienen que cambiar?
Y si no no escriben sino sino si no: es su sino. En eso hay coincidencia: parece que miles de periodistas ¡ªmillones de personas¡ª en todos los rincones de la lengua se han puesto de acuerdo para no tener ni idea de cu¨¢ndo hay que escribir sino o si no. Y para permitirse escribirlo de la manera en que sus timos, pr¨®statas, am¨ªgdalas o cejas se lo indican cuando el momento llega.
Es solo un ejemplo ¡ªparticularmente ejemplar porque no aciertan casi nunca¡ª de una conducta cada vez m¨¢s aceptada: que no importa mucho c¨®mo escribas las cosas. Que lo que importa es comunicar, te comunican: que el otro o los otros entiendan qu¨¦ quisiste decir. Para eso vale introducir en un texto ¡ª¡°m¨¢ndame un texto¡±¡ª abreviaturas, alusiones, palabras de fortuna y, sobre todo, dibujitos.
(Los dibujitos se ven cada vez m¨¢s. Me interesan: con ellos, la polisemia ¡ªpor no decir la ambig¨¹edad, por no decir la confusi¨®n¡ª est¨¢ de fiesta. No es te¨®rico: la mitad de las veces en que recibo alg¨²n emoji en mi WhatsApp no consigo decidir qu¨¦ quiso decirme su emisor. Ahora, en general, ya ni lo intento: los miro, me divierto, pienso en otra cosa. Es gracioso, pero no muy eficaz; se supone que alguien escribe perro para que otro u otros piensen en un cuadr¨²pedo ladrante o un infiel o algo por el estilo, pero si el receptor se queda mirando esas letras, la pe, la e, esas dos erres, o al final, y no sabe para qu¨¦ est¨¢n ah¨ª, la comunicaci¨®n se resquebraja).
En cualquier caso est¨¢ claro que la escritura que m¨¢s se practica ha perdido su car¨¢cter reglado, sus ordenanzas y mandatos. La libertad de palabra se ha convertido en libertad de letra. Alguien me dice que por qu¨¦ tiene que poner ha en el whats si alcanza con poner a, y quiz¨¢ tenga raz¨®n, y esa actitud se impone y desborda sobre el resto.
Siempre hubo reformadores del lenguaje escrito. En el siglo XIX, por ejemplo, grandes intelectuales sudamericanos como Andr¨¦s Bello o el maestro Sarmiento propon¨ªan una ortograf¨ªa que liberara a nuestro idioma de todas esas letras in¨²tiles: la hache, la zeta, la u tras la cu o la ge, la ve, la ye, entre otras. Su reforma, adem¨¢s de simplificar el castellano haciendo que a cada sonido correspondiera una sola letra y viceversa, deb¨ªa crear una escritura latinoamericana independiente, tambi¨¦n ella, de la metr¨®polis que nos hab¨ªa colonizado: ¡°El buelo rr¨¢pido qe ¨²ltimamente a tomado en Chile la afisi¨®n a las siensias i la literatura es un echo notable (¡) de una jubentud qe no se a contentado con segir la senda qe trillaron sus abuelos i a ensanchado el campo de sus inbestigasiones¡¡±, escribi¨® Sarmiento. En algunos pa¨ªses lleg¨® a haber leyes que promulgaron esa ortograf¨ªa ¡ªpero al fin, la sombra de la Madre Patria pudo m¨¢s.
Tambi¨¦n el siglo pasado el escritor m¨¢s le¨ªdo, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, propuso algo semejante ¡ªaunque ¨¦l no quer¨ªa liberarse de Espa?a sino de las reglas¡ª: ¡°Jubilemos la ortograf¨ªa, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de l¨ªmites entre la ge y jota¡¡±, dijo, en un Congreso de la Lengua, y no le hicieron caso.
Pero ahora el movimiento ya no viene de se?ores prestigiosos que se divierten repensando la lengua; es la ola incontenible de millones que no repiensan, act¨²an, y con su acci¨®n la van cambiando. Tienen la gran ventaja de que sus lectores son igualmente laxos: no siempre ven muy claro qu¨¦ es eso que leen, no le aplican reglas. Es una forma de comunicaci¨®n interesante, aproximada; est¨¢, m¨¢s all¨¢ de cualquier voluntad, rehaciendo la escritura del idioma. Y no est¨¢ ni mal ni bien; solo es inevitable. Si nos molesta, si no nos gustan las nuevas formas sino las antiguas, igual habremos de aceptar este sino cansino: que los idiomas cambian, que a las palabras se las lleva ese viento ¡ªo ese hurac¨¢n¡ª que va trayendo las que siguen. ¡ª
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