Aprendiendo del virus
La gesti¨®n pol¨ªtica de las epidemias pone en escena la utop¨ªa de comunidad y las fantas¨ªas inmunitarias de una sociedad, externalizando sus sue?os de omnipotencia de su soberan¨ªa pol¨ªtica
Si Michel Foucault hubiera sobrevivido al azote del sida y hubiera resistido hasta la invenci¨®n de la triterapia tendr¨ªa hoy 93 a?os: ?habr¨ªa aceptado de buen grado haberse encerrado en su piso de la rue Vaugirard? El primer fil¨®sofo de la historia en morir de las complicaciones generadas por el virus de inmunodeficiencia adquirida nos ha legado algunas de las nociones m¨¢s eficaces para pensar la gesti¨®n pol¨ªtica de la epidemia que, en medio del p¨¢nico y la desinformaci¨®n, se vuelven tan ¨²tiles como una buena mascarilla cognitiva.
Lo m¨¢s importante que aprendimos de Foucault es que el cuerpo vivo (y por tanto mortal) es el objeto central de toda pol¨ªtica. Il n¡¯y a pas de politique qui ne soit pas une politique des corps (no hay pol¨ªtica que no sea una pol¨ªtica de los cuerpos). Pero el cuerpo no es para Foucault un organismo biol¨®gico dado sobre el que despu¨¦s act¨²a el poder. La tarea misma de la acci¨®n pol¨ªtica es fabricar un cuerpo, ponerlo a trabajar, definir sus modos de reproducci¨®n, prefigurar las modalidades del discurso a trav¨¦s de las que ese cuerpo se ficcionaliza hasta ser capaz de decir ¡°yo¡±. Todo el trabajo de Foucault podr¨ªa entenderse como un an¨¢lisis hist¨®rico de las distintas t¨¦cnicas a trav¨¦s de las que el poder gestiona la vida y la muerte de las poblaciones. Entre 1975 y 1976, los a?os en los que public¨® Vigilar y castigar y el primer volumen de la Historia de la sexualidad, Foucault utiliz¨® la noci¨®n de ¡°biopol¨ªtica¡± para hablar de una relaci¨®n que el poder establec¨ªa con el cuerpo social en la modernidad. Describi¨® la transici¨®n desde lo que ¨¦l llamaba una ¡°sociedad soberana¡± hacia una ¡°sociedad disciplinaria¡± como el paso desde una sociedad que define la soberan¨ªa en t¨¦rminos de decisi¨®n y ritualizaci¨®n de la muerte a una sociedad que gestiona y maximiza la vida de las poblaciones en t¨¦rminos de inter¨¦s nacional. Para Foucault, las t¨¦cnicas gubernamentales biopol¨ªticas se extend¨ªan como una red de poder que desbordaba el ¨¢mbito legal o la esfera punitiva convirti¨¦ndose en una fuerza ¡°somatopol¨ªtica¡±, una forma de poder espacializado que se extend¨ªa en la totalidad del territorio hasta penetrar en el cuerpo individual.
Durante y despu¨¦s de la crisis del sida, numerosos autores ampliaron y radicalizaron las hip¨®tesis de Foucault y sus relaciones con las pol¨ªticas inmunitarias. El fil¨®sofo italiano Roberto Esp¨®sito analiz¨® las relaciones entre la noci¨®n pol¨ªtica de ¡°comunidad¡± y la noci¨®n biom¨¦dica y epidemiol¨®gica de ¡°inmunidad¡±. Comunidad e inmunidad comparten una misma ra¨ªz, munus, en lat¨ªn el munus era el tributo que alguien deb¨ªa pagar por vivir o formar parte de la comunidad. La comunidad es cum (con) munus (deber, ley, obligaci¨®n, pero tambi¨¦n ofrenda): un grupo humano religado por una ley y una obligaci¨®n com¨²n, pero tambi¨¦n por un regalo, por una ofrenda. El sustantivo inmunitas, es un vocablo privativo que deriva de negar el munus. En el derecho romano, la inmunitas era una dispensa o un privilegio que exoneraba a alguien de los deberes societarios que son comunes a todos. Aquel que hab¨ªa sido exonerado era inmune. Mientras que aquel que estaba?desmunido era aquel al que se le hab¨ªa retirado todos los privilegios de la vida en comunidad.
Roberto Esp¨®sito nos ense?a que toda biopol¨ªtica es inmunol¨®gica: supone una definici¨®n de la comunidad y el establecimiento de una jerarqu¨ªa entre aquellos cuerpos que est¨¢n exentos de tributos (los que son considerados inmunes) y aquellos que la comunidad percibe como potencialmente peligrosos (los demuni) y que ser¨¢n excluidos en un acto de protecci¨®n inmunol¨®gica. Esa es la paradoja de la biopol¨ªtica: todo acto de protecci¨®n implica una definici¨®n inmunitaria de la comunidad seg¨²n la cual esta se dar¨¢ a s¨ª misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberan¨ªa. El estado de excepci¨®n es la normalizaci¨®n de esta insoportable paradoja.
