Coronavirus e historia: Resistir es vencer
Resulta conveniente echar la vista atr¨¢s para comprender que tambi¨¦n esta pesadilla dist¨®pica acabar¨¢ super¨¢ndose con mayor o menor sufrimiento
Como toda especie animal viva, la humanidad ha experimentado en su ya larga historia ciclos de crecimiento y de encogimiento de su volumen en funci¨®n de varios factores naturales determinantes. En primer lugar, la disponibilidad en abundancia o con escasez de alimentos y recursos (materias primas, energ¨ªa, agua potable) para subsistir y reproducirse con ¨¦xito. En segundo orden, la capacidad para resistir el azote de las plagas, las enfermedades y las epidemias de mayor o menor incidencia benigna o mortal. Y en tercer lugar, las p¨¦rdidas derivadas de enfrentamientos de grupos humanos con otros grupos humanos (guerras) o con las fuerzas naturales y animales (cat¨¢strofes clim¨¢ticas o geol¨®gicas o ataques de fieras grandes o peque?as). As¨ª pues, el hambre, las plagas y las guerras, como jinetes del temido Apocalipsis, acompa?aron la marcha de la humanidad desde un principio y reinaron a lo largo de la historia con variada intensidad.
Se calcula que los primeros grupos humanos fueron limitados (apenas dos millones durante la expansi¨®n geogr¨¢fica del Homo sapiens sapiens hacia el 40.000 a. C.) y viv¨ªan agrupados en peque?as bandas de familias consangu¨ªneas de car¨¢cter n¨®mada, recolectoras y cazadoras-pescadoras. Su ocupaci¨®n casi exclusiva consist¨ªa en atender con los medios disponibles (los naturales y los ¡°artificiales¡±: ¨²tiles fabricados por su mano prensil seg¨²n los dictados de su cerebro pensante) las tres necesidades b¨¢sicas de toda comunidad humana: Buscar v¨ªveres alimenticios para reponer fuerzas y energ¨ªas en grado m¨ªnimo; procurarse vestimenta para cubrir su fr¨¢gil cuerpo sin pieles naturales protectoras; y construir viviendas para guarecerse de inclemencias temporales y contra ataques enemigos humanos o animales. Era, por tanto, una humanidad que viv¨ªa sobre una econom¨ªa de pr¨¢ctica subsistencia, sino de rapi?a.
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En torno al 10.000 a.C., la revoluci¨®n neol¨ªtica y el descubrimiento de la agricultura y de la domesticaci¨®n de animales, seguida de la invenci¨®n de la metalurgia, permiti¨® un salto demogr¨¢fico enorme. El cambio signific¨® el paso de la recolecci¨®n de alimentos a su producci¨®n y supuso una ruptura entre los hombres de las cavernas y los constructores de las pir¨¢mides, dado que transform¨® a cazadores-recolectores en verdaderos agricultores y pastores capaces de producir m¨¢s y mejores alimentos con otras herramientas de mayor rendimiento. Como resultado, la poblaci¨®n humana se multiplic¨® por diez en el siguiente milenio y transform¨® su estructura: surgi¨® el Estado como entidad de administraci¨®n colectiva superior a las familias, aument¨® la divisi¨®n social del trabajo y la jerarquizaci¨®n interna de grupos humanos, proliferaron inventos culturales para la vida sedentaria urbana (cer¨¢mica, escritura, moneda¡).
El subsiguiente devenir de la humanidad fue estable dentro de fluctuaciones ocasionales, con registro de fases expansivas alcistas que eran seguidas de fases depresivas correctoras. As¨ª, las ¨¦pocas de buenas cosechas agrarias sucesivas, peque?as mejoras productivas (un nuevo arado, la adaptaci¨®n de un cultivo¡), paz generalizada y ausencia de graves epidemias (como en los tres primeros siglos del Imperio Romano), permit¨ªan que la relaci¨®n poblaci¨®n/subsistencias fuera favorable y propiciara aumentos demogr¨¢ficos. Sin embargo, las ¨¦pocas de malas cosechas consecutivas, guerras generalizadas y epidemias devastadoras restablec¨ªan los l¨ªmites naturales del crecimiento demogr¨¢fico: por ejemplo, la Peste Negra que en el siglo XIV pudo causar la muerte de m¨¢s de un tercio de la poblaci¨®n europea.
