A vueltas con la paternidad: menos m¨ªstica y m¨¢s pol¨ªtica
En estas circunstancias, tal vez no tengamos m¨¢s remedio que reconocer que lo ¨²nico que nos une es la vulnerabilidad
Escribo estas l¨ªneas en medio del par¨¦ntesis que nos obliga a vivir en los balcones y en las ventanas. Lo hago desde la posici¨®n privilegiada de quien no tiene que salir a trabajar cada d¨ªa y de quien no siente la amenaza de un despido por el coronavirus. Me angustia la crisis sanitaria, pero sobre todo la fractura social que dejar¨¢ por el camino, la desigualdad que siempre es campo abonado para el enriquecimiento de los poderosos. Y es que en la crisis es cuando m¨¢s se evidencia qui¨¦n es el soberano y qui¨¦nes est¨¢n condenados a la sumisi¨®n.
Aunque el virus haya ocupado todas las portadas, no dejo de sentir indignaci¨®n como ciudadano ante una Corona carcomida por la pestilencia. El hijo que repudia al padre para salvarse. Una f¨¢bula estupenda para celebrar encerrados el 19 de marzo, en el que no tendremos centros comerciales a los que acudir en busca de regalos ni maestras que en los colegios les ayuden a nuestros hijos e hijas a hacer tarjetas en las que nos dicen cu¨¢nto nos quieren. Supongo pues que este a?o habr¨¢ menos oportunidades, salvo que la emotividad que genera la privaci¨®n de libertad lo propicie, para celebrar esa m¨ªstica de la paternidad que nos convierte una vez m¨¢s en protagonistas. No dar¨¦ ideas para no convertir los balcones en espacio de exaltaci¨®n de la nueva paternidad.
En una nueva pirueta del patriarcado, que como ya sabemos encuentra un aliado perfecto en un mercado que sobrevive gracias a la generaci¨®n permanente de deseos, los padres estamos ocupando la centralidad del discurso y protagonizando una narrativa que nos convierte de nuevo en h¨¦roes. Los que necesitan ser recompensados con medallas y premios, los que ocupan portadas de semanarios con el glamour propio de las estrellas, los que reclaman derechos, aunque sea a costa de alquilar el cuerpo de unas mujeres a las que se les niega el concepto de madres.
Sin que apenas nos demos cuenta, o s¨ª, en vez de empujar hacia una revoluci¨®n social pol¨ªtica que permita que las mujeres superen el estado permanente de excepci¨®n en que viven sus cuerpos y sus necesidades, estamos poniendo las bases de un aparente nuevo modelo en el que casi todo sigue igual. Por m¨¢s que hayamos comprado el pasaporte de la corresponsabilidad, o sigamos insistiendo en la necesidad de que est¨¦n reconocidos los permisos de paternidad retribuidos e intransferibles, o ya no tengamos reparo, al contrario, en mostrarnos en p¨²blico como los padres presentes que no fueron nuestros mayores. Mucho me temo, sin embargo, que tras esta aparente p¨¢tina de igualdad no hay sino un nuevo ejercicio de centralidad masculina y una manera, tal vez m¨¢s refinada, de seguir recibiendo nosotros los beneficios de un sistema que nos otorga, solo por el hecho de ser hombres, el beneficio del prestigio y de la autoridad.
No ser¨¦ yo quien ponga en duda los cambios que en el ejercicio de la paternidad ha habido en las ¨²ltimas d¨¦cadas, ni siquiera como la experiencia de tener un hijo o una hija es la llave que hace que muchos hombres empiecen a cuestionar el modelo en el que fueron educados, pero no creo que estos cambios, que en todo caso son individuales, tengan un papel significativo en la superaci¨®n de una estructura de poder y de una cultura en la que ellas, las mujeres, y muy singularmente las que deciden ser madres, siguen ocupando el escal¨®n m¨¢s bajo en las oportunidades, en el poder y en la autoridad.
Recordemos que la m¨ªstica siempre es un ejercicio individual y lo que necesitamos es una acci¨®n pol¨ªtica y por tanto colectiva. Porque mucho me temo que sin una revisi¨®n a fondo de las estructuras pol¨ªticas, jur¨ªdicas y econ¨®micas que siguen situ¨¢ndonos en esferas esperadas ¡ªla p¨²blica productiva y la privada reproductiva¡ª, los hombres seguiremos disfrutando de dividendos gracias a la posici¨®n subordinada de las mujeres, no solo desde el punto de vista material sino tambi¨¦n desde el emocional y hasta desde el simb¨®lico. No creo pues que hagan falta nuevos padres, ni siquiera nuevos hombres, me bastar¨ªa con que ejerci¨¦ramos de verdad como tales, sino m¨¢s bien otro proyecto de humanidad y, con ¨¦l, un pacto de convivencia en el que al fin podamos realizarnos ellas y nosotros como subjetividades equivalentes. Sin perder de vista, claro, que nuestros cuerpos son distintos y que por tanto nunca nosotros, por m¨¢s que lo sue?e Ricky Martin, podremos embarazarnos. El horizonte jur¨ªdico no es otro que esas diferencias no den lugar a desigualdades.
No creo pues que haya mucho que celebrar este 19 de marzo, y menos en un a?o en el que todas y todos nos hemos vuelto tan fr¨¢giles, o, mejor dicho, en el que tal vez no tengamos m¨¢s remedio que reconocer que lo ¨²nico que nos une es la vulnerabilidad. Supongo que situarnos en este punto de encuentro bien podr¨ªa ser el punto de partida para una transformaci¨®n social y pol¨ªtica que de una vez por todas ponga la vida en el centro, al tiempo que nosotros, los reyes del mambo, tomamos nota responsable de los muchos riesgos que genera para el mundo en general nuestra aprendida omnipotencia. Si somos capaces de iniciar esta andadura, el planeta nos lo agradecer¨¢.
Y nuestros hijos y nuestras hijas tendr¨¢n motivos m¨¢s que suficientes no tanto para reconocernos como simples cumplidores de nuestras obligaciones como progenitores, sino para celebrar que otro mundo es posible. Un mundo en el que las madres hayan dejado de ser invisibles y encuentren al fin amparo pol¨ªtico y jur¨ªdico en su rebeli¨®n contra el mandato que las convirti¨® en esclavas del Se?or.
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