El virus act¨²a a nuestra imagen y semejanza, no hace m¨¢s que replicar y extender a toda la poblaci¨®n, las formas dominantes de gesti¨®n biopol¨ªtica y necropol¨ªtica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional
A partir del siglo XIX, con el descubrimiento de la primera vacuna antivari¨®lica y los experimentos de Pasteur y Koch, la noci¨®n de inmunidad migra desde el ¨¢mbito del derecho y adquiere una significaci¨®n m¨¦dica. Las democracias liberales y patriarco-coloniales Europeas del siglo XIX construyen el ideal del individuo moderno no solo como agente (masculino, blanco, heterosexual) econ¨®mico libre, sino tambi¨¦n como un cuerpo inmune, radicalmente separado, que no debe nada a la comunidad. Para Esp¨®sito, el modo en el que la Alemania nazi caracteriz¨® a una parte de su propia poblaci¨®n (los jud¨ªos, pero tambi¨¦n los gitanos, los homosexuales, los personas con discapacidad) como cuerpos que amenazaban la soberan¨ªa de la comunidad aria es un ejemplo paradigm¨¢tico de los peligros de la gesti¨®n inmunitaria. Esta comprensi¨®n inmunol¨®gica de la sociedad no acab¨® con el nazismo, sino que, al contrario, ha pervivido en Europa legitimando las pol¨ªticas neoliberales de gesti¨®n de sus minor¨ªas racializadas y de las poblaciones migrantes. Es esta comprensi¨®n inmunol¨®gica la que ha forjado la comunidad econ¨®mica europea, el mito de Shengen y las t¨¦cnicas de Frontex en los ¨²ltimos a?os.
En 1994, en Flexible Bodies, la antrop¨®loga de la Universidad de Princeton Emily Martin analiz¨® la relaci¨®n entre inmunidad y pol¨ªtica en la cultura americana durante las crisis de la polio y el sida. Martin lleg¨® a algunas conclusiones que resultan pertinentes para analizar la crisis actual. La inmunidad corporal, argumenta Martin, no es solo un mero hecho biol¨®gico independiente de variables culturales y pol¨ªticas. Bien al contrario, lo que entendemos por inmunidad se construye colectivamente a trav¨¦s de criterios sociales y pol¨ªticos que producen alternativamente soberan¨ªa o exclusi¨®n, protecci¨®n o estigma, vida o muerte.
Si volvemos a pensar la historia de algunas de las epidemias mundiales de los cinco ¨²ltimos siglos bajo el prisma que nos ofrecen Michel Foucault, Roberto Esp¨®sito y Emily Martin es posible elaborar una hip¨®tesis que podr¨ªa tomar la forma de una ecuaci¨®n: dime c¨®mo tu comunidad construye su soberan¨ªa pol¨ªtica y te dir¨¦ qu¨¦ formas tomar¨¢n tus epidemias y c¨®mo las afrontar¨¢s.
Las distintas epidemias materializan en el ¨¢mbito del cuerpo individual las obsesiones que dominan la gesti¨®n pol¨ªtica de la vida y de la muerte de las poblaciones en un periodo determinado. Por decirlo con t¨¦rminos de Foucault, una epidemia radicaliza y desplaza las t¨¦cnicas biopol¨ªticas que se aplican al territorio nacional hasta al nivel de la anatom¨ªa pol¨ªtica, inscribi¨¦ndolas en el cuerpo individual. Al mismo tiempo, una epidemia permite extender a toda la poblaci¨®n las medidas de ¡°inmunizaci¨®n¡± pol¨ªtica que hab¨ªan sido aplicadas hasta ahora de manera violenta frente aquellos que hab¨ªan sido considerados como ¡°extranjeros¡± tanto dentro como en los l¨ªmites del territorio nacional.
La gesti¨®n pol¨ªtica de las epidemias pone en escena la utop¨ªa de comunidad y las fantas¨ªas inmunitarias de una sociedad, externalizando sus sue?os de omnipotencia (y los fallos estrepitosos) de su soberan¨ªa pol¨ªtica. La hip¨®tesis de Michel Foucault, Roberto Esp¨®sito y de Emily Martin nada tiene que ver con una teor¨ªa de complot. No se trata de la idea rid¨ªcula de que el virus sea una invenci¨®n de laboratorio o un plan maquiav¨¦lico para extender pol¨ªticas todav¨ªa m¨¢s autoritarias. Al contrario, el virus act¨²a a nuestra imagen y semejanza, no hace m¨¢s que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la poblaci¨®n, las formas dominantes de gesti¨®n biopol¨ªtica y necropol¨ªtica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus l¨ªmites. De ah¨ª que cada sociedad pueda definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella.
