?Quedan nosotros?
No pasa nada por echarse a un lado. Por dejarse llevar y hacerle un hueco a la calma, y esperar
En estos d¨ªas de incertidumbre, me aferro a los libros. Rebusco citas que anot¨¦ en agendas olvidadas de otros a?os, reviso los cuadernos que nunca acabo y donde siempre escribo sin orden, traspuestos, vuelvo a mirar los subrayados y las p¨¢ginas que marqu¨¦ de libros que le¨ª hace tiempo y que no recordaba.
Justo hace un mes, en una libreta que se supone que iba a destinar para escribir mis sue?os y que apenas tiene historias que so?¨¦ pero s¨ª plantas y flores secas de las que nunca anoto su nombre, escrib¨ª una cita de Ursula K. Le Guin, del ¨²ltimo libro que tenemos editado aqu¨ª, gracias a Alpha Decay, Conversaciones sobre la escritura. Es bonita esa sensaci¨®n que viene cuando regresas a un texto que enmarcaste doblando una esquina de la p¨¢gina, delimit¨¢ndolo con una marca, o que elegiste pasar a limpio escribi¨¦ndolo en otro cuaderno. Ese desarraigo del texto, la cita o el poema elegido del libro original siempre me ha parecido un exilio quiz¨¢s forzado a nuestros espacios y papeles, pero precioso y necesario y que nunca sabemos cuando, pero que puede despertar y traer mucho.
Reviso la p¨¢gina y caigo que quiz¨¢ apret¨¦ demasiado el l¨¢piz, casi traspaso y rompo el papel al escribir. Leo la cita de nuevo y tiemblo, pero tambi¨¦n sonr¨ªo: ¡°El amor no est¨¢ quieto, ah¨ª como una piedra; hay que hacerlo, como el pan; rehacerlo todo el tiempo, hacerlo cada vez¡±. Y pienso con urgencia en estos d¨ªas, sin remedio. Pienso que quiz¨¢s, podr¨ªamos cambiar la palabra amor de esa cita por palabras como ternura y cuidado, como solidaridad y comunidad. Seguro que Ursula no se enfadar¨ªa, creo que estar¨ªa encantada de que deshici¨¦ramos esta parte escrita suya para rehacernos nosotras de nuevo un poquito, ahora que todas estamos en una especie de herida reci¨¦n hecha, nosotras tambi¨¦n reci¨¦n desprendidas de nosotras mismas, aprendiendo a reconocer los bordes que antes eran uno y ahora se configuran por s¨ª solos y forman parte de un cuerpo nuevo que empieza a formarse, a tener identidad y camino propio, otro espacio nuestro que tardar¨¢ en regresar de nuevo hacia aqu¨ª, como si nada, pero con una marca y una memoria nueva de la que arrastrar que dejar¨¢ huellas siempre a su paso.
Escribo esto y de repente me veo a m¨ª misma este verano pasado, sonriendo con un casco puesto en la cabeza con mi amiga Elena, en Atapuerca, aguant¨¢ndome las l¨¢grimas en los ojos al conocer las historias de Benjamina, una ni?a que vivi¨® hace medio mill¨®n de a?os en ese paisaje burgalense que yo pisaba y que naci¨® con una deformaci¨®n en el cr¨¢neo que le provoc¨® invalidez; y de Miguel¨®n, un homo heidelbergensis ya mayor que sobrevivi¨® varios meses despu¨¦s de sufrir numerosos golpes en el cr¨¢neo y una infecci¨®n muy grave en el lado izquierdo de la cara. Oyendo sus historias pellizqu¨¦ a mi amiga porque ellos, en tiempos diferentes de la historia pero s¨ª en el mismo lugar, sobrevivieron a pesar de su invalidez y enfermedad en un grupo trashumante, que siempre estaban en movimiento, porque ellos nunca los abandonaron y los cuidaron hasta sus ¨²ltimos d¨ªas. Y creo que esta historia tambi¨¦n es una forma de amor. Qu¨¦ distancia tan grande de ese primer cuidado recogido en nuestra historia, qu¨¦ grande la brecha de todo aquello hasta hoy, aprendiendo a convivir en esta futura cicatriz en la que estamos, y c¨®mo se encoge la distancia, cuando de repente, se acerca un p¨¢jaro a saludar a la ventana, a veces los creo insolentes, sabiendo de mi aislamiento y aprovechando el cristal. Ayer fue una lavandera, hoy han venido un par de veces las mismas aves: una collalba negra, un colirrojo tiz¨®n y una pareja de urracas. Anoche, al tirar la basura, quise hablar con la oveja que vive en una peque?a cerca de pasto al lado de los contenedores. Ella, con su cara negra, de la raza inglesa Suffolk, estaba recostada en la hierba, de espaldas a la pared del peque?o cementerio del lugar. Como si al hacerlo supiera que as¨ª consegu¨ªa mantenerla erguida, en pie, acompa?ando y cuidando a los que ya no est¨¢n y no reciben ahora visitas ni flores nuevas. ?Se dar¨¢n ellos cuenta de esta falta de nosotros?
En la mesa donde escribo, tengo una piedra gigante llena de agujeritos labrados por el agua del mar. La atraviesa una l¨ªnea perfecta, que se hunde y que marca el inicio de algo que a¨²n no s¨¦. Me gusta tocarla despacio, cerrar los ojos y pensar c¨®mo la erosi¨®n poco a poco fue haciendo su trabajo. Como el agua, el aire y la misma arena ausentes dejan su estela y me dan la oportunidad de comenzar, sin querer, una nueva narrativa fuera del colapso. Y esa l¨ªnea, tambi¨¦n tan perfecta, no deja de decirme que, a veces, no pasa nada por echarse a un lado. Por acompa?ar sin decir nada. Dejarse llevar y hacerle un hueco a la calma, y esperar que vuelva la hierba, tierna y tranquila, tras la lluvia. Y paso de nuevo la libreta y miro lo ¨²ltimo que escrib¨ª, una cita de Estamos en el borde, de Caroline Lamarche, publicada en Tr¨¢nsito, y viene un pellizco: ¡°Cuando digo nosotros, me refiero sobre todo a m¨ª. Vivo solo, pero es nosotros. Sobre todo desde que desapareci¨®. Necesito un nosotros en mi vida. ?Todav¨ªa quedan nosotros en nuestras vidas?¡±.
Mar¨ªa S¨¢nchez es veterinaria de campo y escritora. Es autora de Tierra de mujeres (Seix Barral) y Cuaderno de campo (La Bella Varsovia).
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