Solo a finales del siglo XVIII empez¨® una nueva fase hist¨®rica con la Revoluci¨®n Industrial iniciada en Gran Breta?a y extendida por el mundo occidental. En esencia, varias invenciones tecnol¨®gicas permitieron aprovechar mejor recursos energ¨¦ticos naturales (carb¨®n o petr¨®leo) o culturales (la electricidad), multiplicando la capacidad productiva de las sociedades. Ello conllev¨® un crecimiento demogr¨¢fico que sigue hoy vigente, acompa?ado de un incremento de las tasas de supervivencia media: los poco m¨¢s de 30/35 a?os de vida humana normal en sociedades preindustriales se convirtieron en unos 60 en hacia 1930 para llegar a m¨¢s de 80 hoy en la Uni¨®n Europea. Con los mismos nacimientos pero con muchas menos muertes, la supervivencia hasta la vejez dej¨® de ser un privilegio de pocos para convertirse en el destino de la mayor¨ªa en las sociedades industrializadas. As¨ª se abri¨® la senda de un crecimiento econ¨®mico sin parang¨®n que ampli¨® de manera casi ilimitada las subsistencias y los recursos necesarios para atender a esa poblaci¨®n creciente y cubrir sus necesidades b¨¢sicas y otras que no lo eran hasta entonces (medios de transporte, sistemas de comunicaci¨®n, medicinas¡).
Tales ¨¦xitos fueron posibles gracias a una lucha victoriosa contra las enfermedades y epidemias de todo tipo. El progreso de las ciencias m¨¦dicas, junto con la mejora en la nutrici¨®n y en la higiene, posibilitaron una mayor resistencia gen¨¦rica ante esos azotes seculares, limitaron su frecuencia e intensidad y propiciaron el incremento poblacional. Cabe recordar el efecto de la vacuna contra la viruela descubierta por Edward Jenner en 1798; la disminuci¨®n de la incidencia del tifus por la atenuaci¨®n de las crisis de subsistencias; la reducci¨®n del impacto del c¨®lera gracias a la identificaci¨®n de su bacilo por Robert Koch en 1883; la prevenci¨®n sanitaria a cargo del Estado para controlar la calidad del agua potable urbana o para recoger las aguas residuales mediante sistemas de alcantarillado subterr¨¢neo, etc¨¦tera.
Pero triunfar sobre los desaf¨ªos, como se ha hecho desde hace dos siglos, no significa que no surjan nuevos riesgos que obliguen a readaptarse a sus exigencias e innovar con respuestas m¨¦dicas y sociales in¨¦ditas. En ello estamos ahora mismo por la s¨²bita reaparici¨®n de una pandemia mundial que est¨¢ poniendo a prueba no solo la capacidad institucional de los pa¨ªses afectados para adoptar medidas sanitarias de control de la enfermedad, sino tambi¨¦n la fortaleza de la fibra moral de unas sociedades demasiado acostumbradas a pensar que el presente es eterno y solo cabe ir a mejor. Por eso resulta conveniente echar la vista al registro hist¨®rico para comprender que tambi¨¦n esta pesadilla dist¨®pica acabar¨¢ super¨¢ndose con mayor o menor sufrimiento. Porque la humanidad ha pasado por episodios similares o mucho peores en otras ¨¦pocas. Y porque, si bien la crisis nos recuerda cruelmente la fragilidad de la vida humana sobre el planeta, tambi¨¦n nos ofrece la ocasi¨®n para resistir su embate y volver a vencer y renacer.
Enrique Moradiellos es historiador.
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