Pensemos, por ejemplo, en la s¨ªfilis. La epidemia golpe¨® por primera vez a la ciudad de N¨¢poles en 1494. La empresa colonial europea acababa de iniciarse. La s¨ªfilis fue como el pistoletazo de salida de la destrucci¨®n colonial y de las pol¨ªticas raciales que vendr¨ªan con ellas. Los ingleses la llamaron ¡°la enfermedad francesa¡±, los franceses dijeron que era ¡°el mal napolitano¡± y los napolitanos que hab¨ªa venido de Am¨¦rica: se dijo que hab¨ªa sido tra¨ªda por los colonizadores que hab¨ªan sido infectados por los ind¨ªgenas¡ El virus, como nos ense?¨® Derrida, es, por definici¨®n, el extranjero, el otro, el extra?o. Infecci¨®n sexualmente transmisible, la s¨ªfilis materializ¨® en los cuerpos de los siglos XVI al XIX las formas de represi¨®n y exclusi¨®n social que dominaban la modernidad patriarcocolonial: la obsesi¨®n por la pureza racial, la prohibici¨®n de los as¨ª llamados ¡°matrimonios mixtos¡± entre personas de distinta clase y ¡°raza¡± y las m¨²ltiples restricciones que pesaban sobre las relaciones sexuales y extramatrimoniales.
Lo que estar¨¢ en el centro del debate durante y despu¨¦s de esta crisis es cu¨¢les ser¨¢n las vidas que estaremos dispuestos a salvar y cu¨¢les ser¨¢n sacrificadas
La utop¨ªa de comunidad y el modelo de inmunidad de la s¨ªfilis es el del cuerpo blanco burgu¨¦s sexualmente confinado en la vida matrimonial como n¨²cleo de la reproducci¨®n del cuerpo nacional. De ah¨ª que la prostituta se convirtiera en el cuerpo vivo que condens¨® todos los significantes pol¨ªticos abyectos durante la epidemia: mujer obrera y a menudo racializada, cuerpo externo a las regulaciones dom¨¦sticas y del matrimonio, que hac¨ªa de su sexualidad su medio de producci¨®n, la trabajadora sexual fue visibilizada, controlada y estigmatizada como vector principal de la propagaci¨®n del virus. Pero no fue la represi¨®n de la prostituci¨®n ni la reclusi¨®n de las prostitutas en burdeles nacionales (como imagin¨® Restif de la Bretonne) lo que cur¨® la s¨ªfilis. Bien al contrario. La reclusi¨®n de las prostitutas solo las hizo m¨¢s vulnerables a la enfermedad. Lo que cur¨® la s¨ªfilis fue el descubrimiento de los antibi¨®ticos y especialmente de la penicilina en 1928, precisamente un momento de profundas transformaciones de la pol¨ªtica sexual en Europa con los primeros movimientos de descolonizaci¨®n, el acceso de las mujeres blancas al voto, las primeras despenalizaciones de la homosexualidad y una relativa liberalizaci¨®n de la ¨¦tica matrimonial heterosexual.
Medio siglo despu¨¦s, el sida fue a la sociedad neoliberal heteronormativa del siglo XX lo que la s¨ªfilis hab¨ªa sido a la sociedad industrial y colonial. Los primeros casos aparecieron en 1981, precisamente en el momento en el que la homosexualidad dejaba de ser considerada como una enfermedad psiqui¨¢trica, despu¨¦s de que hubiera sido objeto de persecuci¨®n y discriminaci¨®n social durante d¨¦cadas. La primera fase de la epidemia afect¨® de manera prioritaria a lo que se nombr¨® entonces como las 4 H: homosexuales,?hookers ¡ªtrabajadoras o trabajadores sexuales¡ª, hemof¨ªlicos y?heroin users ¡ªheroin¨®manos¡ª. El sida remasteriz¨® y reactualiz¨® la red de control sobre el cuerpo y la sexualidad que hab¨ªa tejido la s¨ªfilis y que la penicilina y los movimientos de descolonizaci¨®n, feministas y homosexuales hab¨ªan desarticulado y transformado en los a?os sesenta y setenta. Como en el caso de las prostitutas en la crisis de la s¨ªfilis, la represi¨®n de la homosexualidad s¨®lo caus¨® m¨¢s muertes. Lo que est¨¢ transformando progresivamente el sida en una enfermedad cr¨®nica ha sido la despatologizaci¨®n de la homosexualidad, la autonomizaci¨®n farmacol¨®gica del Sur, la emancipaci¨®n sexual de las mujeres, su derecho a decir no a las pr¨¢cticas sin cond¨®n, y el acceso de la poblaci¨®n afectada, independientemente de su clase social o su grado de racializaci¨®n, a las triterapias. El modelo de comunidad/inmunidad del sida tiene que ver con la fantas¨ªa de la soberan¨ªa sexual masculina entendida como derecho innegociable de penetraci¨®n, mientras que todo cuerpo penetrado sexualmente (homosexual, mujer, toda forma de analidad) es percibido como carente de soberan¨ªa.
