Contra el uso del concepto de guerra
Negar que una estrategia militarista sea necesaria, o incluso adecuada, no es cerrar los ojos a la gravedad de la situaci¨®n
Sobre la actual pandemia de coronavirus y en lo que respecta a una respuesta coordinada ante la enfermedad, deber¨ªamos proclamar de manera inequ¨ªvoca que esto no es una guerra. Es verdad que esta afirmaci¨®n contradice directamente las palabras de muchos jefes de Estado que han declarado la guerra al virus. Negar que una estrategia militarista sea necesaria, o incluso adecuada, no es cerrar los ojos a la gravedad de la situaci¨®n. Es, por el contrario, buscar maneras alternativas de afrontarla, de inspirar a las personas para que emprendan acciones individuales o colectivas y, a fin de cuentas, de construir un mundo mejor cuando la pandemia pierda fuerza.
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1. Prehistoria de la "guerra al virus". Desde la d¨¦cada de 1960, Gobiernos de todo el mundo (empezando por el de Estados Unidos) han expandido la ret¨®rica de la guerra m¨¢s all¨¢ del contexto de las hostilidades militares entendidas en sentido tradicional. En 1964, el presidente estadounidense Lindon Johnson anunci¨® el comienzo de la guerra contra la pobreza al mismo tiempo que intentaba sentar las bases de un estado del bienestar en el pa¨ªs. En 1971, el presidente Richard Nixon calific¨® a las toxicoman¨ªas de "enemigo p¨²blico n¨²mero uno" y declar¨® la guerra a las drogas. En 2001, el presidente George Bush lanz¨® su llamamiento a la guerra mundial contra el terrorismo en respuesta a los ataques del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York. La guerra contra el coronavirus de 2020 se deber¨ªa contemplar en el contexto de estas declaraciones.
2. El enemigo invisible. Con cada nueva declaraci¨®n, el supuesto enemigo se volv¨ªa cada vez m¨¢s invisible y carente de perfil reconocible. "Eso" ¡ªno "¨¦l" o "ella"¡ª pod¨ªa estar casi en cualquier parte. Dado que el enemigo no era f¨¢cilmente localizable y s¨ª posiblemente omnipresente, la guerra se volvi¨® total y engull¨® la realidad en su conjunto.
3. La l¨®gica de guerra. El enemigo invisible inherente a una guerra contra el coronavirus convierte a esta en total al borrar la l¨ªnea del frente y privarla de nitidez. Sin embargo, aunque la l¨ªnea se difumine, el frente enemigo no desaparece. Est¨¢ trazado entre cada uno de nosotros y hasta en nuestro interior, dada la incertidumbre de si estamos infectados o no. Otro elemento de la guerra que queda distorsionado en las actuales circunstancias es la posibilidad real de matar y ser matado. Ni el virus mismo ni las personas a las que infecta tienen la intenci¨®n de matar a nadie. En consecuencia, en un paradigma de guerra, el papel del pat¨®geno resulta ambiguo. ?Es un enemigo o un arma? ?Es un cuerpo humano quiz¨¢ infectado el arma del microorganismo? ?O es un enemigo ¨¦l mismo? Los l¨ªderes que recurren a las met¨¢foras militares tienen la responsabilidad de pensar bien cu¨¢les son su l¨®gica y sus consecuencias.
4. La victoria. En las guerras que trascienden la esfera de los conflictos armados entre grupos humanos, la victoria es inalcanzable. Y lo mismo se puede decir de la derrota. Las guerras contra las drogas, el terrorismo, y ahora contra un virus, no solo acaban abarc¨¢ndolo todo; no solo desdibujan la l¨ªnea del frente y la figura de un enemigo distinguible. Tampoco tienen un final a la vista ni un cese de hostilidades definido. Al inflar el concepto de guerra se corre el riesgo de convertir a esta en una lucha por una causa perdida de antemano.
Tras d¨¦cadas de pol¨ªticas neoliberales, la experiencia y la noci¨®n del bien com¨²n han quedado huecas
5. La paz. Admitiendo que en esta clase de guerras alguien pueda declarar su propia victoria o admitir su derrota, ?c¨®mo ser¨ªa la paz que la siguiese? De hecho, en los enfrentamientos contra el terrorismo o contra un virus, la paz no se contempla en absoluto. Su objetivo maximalista es la completa eliminaci¨®n del enemigo, su total aniquilaci¨®n. Son guerras sin paz y, en consecuencia, sin el adversario que les pondr¨ªa l¨ªmite en el tiempo o en el espacio conceptual.
6. La destrucci¨®n del bien com¨²n. Tras d¨¦cadas de pol¨ªticas neoliberales que han desembocado en la privatizaci¨®n de las empresas de suministros b¨¢sicos y los fondos de pensiones, en el menoscabo de los derechos de los trabajadores y en la liquidaci¨®n de la sanidad p¨²blica y otros sectores y servicios vitales, la experiencia y la noci¨®n del bien com¨²n han quedado huecas. En consecuencia, los llamamientos a la poblaci¨®n para que act¨²e en favor del bien com¨²n caer¨¢n en saco roto y no producir¨¢n el deseado efecto cargado de emotividad producido por una declaraci¨®n de guerra, que encierra la necesidad de movilizarse, combinar esfuerzos individuales y hacer sacrificios.
7. Una oportunidad ¨²nica. Por terror¨ªfica y tr¨¢gica que sea, la pandemia del coronavirus brinda una oportunidad ¨²nica de reconstruir el sentido del bien com¨²n. Tenemos que concentrarnos en los peque?os actos de bondad y solidaridad que nos rodean, en las personas que ofrecen a los vecinos mayores su ayuda para comprar comida o medicinas, en quienes cuidan de los dem¨¢s (para que no tengan que salir y no se contagien), por no hablar del enorme riesgo que corre el personal m¨¦dico al tratar a quienes han contra¨ªdo el virus. Combinadas con algunas iniciativas gubernamentales, como abolir la diferencia entre los sistemas de salud p¨²blico y privado, estas experiencias pueden reforzar la idea del bien com¨²n. Y si apelar a esta idea llegase a tener sentido otra vez, resultar¨ªa mucho m¨¢s efectivo para superar la situaci¨®n de emergencia que las estrategias de guerra en las que se est¨¢ volviendo a depositar la confianza.
Michael Marder es doctor en Filosof¨ªa e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
Traducci¨®n de News Clips.
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