Carro y borrico
Cuando las leyes de la automovil¨ªstica nos abandonan, cuando se ahogan los motores, cuando pinchan las ruedas y fallan los frenos, aparece el de siempre. Nos hab¨ªamos olvidado de ¨¦l. Pero ah¨ª est¨¢ cuando se le necesita: el burro. Y as¨ª avanzan hombre, m¨¢quina y rucio por las polvorientas calles de la ciudad de Gaza, camino del vertedero. Arriba, el hombre, sentado en su trono de chatarra. Debajo, postrado y cojo, el carro, luciendo pegatinas desgastadas como los tatuajes de un viejo. Marcas de derrape, una que dice sport. Y despeluchado, amarrado por el atalaje y aplastado por el fardo, el animal. ¡°Tierno y mimoso igual que un ni?o¡±, como dec¨ªa el poema de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, ¡°pero fuerte y seco por dentro, como de piedra¡±. Y la gente de Gaza, ese pueblo que ha visto de todo, se queda mir¨¢ndolo, como pensando: ¡°Tien¡¯asero¡¡±.
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