Volvamos ahora a nuestra situaci¨®n actual. Mucho antes de que hubiera aparecido la Covid-19 hab¨ªamos ya iniciado un proceso de mutaci¨®n planetaria. Est¨¢bamos atravesando ya, antes del virus, un cambio social y pol¨ªtico tan profundo como el que afect¨® a las sociedades que desarrollaron la s¨ªfilis. En el siglo XV, con la invenci¨®n de la imprenta y la expansi¨®n del capitalismo colonial, se pas¨® de una sociedad oral a una sociedad escrita, de una forma de producci¨®n feudal a una forma de producci¨®n industrial-esclavista y de una sociedad teocr¨¢tica a una sociedad regida por acuerdos cient¨ªficos en el que las nociones de sexo, raza y sexualidad se convertir¨ªan en dispositivos de control necro-biopol¨ªtico de la poblaci¨®n.
Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberoral, de una sociedad org¨¢nica a una sociedad digital, de una econom¨ªa industrial a una econom¨ªa inmaterial, de una forma de control disciplinario y arquitect¨®nico, a formas de control microprost¨¦ticas y medi¨¢tico-cibern¨¦ticas. En otros textos he denominado farmacopornogr¨¢fica al tipo de gesti¨®n y producci¨®n del cuerpo y de la subjetividad sexual dentro de esta nueva configuraci¨®n pol¨ªtica. El cuerpo y la subjetividad contempor¨¢neos ya no son regulados ¨²nicamente a trav¨¦s de su paso por las instituciones disciplinarias (escuela, f¨¢brica, caserna, hospital, etc¨¦tera) sino y sobre todo a trav¨¦s de un conjunto de tecnolog¨ªas biomoleculares, microprost¨¦ticas, digitales y de transmisi¨®n y de informaci¨®n. En el ¨¢mbito de la sexualidad, la modificaci¨®n farmacol¨®gica de la conciencia y del comportamiento, la mundializaci¨®n de la p¨ªldora anticonceptiva para todas las ¡°mujeres¡±, as¨ª como la producci¨®n de la triterapias, de las terapias preventivas del sida o el viagra son algunos de los ¨ªndices de la gesti¨®n biotecnol¨®gica. La extensi¨®n planetaria de Internet, la generalizaci¨®n del uso de tecnolog¨ªas inform¨¢ticas m¨®viles, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos en el an¨¢lisis de big data, el intercambio de informaci¨®n a gran velocidad y el desarrollo de dispositivos globales de vigilancia inform¨¢tica a trav¨¦s de sat¨¦lite son ¨ªndices de esta nueva gesti¨®n semiotio-t¨¦cnica digital. Si las he denominado pornogr¨¢ficas es, en primer lugar, porque estas t¨¦cnicas de biovigilancia se introducen dentro del cuerpo, atraviesan la piel, nos penetran; y en segundo lugar, porque los dispositivos de biocontrol ya no funcionan a trav¨¦s de la represi¨®n de la sexualidad (masturbatoria o no), sino a trav¨¦s de la incitaci¨®n al consumo y a la producci¨®n constante de un placer regulado y cuantificable. Cuanto m¨¢s consumimos y m¨¢s sanos estamos mejor somos controlados.
La mutaci¨®n que est¨¢ teniendo lugar podr¨ªa ser tambi¨¦n el paso de un r¨¦gimen patriarco-colonial y extractivista, de una sociedad antropoc¨¦ntrica y de una pol¨ªtica donde una parte muy peque?a de la comunidad humana planetar¨ªa se autoriza a s¨ª misma a llevar a cabo pr¨¢cticas de predaci¨®n universal, a una sociedad capaz de redistribuir energ¨ªa y soberan¨ªa. Desde una sociedad de energ¨ªas f¨®siles a otra de energ¨ªas renovables. Est¨¢ tambi¨¦n en cuesti¨®n el paso desde un modelo binario de diferencia sexual a un paradigma m¨¢s abierto en el que la morfolog¨ªa de los ¨®rganos genitales y la capacidad reproductiva de un cuerpo no definan su posici¨®n social desde el momento del nacimiento; y desde un modelo heteropatriarcal a formas no jer¨¢rquicas de reproducci¨®n de la vida. Lo que estar¨¢ en el centro del debate durante y despu¨¦s de esta crisis es cu¨¢les ser¨¢n las vidas que estaremos dispuestos a salvar y cu¨¢les ser¨¢n sacrificadas. Es en el contexto de esta mutaci¨®n, de la transformaci¨®n de los modos de entender la comunidad (una comunidad que hoy es la totalidad del planeta) y la inmunidad donde el virus opera y se convierte en estrategia pol¨ªtica.
Inmunidad y pol¨ªtica de la frontera
Lo que ha caracterizado las pol¨ªticas gubernamentales de los ¨²ltimos 20 a?os, desde al menos la ca¨ªda de las torres gemelas, frente a las ideas aparentes de libertad de circulaci¨®n que dominaban el neoliberalismo de la era Thatcher, ha sido la redefinici¨®n de los estados-naci¨®n en t¨¦rminos neocoloniales e identitarios y la vuelta a la idea de frontera f¨ªsica como condici¨®n del restablecimiento de la identidad nacional y la soberan¨ªa pol¨ªtica. Israel, Estados Unidos, Rusia, Turqu¨ªa y la Comunidad Econ¨®mica Europea han liderado el dise?o de nuevas fronteras que por primera vez despu¨¦s de d¨¦cadas, no han sido solo vigiladas o custodiadas, sino reinscritas a trav¨¦s de la decisi¨®n de elevar muros y construir diques, y defendidas con medidas no biopol¨ªticas, sino necropol¨ªticas, con t¨¦cnicas de muerte.
