Patronas, empleadas y coronavirus
Es hora de que nuestro feminismo reconozca y abdique de los privilegios de la patrona para poder mirar y cuidar del impacto de la pandemia en la vida de las mujeres reales
La primera v¨ªctima fatal del coronavirus en R¨ªo de Janeiro fue una mujer, trabajadora dom¨¦stica. Fue infectada ¡°por la patrona¡± que no inform¨® que estaba enferma. Empleada y patrona, fueron descritas as¨ª por las noticias, sin nombre, solo los espacios de vida de los privilegios resum¨ªan sus existencias: la empleada dorm¨ªa en la casa en la que trabaja, la patrona viaj¨® para Italia de donde regres¨® enferma. La empleada muri¨® en un hospital p¨²blico, fue enterrada en un cementerio vecino a la casa de calle sin asfalto. La patrona vive en el metro cuadrado m¨¢s caro de R¨ªo de Janeiro. Ni muerta, la empleada tuvo el privilegio de ser nombrada para ser humanizada en el duelo, como mostr¨® la periodista Djamila Ribeiro.
Empleada y patrona son las alegor¨ªas de c¨®mo una pandemia se cruza con las fronteras de los privilegios de g¨¦nero, clase y raza. Nuestro feminismo latino, emblanquecido por la colonialidad del poder, es insuficiente para responder a la crueldad de la epidemia entre el mundo de las mujeres: nosotras, mujeres de la ¨¦lite trabajadora y educacional, lamentamos la soledad del trabajo remoto, la dif¨ªcil triple jornada de trabajo con hijos en la casa, la consternaci¨®n del comedor como espacio de trabajo. Las mujeres reales del mundo, aquellas que todos los d¨ªas contin¨²an movi¨¦ndose por las ciudades en transportes p¨²blicos apilados, ya viven esa cruel realidad hace tiempo. La diferencia es que nuestro ¨¦xito en el trabajo depend¨ªa de nuestro puesto como patronas en la vida dom¨¦stica o en las guarder¨ªas.
Los datos son fr¨¢giles, pues las mujeres reales del trabajo dom¨¦stico viven en la informalidad. Ellas son aseadoras, ni?eras, empleadas dom¨¦sticas, cuidadoras y el uso del femenino no es man¨ªa feminista: 93% de las trabajadoras dom¨¦sticas de Am¨¦rica Latina y el Caribe son mujeres. Si sumamos a este contingente, el universo de las manicuristas y peluqueras o de las educadoras y profesionales de la salud, estamos hablando de hacia d¨®nde el feminismo del 99% de las mujeres necesita mirar para entender los efectos de esta epidemia en las mujeres en cuanto a los privilegios de clase. El empleo dom¨¦stico es una de las ¨¢reas con mayor nivel de trabajo informal en las Am¨¦ricas: seg¨²n la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo, en 2013, ocho de cada 10 trabajadoras dom¨¦sticas estaban en la informalidad.
Estar en la informalidad es estar sin salario o arriesgarse a enfermarse para cuidar de las ¨¦lites enfermas. Estar en la informalidad es enfermar y vivir a la espera de la caridad de las ¨¦lites. As¨ª mismo, para las trabajadoras dom¨¦sticas formales, apenas una de cada cuatro posee cobertura de seguridad social en Am¨¦rica Latina y el Caribe. Hay pa¨ªses donde el cuadro es todav¨ªa m¨¢s desesperante: en Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, M¨¦xico, Paraguay y Per¨², nueve de cada 10 trabajadoras dom¨¦sticas no tienen ninguna protecci¨®n social.
Esas son mujeres trabajadoras inexistentes para el Estado de bienestar social, enfermas, empobrecidas o hambrientas vivir¨¢n la perversidad de las pol¨ªticas de distanciamiento social como arriesgada sentencia de muerte. Recogidas en la casa como mandan las pol¨ªticas abstractas de protecci¨®n a la salud, corren mayores riesgos de violencia, como demuestran los datos de China, donde se triplicaron los registros de violencia dom¨¦stica en febrero de 2020 comparado a 2019, y no cuidan de s¨ª o de los hijos. Fen¨®meno semejante ocurre en Estados Unidos, donde mujeres enfrentan barreras para buscar refugio en casas de paso por el riesgo de contagio. Son mujeres que, si desaf¨ªan las reglas de reclusi¨®n dom¨¦stica y se someten a la esclavitud del trabajo, corren el riesgo de enfermar como cuidadoras de quienes ignoran sus derechos, su vida o su nombre. Es hora de que nuestro feminismo reconozca y abdique de los privilegios de la patrona para poder mirar y cuidar del impacto de la pandemia en la vida de las mujeres reales.
Debora Diniz es brasile?a, antrop¨®loga, investigadora de la Universidad de Brown.
Giselle ?Carino?es argentina, polit¨®loga , directora de IPPF/WHR.
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