La Covid-19 ha legitimado y extendido esas pr¨¢cticas estatales de biovigilancia y control digital normaliz¨¢ndolas y haci¨¦ndolas ¡°necesarias¡± para mantener una cierta idea de la inmunidad
Como sociedad europea, decidimos construirnos colectivamente como comunidad totalmente inmune, cerrada a Oriente y al Sur, mientras que Oriente y el Sur, desde el punto de vista de los recursos energ¨¦ticos y de la producci¨®n de bienes de consumo, son nuestro almac¨¦n. Cerramos la frontera en Grecia, construimos los mayores centros de detenci¨®n a cielo abierto de la historia en las islas que bordean Turqu¨ªa y el Mediterr¨¢neo y fantaseamos que as¨ª conseguir¨ªamos una forma de inmunidad. La destrucci¨®n de Europa comenz¨® parad¨®jicamente con esta construcci¨®n de una comunidad europea inmune, abierta en su interior y totalmente cerrada a los extranjeros y migrantes.
Lo que est¨¢ siendo ensayado a escala planetaria a trav¨¦s de la gesti¨®n del virus es un nuevo modo de entender la soberan¨ªa en un contexto en el que la identidad sexual y racial (ejes de la segmentaci¨®n pol¨ªtica del mundo patriarco-colonial hasta ahora) est¨¢n siendo desarticuladas. La Covid-19 ha desplazado las pol¨ªticas de la frontera que estaban teniendo lugar en el territorio nacional o en el superterritorio europeo hasta el nivel del cuerpo individual. El cuerpo, tu cuerpo individual, como espacio vivo y como entramado de poder, como centro de producci¨®n y consumo de energ¨ªa, se ha convertido en el nuevo territorio en el que las agresivas pol¨ªticas de la frontera que llevamos dise?ando y ensayando durante a?os se expresan ahora en forma de barrera y guerra frente al virus. La nueva frontera necropol¨ªtica se ha desplazado desde las costas de Grecia hasta la puerta del domicilio privado. Lesbos empieza ahora en la puerta de tu casa. Y la frontera no para de cercarte, empuja hasta acercarse m¨¢s y m¨¢s a tu cuerpo. Calais te explota ahora en la cara. La nueva frontera es la mascarilla. El aire que respiras debe ser solo tuyo. La nueva frontera es tu epidermis. El nuevo Lampedusa es tu piel.
Se reproducen ahora sobre los cuerpos individuales las pol¨ªticas de la frontera y las medidas estrictas de confinamiento e inmovilizaci¨®n que como comunidad hemos aplicado durante estos ¨²ltimos a?os a migrantes y refugiados ¡ªhasta dejarlos fuera de toda comunidad¡ª. Durante a?os los tuvimos en el limbo de los centros de retenci¨®n. Ahora somos nosotros los que vivimos en el limbo del centro de retenci¨®n de nuestras propias casas.
La biopol¨ªtica en la era ¡®farmacopornogr¨¢fica¡¯
Las epidemias, por su llamamiento al estado de excepci¨®n y por la inflexible imposici¨®n de medidas extremas, son tambi¨¦n grandes laboratorios de innovaci¨®n social, la ocasi¨®n de una reconfiguraci¨®n a gran escala de las t¨¦cnicas del cuerpo y las tecnolog¨ªas del poder. Foucault analiz¨® el paso de la gesti¨®n de la lepra a la gesti¨®n de la peste como el proceso a trav¨¦s del que se desplegaron las t¨¦cnicas disciplinarias de espacializaci¨®n del poder de la modernidad. Si la lepra hab¨ªa sido confrontada a trav¨¦s de medidas estrictamente necropol¨ªticas que exclu¨ªan al leproso conden¨¢ndolo si no a la muerte al menos a la vida fuera de la comunidad, la reacci¨®n frente a la epidemia de la peste inventa la gesti¨®n disciplinaria y sus formas de inclusi¨®n excluyente: segmentaci¨®n estricta de la ciudad, confinamiento de cada cuerpo en cada casa.
Nuestra salud no vendr¨¢ de la imposici¨®n de fronteras o de la separaci¨®n, sino de un nuevo equilibrio con otros seres vivos del planeta
Las distintas estrategias que los distintos pa¨ªses han tomado frente a la extensi¨®n de la Covid-19 muestran dos tipos de tecnolog¨ªas biopol¨ªticas totalmente distintas. La primera, en funcionamiento sobre todo en Italia, Espa?a y Francia, aplica medidas estrictamente disciplinarias que no son, en muchos sentidos, muy distintas a las que se utilizaron contra la peste. Se trata del confinamiento domiciliario de la totalidad de la poblaci¨®n. Vale la pena releer el cap¨ªtulo sobre la gesti¨®n de la peste en Europa de Vigilar y castigar para darse cuenta que las pol¨ªticas francesas de gesti¨®n de la Covid-19 no han cambiado mucho desde entonces. Aqu¨ª funciona la l¨®gica de la frontera arquitect¨®nica y el tratamiento de los casos de infecci¨®n dentro de enclaves hospitalarios cl¨¢sicos. Esta t¨¦cnica no ha mostrado a¨²n pruebas de eficacia total.
La segunda estrategia, puesta en marcha por Corea del Sur, Taiw¨¢n, Singapur, Hong-Kong, Jap¨®n e Israel supone el paso desde t¨¦cnicas disciplinarias y de control arquitect¨®nico modernas a t¨¦cnicas?farmacopornogr¨¢ficas de biovigilancia: aqu¨ª el ¨¦nfasis est¨¢ puesto en la detecci¨®n individual del virus a trav¨¦s de la multiplicaci¨®n de los tests y de la vigilancia digital constante y estricta de los enfermos a trav¨¦s de sus dispositivos inform¨¢ticos m¨®viles. Los tel¨¦fonos m¨®viles y las tarjetas de cr¨¦dito se convierten aqu¨ª en instrumentos de vigilancia que permiten trazar los movimientos del cuerpo individual. No necesitamos brazaletes biom¨¦tricos: el m¨®vil se ha convertido en el mejor brazalete, nadie se separa de ¨¦l ni para dormir. Una aplicaci¨®n de GPS informa a la polic¨ªa de los movimientos de cualquier cuerpo sospechoso. La temperatura y el movimiento de un cuerpo individual son monitorizados a trav¨¦s de las tecnolog¨ªas m¨®viles y observados en tiempo real por el ojo digital de un Estado ciberautoritario para el que la comunidad es una comunidad de ciberusuarios y la soberan¨ªa es sobre todo transparencia digital y gesti¨®n de big data.
Pero estas pol¨ªticas de inmunizaci¨®n pol¨ªtica no son nuevas y no han sido s¨®lo desplegadas antes para la b¨²squeda y captura de los as¨ª denominados terroristas: desde principios de la d¨¦cada de 2010, por ejemplo, Taiw¨¢n hab¨ªa legalizado el acceso a todos los contactos de los tel¨¦fonos m¨®viles en las aplicaciones de encuentro sexual con el objetivo de ¡°prevenir¡± la expansi¨®n del sida y la prostituci¨®n en Internet. La Covid-19 ha legitimado y extendido esas pr¨¢cticas estatales de biovigilancia y control digital normaliz¨¢ndolas y haci¨¦ndolas ¡°necesarias¡± para mantener una cierta idea de la inmunidad. Sin embargo, los mismos Estados que implementan medidas de vigilancia digital extrema no se plantean todav¨ªa prohibir el tr¨¢fico y el consumo de animales salvajes ni la producci¨®n industrial de aves y mam¨ªferos ni la reducci¨®n de las emisiones de CO2. Lo que ha aumentado no es la inmunidad del cuerpo social, sino la tolerancia ciudadana frente al control cibern¨¦tico estatal y corporativo.
La gesti¨®n pol¨ªtica de la Covid-19 como forma de administraci¨®n de la vida y de la muerte dibuja los contornos de una nueva subjetividad. Lo que se habr¨¢ inventado despu¨¦s de la crisis es una nueva utop¨ªa de la comunidad inmune y una nueva forma de control del cuerpo. El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes f¨ªsicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de cr¨¦dito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se re¨²ne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene m¨¢scara. Su cuerpo org¨¢nico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-t¨¦cnicas, una serie de pr¨®tesis cibern¨¦ticas que le sirven de m¨¢scara: la m¨¢scara de la direcci¨®n de correo electr¨®nico, la m¨¢scara de la cuenta Facebook, la m¨¢scara de Instagram. No es un agente f¨ªsico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un c¨®digo, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos.
La prisi¨®n blanda: bienvenido a la telerrep¨²blica de tu casa
Uno de los desplazamientos centrales de las t¨¦cnicas biopol¨ªticas farmacopornogr¨¢ficas que caracterizan la crisis de la Covid-19 es que el domicilio personal ¡ªy no las instituciones tradicionales de encierro y normalizaci¨®n (hospital, f¨¢brica, prisi¨®n, colegio)¡ª aparece ahora como el nuevo centro de producci¨®n, consumo y control biopol¨ªtico. Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de encierro del cuerpo, como era el caso en la gesti¨®n de la peste. El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la econom¨ªa del teleconsumo y de la teleproducci¨®n. El espacio dom¨¦stico existe ahora como un punto en un espacio cibervigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron.
Si yo me interes¨¦ en su momento por la Mansi¨®n Playboy es porque esta funcion¨® en plena guerra fr¨ªa como un laboratorio en el que se estaban inventando los nuevos dispositivos de control farmacopornogr¨¢fico del cuerpo y de la sexualidad que habr¨ªan de extenderse a la a partir de principios del siglo XXI y que ahora se ampl¨ªan a la totalidad de la poblaci¨®n mundial con la crisis de la Covid-19. Cuando hice mi investigaci¨®n sobre Playboy me llam¨® la atenci¨®n el hecho de que Hugh Hefner, uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo, hubiera pasado casi 40 a?os sin salir de la Mansi¨®n, vestido ¨²nicamente con pijama, bat¨ªn y pantuflas, bebiendo coca-cola y comiendo Butterfingers y que hubiera podido dirigir y producir que la revista m¨¢s importante de Estados Unidos sin moverse de su casa o incluso, de su cama. Suplementada con una c¨¢mara de video, una l¨ªnea directa de tel¨¦fono, radio e hilo musical, la cama de Hefner era una aut¨¦ntica plataforma de producci¨®n multimedia de la vida de su habitante.
Su bi¨®grafo Steven Watts denomin¨® a Hefner ¡°un recluso voluntario en su propio para¨ªso.¡± Adepto de dispositivos de archivo audiovisual de todo tipo, Hefner, mucho antes de que existiera el tel¨¦fono m¨®vil, Facebook o WhatsApp enviaba m¨¢s de una veintena de cintas audio y v¨ªdeo con consigas y mensajes, que iban desde entrevistas en directo a directrices de publicaci¨®n. Hefner hab¨ªa instalado en la mansi¨®n, en la que viv¨ªan tambi¨¦n una docena de Playmates, un circuito cerrado de c¨¢maras y pod¨ªa desde su centro de control acceder a todas las habitaciones en tiempo real. Cubierta de paneles de madera y con espesas cortinas, pero penetrada por miles de cables y repleta de lo que en ese momento se percib¨ªa como las m¨¢s altas tecnolog¨ªas de telecomunicaci¨®n (y que hoy nos parecer¨ªan tan arcaicas como un tam-tam), era al mismo tiempo totalmente opaca, y totalmente transparente. Los materiales filmados por las c¨¢maras de vigilancia acababan tambi¨¦n en las p¨¢ginas de la revista.
La revoluci¨®n biopol¨ªtica silenciosa que Playboy lider¨® supon¨ªa, m¨¢s all¨¢ la transformaci¨®n de la pornograf¨ªa heterosexual en cultura de masas, la puesta en cuesti¨®n de la divisi¨®n que hab¨ªa fundado la sociedad industrial del siglo XIX: la separaci¨®n de las esferas de la producci¨®n y de la reproducci¨®n, la diferencia entre la f¨¢brica y el hogar y con ella la distinci¨®n patriarcal entre masculinidad y feminidad. Playboy acat¨® esta diferencia proponiendo la creaci¨®n de un nuevo enclave de vida: el apartamento de soltero totalmente conectado a las nuevas tecnolog¨ªas de comunicaci¨®n del que el nuevo productor semi¨®tico no necesita salir ni para trabajar ni para practicar sexo ¡ªactividades que, adem¨¢s, se hab¨ªan vuelto indistinguibles¡ª. Su cama giratoria era al mismo tiempo su mesa de trabajo, una oficina de direcci¨®n, un escenario fotogr¨¢fico y un lugar de cita sexual, adem¨¢s de un plat¨® de televisi¨®n desde donde se rodaba el famoso programa Playboy after dark. Playboy anticip¨® los discursos contempor¨¢neos sobre el teletrabajo, y la producci¨®n inmaterial que la gesti¨®n de la crisis de la Covid-19 ha transformado en un deber ciudadano. Hefner llam¨® a este nuevo productor social el ¡°trabajador horizontal¡±. El vector de innovaci¨®n social que Playboy puso en marcha era la erosi¨®n (por no decir la destrucci¨®n) de la distancia entre trabajo y ocio, entre producci¨®n y sexo. La vida del playboy, constantemente filmada y difundida a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n de la revista y de la televisi¨®n, era totalmente p¨²blica, aunque el playboy no saliera de su casa o incluso de su cama. En ese sentido, Playboy pon¨ªa tambi¨¦n en cuesti¨®n la diferencia entre las esferas masculinas y femeninas, haciendo que el nuevo operario multimedia fuera, lo que parec¨ªa un ox¨ªmoron en la ¨¦poca, un hombre dom¨¦stico. El bi¨®grafo de Hefner nos recuerda que este aislamiento productivo necesitaba un soporte qu¨ªmico: Hefner era un gran consumidor de Dexedrina, una anfetamina que eliminaba el cansancio y el sue?o. As¨ª que parad¨®jicamente, el hombre que no sal¨ªa de su cama, no dorm¨ªa nunca. La cama como nuevo centro de operaciones multimedia era una celda farmacopornogr¨¢fica: s¨®lo podr¨ªa funcionar con la p¨ªldora anticonceptiva, drogas que mantuvieran el nivel productivo en alza y un constante flujo de c¨®digos semi¨®ticos que se hab¨ªan convertido en el ¨²nico y verdadero alimento que nutr¨ªa al playboy.
?Les suena ahora familiar todo esto? ?Se parece todo esto de manera demasiado extra?a a sus propias vidas confinadas? Recordemos ahora las consignas del presidente franc¨¦s Emmanuel Macron: estamos en guerra, no salgan de casa y teletrabajen. Las medidas biopol¨ªticas de gesti¨®n del contagio impuestas frente al coronavirus han hecho que cada uno de nosotros nos transformemos en un trabajador horizontal m¨¢s o menos playboyesco. El espacio dom¨¦stico de cualquiera de nosotros est¨¢ hoy diez mil veces m¨¢s tecnificado que lo estaba la cama giratoria de Hefner en 1968. Los dispositivos de teletrabajo y telecontrol est¨¢n ahora en la palma de nuestra mano.
En Vigilar y castigar, Michel Foucault analiz¨® las celdas religiosas de encierro unipersonal como aut¨¦nticos vectores que sirvieron para modelizar el paso desde las t¨¦cnicas soberanas y sangrientas de control del cuerpo y de la subjetivad anteriores al siglo XVIII hacia las arquitecturas disciplinarias y los dispositivos de encierro como nuevas t¨¦cnicas de gesti¨®n de la totalidad de la poblaci¨®n. Las arquitecturas disciplinarias fueron versiones secularizada de las c¨¦lulas monacales en las que se gesta por primera vez el individuo moderno como alma encerrada en un cuerpo, un esp¨ªritu lector capaz de leer las consignas del Estado. Cuando el escritor Tom Wolfe visit¨® a Hefner dijo que este viv¨ªa en una prisi¨®n tan blanda como el coraz¨®n de una alcachofa. Podr¨ªamos decir que la mansi¨®n Playboy y la cama giratoria de Hefner, convertidos en objeto de consumo pop, funcionaron durante la guerra fr¨ªa como espacios de transici¨®n en el que se inventa el nuevo sujeto prost¨¦tico, ultraconectado y las nuevas formas consumo y control farmacopornogr¨¢ficas y de biovigilancia que dominan la sociedad contempor¨¢nea. Esta mutaci¨®n se ha extendido y amplificado m¨¢s durante la gesti¨®n de la crisis de la Covid-19: nuestras m¨¢quinas port¨¢tiles de telecomunicaci¨®n son nuestros nuevos carceleros y nuestros interiores dom¨¦sticos se han convertido en la prisi¨®n blanda y ultraconectada del futuro.
Mutaci¨®n o sumisi¨®n
Pero todo esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad. Es precisamente porque nuestros cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos las nuevas c¨¦lulas de biovigilancia que se vuelve m¨¢s urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipaci¨®n cognitiva y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos antagonistas.
Contrariamente a lo que se podr¨ªa imaginar, nuestra salud no vendr¨¢ de la imposici¨®n de fronteras o de la separaci¨®n, sino de una nueva comprensi¨®n de la comunidad con todos los seres vivos, de un nuevo equilibrio con otros seres vivos del planeta. Necesitamos un parlamento de los cuerpos planetario, un parlamento no definido en t¨¦rminos de pol¨ªticas de identidad ni de nacionalidades, un parlamento de cuerpos vivos (vulnerables) que viven en el planeta Tierra. El evento Covid-19 y sus consecuencias nos llaman a liberarnos de una vez por todas de la violencia con la que hemos definido nuestra inmunidad social. La curaci¨®n y la recuperaci¨®n no pueden ser un simple gesto inmunol¨®gico negativo de retirada de lo social, de cierre de la comunidad. La curaci¨®n y el cuidado s¨®lo pueden surgir de un proceso de transformaci¨®n pol¨ªtica. Sanarnos a nosotros mismos como sociedad significar¨ªa inventar una nueva comunidad m¨¢s all¨¢ de las pol¨ªticas de identidad y la frontera con las que hasta ahora hemos producido la soberan¨ªa, pero tambi¨¦n m¨¢s all¨¢ de la reducci¨®n de la vida a su biovigilancia cibern¨¦tica. Seguir con vida, mantenernos vivo como planeta, frente al virus, pero tambi¨¦n frente a lo que pueda suceder, significa poner en marcha formas estructurales de cooperaci¨®n planetaria. Como el virus muta, si queremos resistir a la sumisi¨®n, nosotros tambi¨¦n debemos mutar.
Es necesario pasar de una mutaci¨®n forzada a una mutaci¨®n deliberada. Debemos reapropiarnos cr¨ªticamente de las t¨¦cnicas de biopol¨ªticas y de sus dispositivos farmacopornogr¨¢ficos. En primer lugar, es imperativo cambiar la relaci¨®n de nuestros cuerpos con las m¨¢quinas de biovigilancia y biocontrol: estos no son simplemente dispositivos de comunicaci¨®n. Tenemos que aprender colectivamente a alterarlos. Pero tambi¨¦n es preciso desalinearnos. Los Gobiernos llaman al encierro y al teletrabajo. Nosotros sabemos que llaman a la descolectivizaci¨®n y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aqu¨ª. Apaguemos los m¨®viles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los sat¨¦lites que nos vigilan e imaginemos juntos en la revoluci¨®n que viene.
Paul B. Preciado es escritor
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